Una nueva 'posguerra'
Publicado en junio de 2020 en:
El Nº 314 de 'Desde la Puerta del Sol'. [Portada 'Desde la Puerta del Sol' en LRP]
El Nº 333 de la 'Gaceta FJA'. [Portada 'Gaceta FJA' en LRP]
Me contaban mis mayores –y me lo siguen contando algunos de ellos, que gozan de buena salud y cabeza privilegiada– que aquella posguerra española, enmarcada en la contienda mundial, fue muy sacrificada y dura. Y no tanto por motivos políticos, sino por la imperiosa necesidad de reconstruir España.
La guerra civil había provocado una fractura social –que ya venía de lejos, por otra parte– que era preciso soldar paulatinamente; a la vez, era necesario rehacer toda la economía maltrecha y, en lo industrial, prácticamente inexistente. El remedio –no la panacea, que no suele darse en lo humano– fue el esfuerzo compartido y el trabajo común de todos los españoles, sin distinción de antiguas pertenencias a los dos bandos que se habían enfrentado.
En esto han coincidido y coinciden todos los magníficos viejos que he conocido, por cierto de ambas trincheras, indistintamente; si la época era dura y llena de dificultades, más duros fueron todos los protagonistas de aquel renacer de una sociedad y de una economía; y lo siguen siendo los sobrevivientes que me hacen objeto de sus confidencias sobre el momento que les tocó vivir.
Los que nacimos años después y llegamos a utilizar las ya caducadas cartillas de racionamiento para pegar cromos, como es mi caso, adquirimos con aquella generación sacrificada y animosa una deuda impagable, especialmente por su ejemplaridad; y no digamos los que han abierto los ojos al mundo mucho después, que prácticamente se han sentado a mesa puesta, aunque no estaba todo hecho (España no está hecha y queda mucho por hacer, decía una canción).
Parece que ahora estamos abocados a otra suerte de posguerra, en la que el enemigo, a Dios gracias, no está siendo el hermano, el familiar o el amigo, sino un invisible y maldito virus. Dicen que salimos, poco a poco, de la pandemia con una sociedad maltrecha y que nos esperan largos tiempos para la recuperación del estrago; exigirán, por tanto, otra gran dosis de esfuerzo colectivo y una formidable ilusión para llevarlo a cabo sin desmayo. Por ello, son más detestables las insidias para revivir los rencores de aquella otra posguerra y crear una nueva fractura social.
¿Y qué papel tiene asignado cada cual en esta empresa histórica de urgencia? En este punto, no hay más remedio que matizar los dos roles, inseparables para la reconstrucción, de la Sociedad y del Estado.
Siempre me ha gustado una definición –no recuerdo su procedencia– de que el Estado es, en el fondo, la sociedad organizada jurídica y políticamente. En aquella posguerra de la historia lejana, en un marco totalmente distinto, el Estado español, con todos sus aciertos y errores y salvando las profundas diferencias de opinión de los historiadores, asumió su papel y creó las estructuras imprescindibles para que la Sociedad asumiera el suyo; no sé si la UE vería hoy con buenos ojos, por ejemplo, un nuevo INI o un remozado Derecho del Trabajo o una Sanidad publica a la altura de los tiempos que corren, pero ahí queda como memoria histórica de verdad.
En la circunstancia actual, la intervención del Estado, imprescindible, debe ser principalmente de acicate a la iniciativa social –también de suplencia si falla esta– y de impulso a la emprendiduría; debería centrarse en crear y organizar una sociedad activa de la que se apoderara –según decía Ortega– un formidable apetito de todas las perfecciones. Para ello, debe intervenir, cómo no, pero siempre como promotor y potenciador, nunca como absorbente y castrador. Un nuevo Estado del bienestar no puede degenerar en un Estado nodriza, que mantenga a la sociedad en un estado continuo de infancia irresponsable. Por otra parte, es necesario que el Estado sea fuerte, que es cabalmente lo contrario de un Estado tiránico, para crear una Sociedad fuerte.
Es decir, que la Sociedad, rectamente organizada y dirigida, sea capaz de dar todos los pasos al frente que sean precisos en esta nueva situación de posguerra. Muy distinto sería el absurdo propósito de crear una sociedad subvencionada, en la que se premiase la sumisión y el abandono en unas manos superprotectoras. Uno de los requisitos para evitarlo es la exigencia de una participación real y efectiva, no meramente formal, de la sociedad en las tareas públicas, poniendo en práctica la definición mencionada más arriba.
Mala fórmula sería, pues, recaer en el neoliberalismo, que se abstiene de intervenir y abandona a su suerte a los más desfavorecidos; y mala fórmula sería, asimismo, el modelo de un Estado absolutista, patriarcal y controlador, de un socialismo real arcaico, que promoviera en su gestión abusiva un proteccionismo de una sociedad menor de edad. En este último caso, mucho nos tememos que la intención fuera elevarla a una cierta pubertad vigilada –como en las actuales y cambiantes fases de desescalada– solo cuando se tratase de depositar un papelito en una urna para garantizar, a la vez, subvención y sumisión perpetuas.