Campañas 'solidarias'

Las víctimas de cualquier lucha no dejan de ser meros instrumentos para suscitar adhesiones, aunque las causas presenten tintes borrosos para quienes las utilizan como bandera.


​​Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid (13/FEB/2024). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

Recuerdo que no hace tanto tiempo en que veíamos en nuestras ciudades pintadas solidarias en las paredes y convocatorias a conferencias, charlas informativas y coloquios a favor del Sahara y del Frente Polisario y en contra de los afanes anexionistas de Marruecos; bastó que el presidente Sánchez, sin comunicar ni siquiera al rey su decisión (que algunos dicen producto de un chantaje) de virar radicalmente de simpatías y la posición de su gobierno en el conflicto, para que todos los actos y letreros callejeros desaparecieran como por ensalmo. Es decir, esa izquierda montaraz y reivindicativa de la independencia de un territorio y amiga de los saharauis abandonó sus campañas y prédicas en claro seguidismo de sus líderes y patrones; allá se las compusieran quienes malvivían en los campamentos de Tinduf o quienes guerreaban abiertamente para reclamar su independencia de la injerencia alauita.

Ahora, evidentemente, el tema-estrella es Gaza; proliferan idénticas proclamas a favor de la independencia de Palestina, de un Estado palestino, de solidaridad con Hamas y, en consecuencia, en contra de Israel, generalizado como los judíos; sobre esto último, en muchísimos casos se advierte un claro antisemitismo, que ríanse ustedes de las políticas del III Reich; una pintada gigantesca en mi ciudad afirma sin rubor que «Israel no existe». Y otra superpone dos pulsiones de un rabioso separatismo ultra: junto a un rechazo del 12 de octubre («res a celebrar», nada que celebrar) campea un «Palestina lliure» (Palestina libre).

Indudablemente, toda esta campaña va en justa consonancia con la posición inequívoca de esa parte del II Gobierno Frankenstein que sigue bebiendo (y miccionando, con perdón) las aguas bendecidas por el neomarxismo, y también con los íntimos sentimientos de la otra parte del Ejecutivo, solo expresados con la boca pequeña para no incomodar al patrón USA y a la UE.

De todas maneras, esta suerte de campañas solidarias son muy antiguas, pero se mantienen frescas en mi memoria y en la de todos los que ya peinamos canas; de mis primeros años universitarios, recuerdo que el tópico era entonces la guerra de Vietnam: pintadas, asambleas informativas, panfletos, huelgas…, todo giraba en favor de los pobres vietnamitas masacrados por la maldad yanqui; el cansancio y los cambios de órdenes fueron dejando atrás el tema y nuevas campañas sustituyeron aquella; bastó con cambiar de tema y reaprovechar consignas, lemas y proclamas ante los auditorios, que, por cierto, se fueron haciendo menguados por el cansancio.

No se trataba, ni ahora se trata, de las simpatías o antipatías espontáneas que susciten situaciones conflictivas internacionales, sino de un claro y mezquino aprovechamiento para mover a los públicos en favor de los supuestos solidarios; las víctimas de cualquier lucha no dejan de ser meros instrumentos para suscitar adhesiones, aunque las causas presenten tintes borrosos para quienes las utilizan como bandera.

Las campañas solidarias de este tipo tienen tres anotaciones marcadas: la primera es el factor temporal, que tiene mucho que ver con su posible popularidad en un momento dado; si dejan de ocupar las primeras páginas de los medios periodísticos, se van dejando paulatinamente en el cuarto de los trastos del grupo convocante, a la espera de que otros conflictos susciten un levantamiento de ánimos, siempre que invoquen la libertad y acusen de imperialismo, belicismo y cosas así a un determinado bando implicado; la segunda es su significado real; así, a ningún grupo o grupúsculo se le va a ocurrir levantar banderas a favor de los armenios, o a pedir solidaridad con las minorías cristianas perseguidas y masacradas en diversos lugares de Asia por el islamismo radical, o a lanzar alarmas sobre la grave situación por la que están pasando poblaciones africanas en guerras interminables que no ocupan titulares; la tercera, por fin, responde al patronazgo de estas campañas, que dependerá de los intereses políticos y de las sucesivas orientaciones que vayan tomando los mentores, como se ha podido ver en cuanto al antiguo Sahara español.

Otro ejemplo claro es el de la guerra de Ucrania, donde se esconden dudas razonables en cuanto a apoyar a Kiev o al zar de todas las Rusias; parece que, actualmente, este conflicto, que ya no ocupa las primeras páginas de los informativos, ha quedado sobreseído en cuanto a reivindicaciones concretas de la izquierda. Es curioso que, concretamente en Cataluña, nadie entra en el trapo, quizás por respetar los presuntos pactos o conversaciones del prófugo de Waterloo con los espías que le prometieron el oro y el moro en sus aspiraciones a presidir una república catalana.

Finalmente, una matización de Perogrullo: los solidarios intentarán siempre establecer comparaciones o paralelismos con sus propias aspiraciones y las que teóricamente se puedan plantear en un conflicto ajeno y lejano; es el caso mencionado de la estupidez de rechazar la Hispanidadleit motiv del separatismo antes y ahora– y, al tiempo, formular deseos a favor de una Palestina libre. Se me ocurre que el antisemitismo actual de los segregacionistas acaso sea una reminiscencia, en el subconsciente colectivo, de aquellas curiosas teorías (Valentí Almirall, Pompeu Gener, Salvador Sempere et altera) que vinculaban al invasor castellano con lo semita. Todo podría ser…