El desnudo como protesta
Pocas noticias de relieve ofrece el verano, aparte, claro está de los incendios que están asolando nuestros parajes; en este tema, con todo, me resisto con todas mis fuerzas a las teorías conspiranoicas de la intencionada desertización de la Península por instigación del Nuevo Orden Mundial…
Esto así, las escasas nuevas que difunden estos días los medios suelen ser cansinas, repetitivas y trufadas de tópicos y lugares comunes ⎼como el eterno cruce de acusaciones entre PP y PSOE para renovar el Consejo del Poder Judicial⎼, pero dicho esto siempre hay alguna información cuyas imágenes o contenidos merecen un pequeño comentario, porque ayudan a aliviar la modorra estival.
Ha sido en esta ocasión una crónica de Alemania (La Vanguardia, 22-VIII): resulta que dos atractivas activistas «desnudan sus torsos junto al canciller alemán para pedir el embargo del gas ruso».
La foto del topless de las dos mozas en cuestión es, para qué les voy a engañar, sumamente atractiva para cualquier varón que se precie, y lo mismo le debió pasar al señor Olaf Scholz, a juzgar por la sonrisa pícara con que aparece en las instantáneas, antes de que los servicios de seguridad teutones se llevaran a las protestonas y reivindicativas señoritas, con especial cuidado a la hora de hacer uso de sus represivas manos.
Claro que nada nuevo bajo el sol. En España, estamos acostumbrados a que nuestras femen muestren sus domingas (con perdón) para alterar el culto de las iglesias católicas (por supuesto, nunca de las mezquitas para mostrar su indignación por la situación de las mujeres de esta observancia); también son consabidas las imágenes de los animalistas que acuden al desnudo, integral en ocasiones y con churretones de pintura roja sobre sus carnes, para quejarse del mal trato a los irracionales; asimismo, las de los antitaurinos, para exigir la erradicación de las corridas de toros en todas partes y no solo en la Cataluña regida por el separatismo, que ve en los cosos una fiesta española y, como tal, vituperable sin concesiones.
De hecho, cualquier mujer que se precie ha tenido ocasión y oportunidad aquí de mostrar sus encantos (o sus vergüenzas, según los casos) como forma de queja, de rebeldía, de lamentación o de protesta, para concienciar a los públicos.
Así, podemos entender que las femen que entraban de forma abrupta en las iglesias pretendían escandalizar a los fieles y a los pacientes oficiantes, por aquello del sexto mandamiento, del noveno y, en pocos casos, del décimo; igualmente, que los animalistas quieran asimilar sus cuerpos, supuestamente sangrantes, a los de cualquier animal. Pero ¿qué demonios tendrá que ver el gas ruso de Putin con la exhibición de los bonitos senos de las dos activistas de la noticia? ¿Se verá empujado el alemán a adoptar medidas inmediatas o el ruso a temblar por la amenaza? En todo caso, la estética de los dos cuerpos femeninos quedaba afeado por la perentoria inscripción «embargo del gas, ¡ahora!», con la que embadurnaban sus torsos.
¿Se trata de puro exhibicionismo? No lo creemos así, ya que basta con ir a cualquier playa (alejada de las costas islámicas) para hartarse de ver señoritas y señoras (¡ay!) que limitan su atuendo de baño a un taparrabos. No obstante, algo debe de haber en esta manía, ya que, en estas épocas de desinhibiciones y de libertad sexual, el hecho de empeñarse en salir en las fotos de esta guisa junto a un canciller esconde alguna necesidad perentoria de mostrar esas cualidades a los cuatro mundos.
Quizás sea objeto de una atención propia del psicoanálisis. ¿Siguen de rabiosa actualidad las teorías de Freud, de Wilmer Reich, de Adorno y compañía? ¿Son aplicables a cualquier tipo de protesta social o política?
Desde mi humilde punto de vista, estamos ante una clara discriminación por motivos de sexo (y de género, apresurémonos a decir); cualquier gay masculino o vulgar hetero puede sentirse marginado ante estas formas de protesta. Imaginemos por un momento que, por ejemplo en España, se quieren contestar los decretos o tendencias de cualquiera de las ministras del gobierno de Pedro Sánchez; imagínense que algún musculoso varón votante del PP o de Vox enseñara sus cuerpos en pelota picada o casi (no detallemos) en una aparición de Nadia Calviño, de Margarita Robles, de M.ª Jesús Montero, de la señorita Irene del mismo apellido o de Yolanda Díaz… O, para ser más concretos en la protesta, de Teresa Ribera, cuando, en su campaña de ahorro energético, insta a los españoles a pasar calor o a ducharse sin encender el calentador.
Que conste que, también por razones estéticas y de edad, algunos quedaríamos excluidos de esta forma de manifestar nuestra rebeldía, pero, bien mirado, ¿por qué ha de ser así?
El argumento es fácil: o todos moros o todos cristianos (y perdón, de nuevo, por señalar, con este dicho popular, sin asomo alguno de islamofobia o de agoreros vaticinios).