¿Eurocentrismo?

Un servidor va algo más allá, por supuesto, y se plantea a diario aspectos tan importantes como dónde situar las auténticas raíces europeas, las que corresponden a sus verdadera esencia y pueden sustentar una futura unidad, más allá de la economía y del vasallaje a los EE.UU.


​​Publicado en la revista El Mentidero de la Villa de Madrid (18/JUN/2024). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

Como millones de europeos, he repasado en la prensa los resultados de las elecciones al Parlamento de Estrasburgo, procurando leer entre líneas y más allá de ellas para matizar el inevitable triunfalismo de todos los partidos con sus resultados, sean buenos, malos, mediocres o regulares.

Un comentario general periodístico es que Europa ha girado –o está girando– a la derecha; bueno, pero ya sabemos por experiencia que una gran parte de esa derecha no tendrá el menor escrúpulo en pactar con sus teóricos adversarios de la izquierda, siempre que se trate de mantener el establishment supranacional o estrictamente nacional, dentro del Sistema omnipresente; en efecto, el combate cultural suele disfrutar de muchos armisticios cuando se trata, por ejemplo, de debatir aspectos de la Ideología Woke, de mantener las leyes de memoria o de defender la vida de los nasciturus…

Un servidor va algo más allá, por supuesto, y se plantea a diario aspectos tan importantes como dónde situar las auténticas raíces europeas, las que corresponden a sus verdadera esencia y pueden sustentar una futura unidad, más allá de la economía y del vasallaje a los EE.UU. Esas raíces deben reconocerse y revitalizarse, y se plasman en valores, pues, en teoría, estos pueden desaparecer del panorama social en un momento dado, por presión social y política e inducción de otros contravalores, y redescubrirse cuando cambien las circunstancias y de la mano de otras generaciones; de esta forma, los valores olvidados o secuestrados son siempre potenciales, aunque no sean, ahora, actuales; destacar su cualidad intrínseca es una tarea que me ilusiona mucho más que el introducir mi voto en una urna cada cierto tiempo. Veremos si el supuesto cambio de rumbo parlamentario europeo tiene o no presente esta misión axiológica.

Profundizando en el tema, digamos que se trata de un problema más moral que político, y, según Manuel García Morente, «la función moral es una función estimativa» de aprecio de esos valores, estén o no en el candelero de la moda. Por algo dirá Ortega que «valorar no es “dar valor” a quien por sí no tenía; es reconocer un valor resilente en el objeto», pues «los valores son algo objetivo y no subjetivo»; dicho en términos más pedestres: no dependen del número de voto que alcancen en un escrutinio ni de las variables apetencias que pueda sustentar una determinada generación de europeos, en esta caso que nos ocupa.

En consecuencia,  sigo empecinado en que las verdaderas raíces de Europa están en el Clasicismo grecorromano, en el Cristianismo y en la Germanidad medieval, a todo lo cual hay que sumar, claro está, las aportaciones posteriores a lo largo de los siglos, purificándolas de sus errores manifiestos, y unirlas a un proyecto ilusionante de cara al futuro.

De acuerdo con todo lo dicho, no tengo el menor problema en poner en revisión mi presunta condición de eurocéntrico; he repetido en infinidad de ocasiones que me considero ciudadano de Europa, lo que viene a ser similar al dicho orsiano de ser ciudadano romano, especialmente cuando me entusiasmo, verbigracia, en mis visitas a Itálica, a Cáparra, a Mérida o a las orillas del Tíber.

Si repaso la historia, llego a la conclusión de que, al modo que Roma engendró el mundo conocido de la Antigüedad, Europa ha configurado ha configurado el de la Modernidad, con sus luces y sus sombras; no obstante, parafraseando a Ortega, debo admitir que Europa hizo el mundo y Europa lo ha deshecho; una versión de Europa, por supuesto, que ha abdicado de los valores que conforman su esencia.

Europa fue antaño sinónimo de Cristiandad, pero, sobrepasado este concepto por la Ilustración, devino en el de Occidente, del cual la América anglosajona era un simple apéndice; otra cosa fue, por supuesto, la América hispana, afortunado ensamblaje mestizo de lo europeo, predominantemente en su versión española, y lo nativo americano.

Pues bien, lo occidental, y, por ende, lo europeo, ya no vende en otros países; hay numerosos dedos acusadores que señalan a nuestra Europa y, en ella, a nuestra propia España, en adaptación renovada de una leyenda negra, extendida a todo el Continente; los antaño apéndices transatlánticos, ahora con términos invertidos, tienen mucha parte de culpa. Me temo que parte de los parlamentarios de Estrasburgo han asumido esa idea negativista de lo europeo y lo occidental.

En estas circunstancias, me es difícil definirme como eurocéntrico, a riesgo de deformar una realidad y un sentido del término. No obstante, como he leído últimamente no sé dónde, Europa es más que un continente; es un contenido, y ese contenido o sustento viene dado por las raíces, derivadas en valores, que van a ser debatidas o no, en Estrasburgo en esta legislatura; confío en ello. Si es así, soy decididamente eurocéntrico, pese a quien pese.