En torno a la ignorancia y a la cultura.
Parece que el resbalón de don José Hila, alcalde Palma de Mallorca, al suprimir los nombres de las calles Churruca, Gravina y Cervera por ser franquistas los personajes a las que se dedicaron, ha quedado suficientemente aclarado por confesión del protagonista al dar marcha atrás en el disparate; según sus propias palabras: No he profundizado en esa parte de la historia. No tengo por qué saber de todo. Apresurémonos, pues, a apear el calificativo de idiota que le brindó Arturo Pérez-Reverte y dejémoslo en ignorante.
Tener un conocimiento elemental de qué fue y representó la batalla de Trafalgar y quiénes fueron sus protagonistas a principios del siglo XIX, y otro tanto sobre la figura de don Pascual Cervera y Topete, a finales de la misma centuria, no exige una especial profundización sobre la historia, sino que forma parte de algo que se llamaba ⎼no sé si todavía se llama⎼ cultura general; mi generación la solía aprender básicamente en aquellas enciclopedias de graduación creciente, según la edad y los progresos del alumno.
Lo que ocurre es que, para la progresía imperante, la historia de España, así como la literatura, la filosofía, el latín y un largo etcétera, forman parte de lo que suelen llamar contenidos culturales poco relevantes, y van siendo arrumbados de un sistema educativo cuyas prioridades siguen siendo, entre otras más peregrinas e intencionadas, la creatividad del escolar, el dichoso aprender a aprender, repetido como mantra, y cualquier novedad gratificante que exima del esfuerzo; todo ello respaldado aún por las teorías constructivistas, que se aplicaron como una panacea en la ESO que debió de estudiar el regidor de Palma.
En mi vida profesional como profesor tuve que bregar contra la imposición de ese constructivismo entendido como dogma, y que califica Ricardo Moreno Castillo, sin paliativos, como despropósito (véase el interesante libro La conjura de los ignorantes); dice este autor con toda razón que, por el contrario a las tesis aplicadas en las aulas sin ton ni son, cuanto más erudito, culto y leído sea un estudiante al acabar su etapa escolar, más capacidad tendrá de seguir aprendiendo; evidentemente, el señor Hila se quedó, como mucho, a mitad de camino, y eso siendo generosos…
Junto a la noticia de la confesión de ignorancia y retractación de las medias sobre el callejero del alcalde mallorquín, resalto otra información periodística reciente que se refiere a unos alumnos, también de la ESO, en su último año, de un instituto madrileño que están aprendiendo tecnología espacial de la mano de una ingeniero astrofísica israelí y trabajan en la construcción de un nanosatélite; el jefe de estudios de ese instituto justifica el proyecto, ya que despierta vocaciones.
¿Sabrán esos alumnos de 4º de la ESO quiénes fueron Churruca, Gravina y Cervera, y en qué momento de la historia y en qué hechos adquirieron protagonismo? Me gustaría suponer que es así, y que, junto a sus estudios y trabajos de ingeniería espacial, escriben correctamente, dominan otros idiomas, leen de forma comprensiva tanto textos técnicos como literarios, tienen nociones básicas de la historia de España y Universal y conocen las bases de la cultura clásica, instalando de esta forma las bases para continuar aprendiendo y, sobre todo, para ser seres humanos completos. Como gustaba de repetir mi profesor don Guillermo Díaz-Plaja, ¡ay del profesional que carece de información, pero ay del ser humano que carece de formación!
Porque lo cierto y verdadero es que no son en absoluto incompatibles o divergentes ser una persona medianamente culta a los 16 años y hacer sus pinitos en el campo científico e innovador de la robótica, de la informática o de la astrofísica; no solo las letras y las ciencias son complementarias e interrelacionadas, sino que, tirando por elevación, son necesarias en la enseñanza la transmisión de conocimientos heredados a lo largo de muchas generaciones y la creatividad investigadora; humanidades, ciencia y tecnología deben estar inmersas en los currículos educativos, sin exclusiones mutuas.
El mencionado Ricardo Moreno Castillo recoge una cita de André Comte-Sponville que viene como anillo al dedo: Solo mediante la transmisión del pasado a los hijos les permitimos inventar su futuro. Solo si somos culturalmente conservadores podemos ser políticamente progresistas (me imagino que este último término usado en su sentido cabal y no demagógico).
Francamente, no veo al regidor de Palma de Mallorca participando tampoco en un proyecto astrofísico, como tampoco interesado en las páginas de un libro elemental de historia de España, ni siquiera de aquellas enciclopedias graduadas de mi infancia; debe de tener, eso sí, otras cualidades, que son las que llevaron a sus conciudadanos a otorgarle la vara de mando municipal. Más o menos, como otros políticos del momento ⎼con o sin titulaciones académicas⎼, que no se caracterizan precisamente por su cultura, por su conocimiento de la historia ni, incluso, por su creatividad.