De las alegrías a las tristezas

Acaso tenemos los españoles una maldición para que, cada cierto tiempo, veamos frustradas nuestras posibilidades de alegría, de convivencia en paz, de concordia y unidad.


​​Publicado en la revista El Mentidero de la Villa de Madrid (16/ABR/2024). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

Domingo, 14 de abril: fecha de la historia. Vayamos, de entrada, a un texto remoto, nada menos que de junio de 1934:

«La revolución del 14 de abril parecía prometer, en cuanto a lo histórico, la devolución a España de un interés y de una empresa comunes (…). Y, después, en cuanto al fondo social, la revolución del 14 de abril trajo la incorporación de los socialistas a una obra de gobierno no exclusivamente proletaria (…); se matriculaban en un movimiento que tenía todo un aire nacional».

Estas palabras, pronunciadas en el Parlamento republicano aquel 6 de junio, no corresponden ni a Manuel Azaña ni a Indalecio Prieto, sino a José Antonio Primo de Rivera, que tuvo que añadir en el mismo discurso que «las promesas del 14 de abril se han quedado incumplidas…». Recuérdese que se trataba de la etapa de gobierno derechista, que fue calificada de bienio negro o, según el parlamentario mencionado, de bienio estúpido, toda vez que se trataba de una victoria sin alas. A partir de febrero de 1936, con el Frente Popular en el poder, se pasó del incumplimiento de las expectativas de aquel régimen, con la tristeza que ello conllevaba, al fraccionamiento radical de España en dos bloques irreconciliables, que propiciaron la guerra civil. Verdaderamente, la historia es maestra de la vida, y me cuesta repetir el conocido adagio de que los pueblos que olvidan su historia se ven obligados a repetirla.

También el régimen actual, nacido en la Transición, fue recibido con muchas alegrías; ya no surgió al compás de aquel brillante manifiesto a favor de una República de Ortega, Marañón y Pérez de Ayala, sino con la mucho más sencilla pero pegadiza musiquilla del Habla, pueblo, habla.

Transcurridos cuarenta y seis años de la Constitución del 78, parece que también se ha pasado de la inicial alegría al desencanto: tampoco se han cumplido las expectativas, ni en orden a lograr una empresa común nacional ni con respecto a las cuestiones sociales, aunque el socialismo español ha participado de hoz y de coz en la gestación y funcionamiento del nuevo estado de cosas; claro que, en este momento concreto, es difícil definir al PSOE, devenido en puro sanchismo, volcado a cosas como la agenda 2030 y despreocupado del tema social.

Hay quienes definen la situación actual como otra Transición, y los más agoreros llegan a afirmar que este régimen y su ordenamiento legal están dando las últimas boqueadas; en todo caso, la alegría no aparece por ninguna parte…

En claro contraste, entre los síntomas más alarmantes, vislumbramos, por un lado, que una gran parte de la sociedad española, precisamente la que hace caso a los políticos, está otra vez escindida en dos bandos de difícil reconciliación; por otro lado, se anuncia sin el menor recato la cancelación de la unidad nacional, por mor de los separatismos encastillados en el Estado de las autonomías, y que han sido constantemente alimentados por los sucesivos gobiernos centrales, de uno y de otro signo.

Si echamos otra mirada a la historia –esa a la que parece que estamos condenados en repetir– medió, en 1934, un golpe de Estado de la Generalidad de Cataluña contra la legalidad republicana; claro que, a su lado, el tsunami de 2017 apenas fue nada, pero no por falta de ganas de sus promotores. Los golpistas del 34 fueron también amnistiados dos años después, igualmente sin arrepentimiento previo, y el retorno triunfal de Companys al poder se constituye ahora en claro referente del regreso, igualmente triunfal, que espera Puigdemont con muchas posibilidades de que se celebre. Vamos, un dejà vu

Se anuncia en voz alta y clara, en la calle y en las instituciones, que, además de recibir la bolsa íntegra, se celebrará un referéndum de autodeterminación; las apresuradas negativas de los socialistas no hacen más que garantizar su realidad, del mismo modo que los repentinos cambios de opinión sobre los indultos y la amnistía corroboraron que iban a tener lugar; los eufemismos formalistas, que posiblemente ya están pactados, no van a negar la evidencia, llámense consultas o como se quiera. La amenaza para la integridad española es un hecho, aunque pase por la etapa previa de un federalismo asimétrico sanchista.

Con este panorama, no es extraño que las alegrías se hayan trocado en tristezas y en incertidumbres; la clase política no cesa, por otra parte, de proponer señuelos para distraer conciencias y voluntades, y, de este modo, la corrupción, tristemente real y en algunos casos fingida, adquiere protagonismo mediático. También, en los tiempos republicanos que hemos mencionado, el estraperlo ocupaba los titulares de la prensa; ahora, los Koldos y Rubiales ocupan este puesto, sin que, por otra parte, nunca llegue la sangre al río ni el ventilador afecte a las más altas instancias.

Acaso tenemos los españoles una maldición para que, cada cierto tiempo, veamos frustradas nuestras posibilidades de alegría, de convivencia en paz, de concordia y unidad, en busca de cotas más altas de justicia y de libertad verdadera; quizás esta maldición consista en la incapacidad de los dirigentes del cotarro para hacer frente al secular problema de España y del adormecimiento de una población que, como en el cuento de la rana sumergida en agua caliente, va aceptando sumisamente un estado de cosas cada vez más alarmante. Verdaderamente, hacen falta más inteligencias como la del autor al que he citado al principio de estas líneas…