Entre el drama y la cama

Estamos ante quienes levantan lechos de plumas a las causas, y cubos de basura sanitaria a las consecuencias.


​​​​​Publicado en primicia en la sección opinión del digital Sevilla info (3/JUL/2023), posteriormente recogido por La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín de LRP.​

Para intentar atajar el grave problema que en España, por más que pretendamos ningunearlo, supone padecer en torno a unos 100.000 abortos anuales, sería muy conveniente estudiar el distinto perfil de las mujeres que abortan, así como sus diferentes ámbitos y circunstancias, situaciones afectivas personales y familiares, estados psicológicos, soledad y angustia frente al embarazo, relación con el padre del hijo no deseado, estatus económico, laboral y social, posibles medios para afrontar la continuación de la gestación y la crianza del hijo, valores, cultura y religión, necesidades más perentorias, causas directas e indirectas del rechazo al embarazo, etc.

Partiendo de todo este conocimiento, cabría extraer algunas conclusiones determinantes para abordar la cuestión con la pertinente perspectiva humana, moral y social respecto a la mujer que acude a abortar. Y del análisis y valoración de todas ellas, deduciremos que existe una parte importante de mujeres que abortan por padecer situaciones personales, materiales y afectivas sumamente vulnerables que las conducen a la desesperación de creer que no existe para ellas otra salida; pero que si fueran auxiliadas en sus necesidades, no sólo continuarían con sus embarazos, sino que aceptarían muy agradecidas y felices el poder parir a sus hijos. En este tipo de casos, cuando no se ayuda a estas mujeres y finalmente acaban por abortar, el recuerdo del hijo eliminado suele ser un drama que las acompañará durante años o incluso toda su vida, padeciendo el denominado síndrome post aborto (SPA), un síndrome tan real como interesadamente negado por quienes frivolizan con esta grave cuestión o lo han convertido en un sórdido pero muy lucrativo negocio.

Sin embargo, y junto al grupo anterior de embarazadas, hay otro no menos importante y cada vez más numeroso por culpa de una cultura progresivamente proabortista y excluyente de la vida del nasciturus, en el que no existe ninguna de las anteriores circunstancias de fragilidad o vulnerabilidad, o al menos no son consideradas así por la mujer que acude a abortar, pues ésta rechaza su embarazo desde el inicio, con independencia y por encima de cualquier otra circunstancia. En estos casos, por más que se les ofrezca algún tipo de ayuda para continuar con la gestación, no la aceptarán; se lo toman como una cuestión personal, cerrándose totalmente a seguir con la gestación de una vida ajena: de ninguna manera quieren tener a un hijo que identifican como «algo» no deseado y cuya inoportuna «ocupación» de su cuerpo, requiere cuanto antes de un urgente y expedito «desahucio».

Para las mujeres de este grupo, el hijo sólo es considerado como la causa de un mayor deterioro de su aspecto físico y hasta emocional; así como una grave merma de su libertad de mujer, identificándolo como el culpable de un futuro estado de esclavitud y sometimiento que duraría de por vida: el causante de asumir unas obligaciones y responsabilidades que no están dispuestas a soportar. Se trata de mujeres muy receptivas a las omnipresentes y permanentes campañas por tierra, mar y aire de una machacona ideología progresista feminista, que les ha vendido el rechazo a la gestación y a la maternidad como un nuevo y fundamental derecho conquistado tras largos años de lucha; como una forma para construirse el idílico empoderamiento de un total dominio personal sobre sus vidas. Para ellas el aborto no es ningún drama; muy al contrario: el drama -para el que difícilmente se consideran suficientemente preparadas- es el embarazo y su nefasta consecuencia: traer un hijo a este mundo en crisis y sometido a terribles e inminentes amenazas como la superpoblación planetaria y el temido apocalipsis climático.

Por eso se falta a la verdad, aunque se haga con excelente intención, cuando se aborda el tema del aborto generalizando y repitiendo que es un drama social y personal que toda mujer rechaza, etcétera, etcétera; ya que desgraciadamente no acaba siendo así en las sociedades que lo normalizan y fomentan (nadie lo «consagraría» como un derecho si lo considerase como algo negativo) ni lo es para muchas mujeres que lo exigen como única y legítima opción para «librarse de un lastre», con preferencia a cualquier otra posibilidad. No, en principio para éstas no es ningún drama, pese a que no sea infrecuente que a más de una que abominó de su embarazo, le suceda como a las otras antes mencionadas y se le revuelvan incontrolados sentimientos de inexplicable angustia cuando se acerca el cumpleaños de aquel bebé que nunca nació…

En definitiva, en la mayoría de los casos en que el aborto se acepta ya de inicio como un método para evitar el desarrollo del embarazo, el aborto es considerado (también por la mayoría de los hombres que «acompañan» a esa mujeres), como el último mecanismo de seguridad por quienes realizan cópulas sexuales sin importarles la alta posibilidad de que pudieran generar seres humanos totalmente inocentes de la gravísima negligencia de sus progenitores. Parafraseando aquella expresión tan gráfica (que unos atribuyen a Donoso Cortés, y otros a Vázquez de Mella) estaríamos ante quienes levantan lechos de plumas a las causas, y cubos de basura sanitaria a las consecuencias.

Y todo ello conviene que lo tengamos muy en cuenta quienes, pese a todas las dificultades, nos mantenemos en la defensa de la vida del concebido no nacido, para evitar hacernos trampas en el solitario: su derecho a nacer y a vivir no depende del deseo, sentimiento, felicidad o dramatismo del ambiente que rodea a la madre gestante en cada caso concreto; sino que nace del respeto a la dignidad que le corresponde a cualquier ser humano por el simple hecho de serlo, y por el valor que tiene toda vida humana incluso en su fase de gestación, con independencia de las circunstancias más o menos favorables en que fue gestado. Y eso incluye, por supuesto, a los concebidos por violación e incesto




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