El silencio de los corderos
14/07.- España es fruto de lo que ha sido, fruto de lo dulce y lo amargo, no lo podemos olvidar, aunque demasiados lo deban aprender, somos una comunidad, no un rebaño con silenciosos corderos.
Por definición, España es un estado laico y aconfesional, es decir, no tiene una religión oficial ni confesión religiosa alguna, tampoco hay una declaración institucional que reconozca a la Iglesia católica como el único credo del pueblo español. «España ha dejado de ser católica» –pronunció Manuel Azaña durante la Segunda República Española–. Era el 14 de octubre de 1931, durante un discurso pronunciado ante la Cámara constituyente, desde el ejercicio de su ministerial responsabilidad como ministro de la Guerra. Para muchos fue un discurso brillante, para otros una exageración intelectual en tiempos de un republicanismo triunfante, ardoroso y exultante, una vez derrocada la monarquía borbona de Alfonso XIII.
Para los católicos se iniciaba un periodo de persecución, censura y tormento inexcusable y execrable. La llamada «cuestión religiosa» iniciaba una andadura que martirizaría, durante la Guerra Civil, a miles de religiosos y seglares. No atribuyo a Manuel María Nicanor Federico Azaña Díaz-Gallo –así se registraba su nombre– la autoría material de los sucesos sacrílegos, profanadores de suelo sagrado, o de las sacas anti clericales que llevarían al martirio y asesinato de muchos de nuestros compatriotas, menos aún de las violaciones perpetradas por los milicianos durante este triste y dramático episodio de la Historia de España.
No soy tan sectario para proclamarlo, pero sí le quiero recordar como el inductor involuntario e intelectual de tanto desmán e irreverencia revolucionaria. Desde el comienzo de la nueva aventura histórica patria, movidos por el odio, rencor e inquina –probada, constada, notoria y demostrada con oscuros sucesos ocurridos– del encono, la saña y la malquerencia de los defensores de la paz, la justicia, el progreso y la libertad.
La autoproclamada memoria histórica de hoy es profundamente selectiva, anti histórica y perversa a la hora de querer recordar. Años de antipatía y aversión precedieron a tan deleznables hechos perpetrados, desde las soflamas marxistas y anarquistas que tomaron las calles y plazas de nuestras ciudades, que reprimieron y persiguieron al pueblo de Dios y, sin escrúpulos ni remordimientos, implantaron una dictadura de pensamiento único, excluyente de toda trascendencia y espiritualidad bien entendida, también dentro del ámbito de las ideologías y del pensamiento político.
Esos frescos aromas de libertad añorados por los parias de la tierra, aquellos sueños de progreso y justicia social quedaron olvidados tempranamente, a fuerza de incendios, violaciones, fusilamientos al amanecer o, sencillamente, a cielo abierto y con el rostro descubierto, en grosera representación de una revolución abocada a un fracaso impenitente. Demasiado sanguinario y traumático para ser olvidado y no tener presente en los tiempos que corren, donde el laicismo beligerante y militante, toma de nuevo la tribuna de los oradores y aprueba leyes discriminatorias, imperativas y sectarias. Triunfa victorioso el adoctrinamiento basado en la dictadura de la ética de pensamiento único.
En aquel discurso histórico, Manuel Azaña, antes de ser nombrado presidente del Consejo de Ministros y presidente de la Segunda República Española, no sólo se pronunció sobre la cuestión religiosa, en la que defendió con una hábil retórica el excesivo poder de la Iglesia, también se refirió a otros dos graves asuntos nacionales, el de las autonomías y el de la propiedad agraria. No le regatearé su profundidad argumental, ni menos aún su exposición oratoria, e incluso aceptaré, desde el legítimo ejercicio de su libertad y, como ínclito ministro, su responsabilidad ante su pueblo y ante la historia. Lo dicho, dicho está, las hemerotecas les podrán refrescar la memoria o, si no la conocen, busquen sin demasiado esfuerzo y la encontrarán.
Hoy la historia se repite en su trasfondo, esperemos que no en su puesta en escena, y el anti clericalismo y el laicismo radical se exhiben y cobran carta de naturaleza. La lista de decretos aprobados en el Palacio de la Moncloa, las diversas leyes refrendadas en sede parlamentaria y los borradores, también ante proyectos de ley, son redactados a una velocidad endiablada para poder conseguir un nuevo modelo de estado, menos tolerante, indulgente, dialogante y profundamente anti social. Ser contrario a este nuevo régimen impositivo es ser tachado de reaccionario, xenófobo, racista y fascista.
Mientras, de manera indolente, indiferente, sumisa y silenciosa, el rebaño social en que nos hemos convertido, pastoreados con el cayado, siempre dispuesto a ser utilizado con las obedientes, dóciles y manejables ovejas. En este sentido hay un cierto paralelismo con la servidumbre alienante implantada por la iglesia medieval. Pero no somos corderos, aunque en la pavada, más que manada ovina y caprina, los individuos pasten ignorantes de la amenaza que cierne sobre ellos.
No balamos, ni gruñimos, ni resoplamos, aunque algunos berreen más de la cuenta emitiendo desagradables sonidos para nuestros oídos. Cercados y custodiados por zagales malhumorados, ovejeros despiadados y cabreros insolentes y deslenguados, nos dirigen, cuando les viene en gana, hacia el matadero. Anonadados, embobados e idiotizados por la cultura basura sin esencia y penosa existencia, la tergiversación de la verdad y la adulteración de la historia, nos somete, sin resistencia, a nuestro destino impuesto.
No queridos lectores, no somos manada, boyada, torada, vacada, pavada, rebaño y piara de seres amorfos, descerebrados, sin juicio ni criterio. Tenemos voluntad, por eso podemos elegir, disfrutamos del raciocinio como contrapeso de las fuerzas instintivas más primarias, en definitiva, somos sujetos pensantes, aunque muchos no sean practicantes, somos seres inteligentes, aunque no lo demostremos en demasía, somos seres humanos y, sobre todo, personas con trascendencia.
España es fruto de lo que ha sido, fruto de lo dulce y lo amargo, no lo podemos olvidar, aunque demasiados lo deban aprender, somos una comunidad, no un rebaño con silenciosos corderos, somos España, empresa común y causa de nuestros anhelos y desvelos compartidos fraternalmente. Somos una gran nación, aunque menguada últimamente por tanto despropósito y desmemoria. Hablemos claro, sin complejos, actuemos conforme a valores e ideales trascendentes, pero no callemos intimidados.