Nos alcanzó el destino
Hace unos días, vi un programa de televisión en el que mostraban los progresos de la obra del estadio Santiago Bernabéu y hacían una recreación de lo que será el resultado final, allá a finales del 2022.
Nadie puede negar que la obra sea faraónica, más diría yo, casi, casi, titánica, y el resultado un nuevo estadio, no modernísimo, si no algo verdaderamente futurista.
Por otra parte, ese mismo día pude leer en el periódico los formidables avances tecnológicos de esos nuevos empresarios que fabrican ya artefactos para llevar gente a Marte y montar allí colonias humanas. Por supuesto, los futuros pasajeros serán multimillonarios, capaces de pagar las formidables sumas que se requerirán para obtener un pasaje, probablemente solo de ida.
Todo esto me angustiaba, me sugería un mundo en el que yo no iba a contar para nada y me acordé de aquella película, que Fausto Heras recordó en una de sus charlas, titulada Cuando el destino nos alcance.
La película, para el que no la haya visto, retrata un mundo futuro bastante sobrecogedor, o por mejor decir aterrador, pero creo que con tintes muy realistas.
Afortunadamente, luego por la tarde, me di un paseo por mi querido Paseo de Recoletos, y disfruté con lo que vi.
Sencillamente lo que vi me causó una muy grata impresión, la terraza del Gran Café de Gijón completamente llena de gente, todas las mesas ocupadas.
Y pensé, Gracias a Dios que sigue habiendo muchas personas que disfrutan de lo lindo, tomando un café o una copa alrededor de una sencilla mesa donde compartir, con unos buenos amigos, un buen rato de conversación.
Cosa pues sencilla y al alcance de cualquiera y no como ese futuro que nos pintan tan oscuro y tan impersonal.
En cualquier caso si me topo con uno de esos que quiere ir a Marte le diré lo del título de una novela del recordado Álvaro de la Iglesia, Vaya usted con Dios, imbécil.
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