Vamos a contar mentiras
Cuando yo era niño, ay, una cancioncilla infantil comenzaba: «Ahora que vamos despacio vamos a contar mentiras, tralará…» para continuar enumerando mentiras de grueso calibre capaces de ser identificadas por aquellos niños de la época que no imaginaban la informática, el móvil y tantos otros ingenios útiles, pero aprendían en la escuela quiénes eran El Cid, Felipe II, Quevedo y tantos personajes que hoy ignoran no pocos ya adolescentes cuando les preguntan en las teles. Me viene a la cabeza aquella cancioncilla cuando escucho al presidente y a sus ministros contarnos las excelencias de su gestión.
Ahora que vamos despacio en la recuperación económica, Sánchez y sus clones ministeriales no dejan de contarnos mentiras. Su última reunión con los diputados y senadores sanchistas, uno de los escasos ámbitos en los que se siente seguro porque en las calles le abuchean, fue de traca. Una sucesión de autoelogios envueltas en falsedades continuadas. Habló de él y de su magna gestión. Su tema predilecto es él mismo, mecachis, qué guapo soy. Ni autocrítica ni sombra alguna bajo el Rey Sol. Ni una palabra sobre la progresiva división en su «Gobierno ejemplar», ni siquiera una cita a sus socios, ni sobre su claudicación ante el desafío de la Generalidad a la sentencia judicial –una más– sobre el castellano en las aulas, ni sobre el escándalo de los libros de texto a la gloria de Sánchez y de la ignorancia de sus jovencísimos destinatarios. Ante ello calla, luego otorga, y critica a Ayuso porque anuncia que revisará esos contenidos ideológicos. Tampoco una palabra sobre el menosprecio de la ínclita Dolores Delgado al Tribunal Supremo en el nombramiento de fiscal coordinador de Menores porque «no se identifica» con el candidato que resultaba idóneo para el Supremo.
Sánchez celebraba el cuarto aniversario de su golpe parlamentario disfrazado de moción de censura. Repitió que la moción respondía a una sentencia que condenó al PP por corrupción, pero esa sentencia nunca existió, como aclaró el Tribunal Supremo en sentencia posterior. Los manejos de un juez amiguete abrieron la vía a un golpe parlamentario. En España tenemos antecedentes. Acaso el más sonado sea el que expulsó de la Presidencia de la República a Niceto Alcalá-Zamora, católico y moderado, en abril de 1936, para colocar en el sillón al bizcochable y dubitativo Manuel Azaña, que le venía de perlas al extremismo de izquierdas.
Sánchez y sus ministros silencian la mayor deuda europea, el desastre del IPC, la inflación galopante, el paro más agobiante de la UE, la anunciada medida del Banco Central Europeo que desguarnecerá a la economía española, las previsiones internacionales sobre nuestra recuperación, el choteo europeo ante los zigzagueos del Gobierno en asuntos como la guerra de Ucrania con cinco ministros en la línea de Putin… El Gobierno solo repite que el paro ha descendido el mes pasado, pero oculta que su reforma de la reforma laboral no considera parados a los trabajadores fijos discontinuos, una forma light de maquillar el contrato temporal y, en definitiva, el paro. Con un solo mes de trabajo al año, un contratado ya no cuenta como parado. Y el Gobierno no hace sino aumentar cada vez más la oferta pública. Aumenta el gasto cuando debería reducirlo y los socios díscolos de Sánchez protestan mucho, pero siguen en los ministerios y cobrando. Y, claro, digan lo que digan, aunque atenten contra la Constitución y las Instituciones en declaraciones que son directamente injurias o calumnias, Sánchez no se atreve a cesarlos.
Aragonès, el representante del Estado en Cataluña, no ceja en sus disparatadas manifestaciones y es un directo enemigo del Estado de derecho, pero el Gobierno sanchista lo consiente, mira para otro lado, incluso lo aplaude. La debilidad de la Moncloa no tiene precedente. Un Gobierno débil y entreguista no es la solución, sino el problema. Y eso lo saben nuestros socios de la UE porque sus embajadores en Madrid hacen su trabajo. Por eso, en la reunión del PPE en Rotterdam, debut de Feijóo en las lides europeas como líder del Partido Popular, su dura y clara intervención no sorprendió a nadie.
A Aznar y a Rajoy les tocó enmendar, con el sacrificio de todos, el desastre de la situación económica tras legislaturas socialistas. Pensemos en lo que le tocará a Feijóo tras el paso de Sánchez por la Moncloa. Pero, eso sí, tendremos a los bien engrasados sindicatos en la calle. Ya lo anunció Yolanda Díaz en el Congreso: ganará la izquierda o se saldrá a la calle. Democracia popular, lo que consideraba Pablo Iglesias –el último, el ricachón, no el modesto fundador del PSOE– «jarabe democrático».
La izquierda suele responder a las actuaciones judiciales con descalificaciones, incluso antes de producirse las sentencias. Lo mismo ocurre cuando algún personaje con auctoritas emite una opinión desde su conocimiento y experiencia y no les gusta. Yolanda Díaz descalificó al gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos. Le llamó partidista y denunció «su desconocimiento». Seguro que ella ha atesorado más conocimientos como abogada laboralista del PCE en Ferrol que Hernández de Cos como directivo del Banco Central Europeo, entre otros destinos. Entiendo la discrepancia, incluso el enfado, pero la descalificación profesional le viene grande a la inquieta vicepresidenta y es una frivolidad. Y que conste que me cae bien.
Desayuné el otro día con la encuesta del CIS de Tezanos sobre las elecciones andaluzas. Casi se me atraganta el té. Resulta que da muy buenas cifras al PP y también sube a Vox. No me sorprendió por creer que no podría responder a la realidad, sino por el hecho de que el socialista leal que es Tezanos lo reflejase. Tras meditar unos segundos, solo eso, me lo expliqué. Se trata de alzar el coco de PP-Vox para tratar de movilizar un voto socialista muy poco motivado. ¿A que se entiende?
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