Ante la silla de Pedro
20/DIC.- Un Gobierno está en todo su derecho de nombrar embajadores a quienes le parezca bien, y suponemos que para tomar estas decisiones entran en juego las condiciones diplomáticas y la inteligencia de los designados.
Ante la silla de Pedro
Unos lo califican de provocación; otros aplauden, por disciplina de partido, una iniciativa, que desconcierta a diestra y siniestra; en este último sector, hay quienes, por rutina casi ancestral y por vocación antirreligiosa desde la cuna, crujen los dientes al entenderlo como concesión a un neoclericalismo progre, aunque pretenda dirigir los dardos en contra del clericalismo más tradicional.
La cuestión es que parece seguro que la señora Celáa, exministra de Educación, debeladora de la concertada, enemiga de la segregación por sexos en las aulas y partidaria ferviente de que los hijos pertenezcan al Estado y no a los padres, va a ser la nueva embajadora de España en el Vaticano.
A lo mejor, la primera misión que le he encomendado Sánchez es que convenza al papa Francisco de que visite de una vez España ━y no solo Santiago de Compostela━ donde será recibido sin duda con todo el amplio equipo ministerial con honores y con un ritual de presenten cirios; a lo mejor, el presidente convence entonces al rey de que pida perdón a México, a Venezuela, etc. (y de paso a Argentina) por los desmanes de los conquistadores y el tremendo agravio que cometieron al crear virreinatos, y no colonias, luego convertidos en naciones, diz que modernas.
Mira por dónde, y desde luego en muy distintas circunstancias y con diferente intención, parece que se va a cumplir aquella ingeniosa boutade de Rafael García Serrano, contenida en el prólogo de la cuarta edición de La fiel infantería (pág. CVII): «Un embajador de España en el Vaticano, bajo cualquier régimen, debe ser ateo; en caso contrario, se lo meten en el bolsillo». Claro que esto puede ser una afirmación algo temeraria, pues no hemos llevado a cabo una inquisitoria sobre las creencias de la exministra.
Pero a la señora Celáa se le han adelantado (algún fementido machista diría que cosas de mujeres…), y he aquí que la vicepresidenta Yolanda Díaz ha sido la que, con un impecable atuendo de los que nos tiene acostumbrados y esta vez muy propio del protocolo vaticano, se ha presentado ante Francisco y le ha regalado una estola de material reciclado y un ejemplar de Follas Novas, de Rosalía de Castro y de Murguía; no estoy seguro de que no se trate de un presente algo envenenado y con mensaje subliminal, ya que el padre biológico de la poetisa fue, como sabemos, un clérigo.
No desdeñemos, sin embargo, esta intención, ya que la señora Díaz ha demostrado que tiene la cabeza bien amueblada, por lo menos lo suficiente para prepararle a Sánchez unos idus de marzo a todo lujo. En otro orden de cosas, no creemos que la inteligencia de la vicepresidenta lleve a un diálogo tan fructífero con Bergoglio como aquel que sostuvieron Ratzinger y Habermas, y que no tiene desperdicio; y es que todas las comparaciones son odiosas…
No esperamos nosotros excesivos resultados, ni intelectuales ni espirituales, de las relaciones entre el papa y la embajadora (la oficial, no la señora Díaz). Nos gustaría escuchar la opinión de algún verdadero socialista, además de católico, como Francisco Vázquez, pero mucho nos tememos que su prudencia le aconseje, de momento, guardar silencio. En esta alocada carrera para postrarse ante la silla de Pedro, ¿será la próxima visitante de las logias vaticanas la señora Irene Montero?
Un Gobierno está en todo su derecho de nombrar embajadores a quienes le parezca bien, y suponemos que para tomar estas decisiones entran en juego las condiciones diplomáticas y la inteligencia de los designados. Lo que seguimos sin saber es si la señora Celáa estará a la altura de su inmediato nombramiento. Y también ignoramos es si el papa Francisco tiene suficiente información fidedigna de lo que está ocurriendo en España, o bien los datos de que dispone son del mismo corte que sus conocimientos sobre historia, y, en concreto, sobre la conquista, colonización, evangelización y mestizaje que llevó a cabo España.
Desconfiamos de que la nueva embajadora se ofrezca a pronunciar un ciclo de conferencias al Colegio Cardenalicio sobre las Leyes de Indias, la creación de universidades y colegios, la erección de catedrales, iglesias y misiones… hasta llegar al “derecho de asilo” de los esclavos negros. También sería interesante un ciclo sobre las actuaciones, tras la independencia, de los criollos gobernantes, ascendientes de los actuales mandatarios hispanoamericanos, en contra de las poblaciones nativas.
Tampoco sabemos si el papa Francisco tiene a su alcance otros libros que no sean el de Bartolomé de las Casas; a bote pronto, podríamos recomendarle, también a guisa de ejemplo, el del norteamericano Charles F. Lummis; sería un bonito regalo junto a la estola de material reciclado y el libro de Rosalía de Castro.
Me reitero en una distinción que hace poco formulé ante los lectores: entre la Iglesia católica, como Esposa de Cristo, presidida por el Espíritu Santo, que debe guiar a los hombres hasta la Parusía, y el Estado Vaticano, falible en lo político, dotado de una truculenta diplomacia y de unas endiabladas finanzas. Más o menos, la misma diferencia que suelo establecer entre la España oficial de este régimen y la España metafísica de mis aspiraciones más profundas.