Cortinas de humo
El ansiado edificio, tan pretendido por los otros, se llenaba a veces de una espesa niebla que cubría partes importantes de su interior dificultando los quehaceres ordinarios de sus residentes. Pero cuando esto sucedía, enseguida surgían las voces de unos afectados intelectuales que desde sus cómodos sillones tranquilizaban a todos los de la casa convenciéndoles de que aquello sólo se trataba de cortinas de humo que levantaban los otros para sembrar la confusión.
Que sólo eran maniobras de distracción sobre las que no había que preocuparse porque buscaban apartar la atención de las únicas cuestiones principales y trascendentes, que eran las relacionadas con la economía de la casa. Mientras la economía marchara bien, no había que darle importancia a ninguna de esas cortinas de humo; y a fuerza de sosegarles con estas explicaciones, los habitantes de la casa acabaron acostumbrándose a vivir entre habituales humos. Y así, cortina tras cortina fue pasando el tiempo...
Hasta que un día ⎼en que la niebla había sido muy persistente y tan densa que llegó a cubrirlo todo⎼ cuando al fin desapareció, los residentes pudieron darse cuenta de que ya no existía nada a su alrededor: ni ventanas ni puertas, ni cortinas ni humo. Se encontraban fuera de la casa, que había sido ocupada por los otros.