Antinada, sencillamente malnacidos
Barcelona, Gerona, Sabadell, Valencia, Madrid,… la lista es larga y mucho me temo que seguirá incrementándose con el paso de los días. Son las ciudades en las que los terroristas urbanos han puesto en escena su pelaje ideológico. Destrucción, violencia gratuita, caos, desorden, anarquía, amenazas, intimidaciones, en definitiva, tristes estampas de ruina, devastación, estragos y auténtica vergüenza nacional.
¿Anti sistema? De eso nada, viven dentro del sistema, se nutren de él, viven de él y ¿qué ofrecen a cambio? Además de lo señalado anteriormente, absolutamente nada aportan al bien común, nada bueno, positivo o medianamente razonable. Es la sin razón, el aprovechar cualquier pretexto para provocar el desgobierno, la confusión y pregonar sus soflamas incendiarias –nunca mejor dicho–. Malnacidos, maleducados, terroristas, sinvergüenzas, maleantes, vagos, caraduras, delincuentes, criminales, malhechores, descerebrados, trogloditas, cromañones, bárbaros, retrógrados, reaccionarios, radicales, y un larguísimo etcétera de calificativos se podrían utilizar en la descripción de semejan-tes energúmenos. Lo más «simpático» del asunto es que se les llena la bocaza de pro-clamas a favor de la libertad de expresión, defensa a ultranza de la democracia, se declaran pacifistas, progresistas, feministas y no sé cuántas estupideces más. Son un alegato de la locura, de la imbecilidad y la idiotez elevada a grado supino. Son parásitos sociales, perro flautas a jornada completa, pícaros que viven del esfuerzo y contribución de los demás, canallas en esencia, y corsarios en existencia. ¿Éstos son los que van a construir un modelo alternativo? ¿Estos tipejos –casi es un piropo– pretenden conseguir imponer su sistema? ¿Qué podemos esperar de semejante gentuza de tal calaña? La contestación es clara, nada. No representan ni tan siquiera una utopia, un sueño inalcanzable, o una fantasía de juventud. El daño, el sufrimiento, el terror, el insulto, la ira desbordada, el miedo, y la ofensa son, entre otras, sus formas de expresión y de manifestación.
Llegado a este punto, quisiera expresar, de todo corazón y con profundo reconocimiento, mi apoyo a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Con la aquiescencia y consentimiento del Gobierno del Reino de España, son abandonados a su suerte en el cumplimiento de sus menesteres. Son apedreados, atacados por una turba enfurecida de chacales, agredidos por una manada de hienas, sin piedad, ni temor a ser detenidos. No se les deja actuar y, si lo hacen con los métodos lógicos, proporcionados y apropiados para tales circunstancias, pesa sobre ellos la denuncia, la descalificación, la sanción y la suspensión de empleo y sueldo. Así es muy difícil, casi imposible, afrontar la emboscada, la barricada y la algarada descontrolada.
Animados, defendidos, protegidos y alentados por politicastros de opereta, mercachifles y sicarios del régimen chavista, se sienten animosos y embravecidos en su tarea de acoso y devastación. Estos días hemos oído y visto los alegatos de sus acólitos de la ultraizquierda española. Las declaraciones de Rafael Mayoral, secretario de Relación con la Sociedad y Movimientos Sociales, es de nota. ¿Y qué me dicen de las palabras vomitadas por Pablo Echenique, portavoz en el Congreso de los Diputados de la amalgama de siglas antiespañolas? Lo suyo es de juzgado y de psiquiatra. De juzgado por ser constitutivo de delito defender y arengar a favor de los anti nada. Este individuo que nos ha caído en desgracia sufrir, llegado desde las tierras hermanas de la Argentina, tiene muy serios complejos dignos de estudio de un gabinete de especialistas en psiquiatría. Siempre he pensado que tenía el síndrome de Stephen Hawking, pero en cutre y ratonero. Me resulta irritante su tonito prepotente y desafiante, de sabio en un cuartel de analfabetos, siempre dispuesto a aleccionar con sus moralinas insidiosas, capciosas, engañosas y genuina-mente demagógicas. Además de inteligente se cree astuto, sutil y exponente de la ortodoxia moral democrática. Es un listillo que se dedica a prender la mecha de la sedición y la revuelta.
¿Qué piensan del tal Pablo Iglesias? Ya saben, el jefe de la nueva camorra comunista, vicepresidente del ejecutivo aposentado y apesebrado en el palacio de la Moncloa y con residencia en Galapagar. Lo suyo ya no tiene nombre, es la representación más pura que puede haber de la nueva casta política, a la que antaño, desde Vallecas, criticaba con ferocidad y descaro sin igual. El es el capo y el palio bajo el que se cubren los anti nada. Es la ignominia, la deshonra, el deshonor y el ultraje permanente a grandeza de nuestra Patria. Su felonía y traición a España no tiene parangón. Es el inductor, el que provoca la iracundia de su parroquia y acólitos de la kale borroka, agitador y animador de la lucha revolucionaria, de la toma de plazas y calles del solar hispano. Con tono de párroco trasnochado y aparente indulgencia, exhorta a sus huestes a tomar el espacio público, censurando a los medios de comunicación que no le bailan el agua y permitirse, reiterada y constantemente, desairar a su compañero de lecho político, Pedro Sánchez, tan ecuánime, sereno y ladino como ninguno. Menuda tropa: comunistas obsoletos, socialistas reaccionarios, anti nada, anti todo, pro nada, bolivarianos, chavistas, nazionalistas, independentistas, regionalistas pueblerinos y toda un corte de corsarios con patente.
Este tumor hay que extirparlo. Ha crecido demasiado y está comenzando a afectar a órganos vitales. La sociedad española no puede permanecer indiferente e indolente ante tanto exceso. Debemos reaccionar y poner freno a los dislates y desmanes que se están produciendo. No hay que callarse, hay que movilizarse y exigir depuración de responsabilidades. Ausentarse de la pelea es de cobardes, así de sencillo y así de claro.
¡España, despierta!