Miradas lascivas
11/OCT.- Todos tenemos unas ganas inmensas de recuperar aquello que perdimos, pero no dentro de un «nuevo orden» que no se sabe lo que es, sino dentro de una normalidad como la de antes.
(Animus iocandi)
No contentos con trasladar el sentimiento del odio de los confesionarios y de los divanes del psicoanalista a los tribunales de justicia, parece que la última ingeniosidad se centra en las consultas de oftalmología. En efecto, las miradas lascivas van a formar parte del Código Penal, ya sea como agravante, si están certificadas por un especialista, o como atenuante, en el caso de que una mirada gris, bovina o perruna precediera al acoso.
A todo esto, ¿qué es una mirada lasciva? Se nos ocurre que para calificarla deben concurrir una serie de circunstancias: a) ojos inyectados en sangre o materialmente fuera de sus órbitas; b) secreción de babilla libidinosa por las comisuras de los labios, y c) cabello erizado y/o frente perlada de sudor lujurioso. Fuera de estas características, se nos antoja harto difícil que un juez o una jueza puedan calibrar lúbricamente a unos ojos masculinos que han contemplado a una bella señorita.
Otrosí: otros atenuantes o agravantes parecen venir determinados por algo así como comentarios insinuantes; pero ¿qué entra dentro de esta categoría? Todos sabemos que en el arte de ligar (o de camelar, que es más castizo) entran en juego multitud de recursos verbales y no verbales, sin necesidad alguna de que la señorita interfecta considere que está siendo acosada. Un buenos días, acompañado de una sonrisa, ¿puede entenderse como prolegómeno de un acoso? En caso afirmativo, el hecho de no saludar, mascullar imprecaciones por lo bajini o poner cara de vinagre, deben ser pautas de una conducta políticamente correcta, aunque a uno se le antoja que denotan, por el contrario, falta de educación o síntoma de úlcera gastrointestinal.
Por lo que sabemos, la catalogación de miradas o comentarios queda reservada, por ahora, a los lugares de trabajo. ¡Pobre del oficinista, funcionario o tornero que se sienta atraído por su vecina de despacho, de mesa de ordenador o de banco de torno! Deberá ostentar una cara de Búster Keaton a todas horas y limitar sus comentarios a lo estrictamente profesional. No obstante, ¿y si la máquina inquisitorial feminista consigue ampliar la norma a otros ámbitos? De modo que todo es posible…
Se me ocurren varias ideas preventivas para aplicar al respecto: la primera, ponerme siempre gafas de sol, aunque esté lloviendo a cántaros o se haya impuesto la niebla; la segunda, no dirigirme jamás a una interlocutora del bello sexo, ni siquiera si es la camarera de un restaurante o la taquillera de un cine o de un supermercado.
Y, en lugar de aplicar mi natural talante de educación y simpatía, mascullar palabras secas y breves, acompañadas de gestos hoscos, dado que el empleo del código morse ha quedado anacrónico a todas luces; o bien, profesar como cartujo, aunque me falte la necesaria vocación para ello.
Me dan escalofríos solo de pensar si mi esposa viera llegar a casa una denuncia por haber mirado, siquiera de soslayo, en plena calle a una guapa viandante o por haber comentado que hacía un día espléndido con una vendedora del mercado, usando, sin querer, un tono de voz que se pudiera calificar de insinuante.
Me asalta una duda: ¿son aplicables estas restricciones de vista o gesto a la inversa, es decir, cuando se te dirige a ti una señora o señorita? Acaso, como sucede con la llamada violencia de género, es unidireccional, y nunca puede servir de pruebas ante un tribunal el hecho de que sea una mujer quien te mire con ojos lascivos o entable contigo una conversación que sea considerada insinuante.
En todo caso, es una duda teórica, pues uno ha llegado, felizmente, a esa edad en que resulta invisible para el otro sexo, a excepción, claro, de para mi esposa mencionada.