El aclamado
Por donde va triunfa. Por donde aparece levanta pasiones. Por donde asoma su apolínea figura brotan masas populares rodeándole y dedicándole indescriptibles aclamaciones. El sano pueblo reconoce los enormes méritos del aclamado, el valor de sus magnánimos actos a favor de la concordia y el inquebrantable compromiso de sus promesas y palabras. No hay manera de parar a la gente cuando este hombre asoma su atractivo careto, y por eso tantos se lanzan a la calle en cuanto lo ven, sea cual fuere el punto cardinal por donde aparezca.
Pero su proverbial humildad le impele a evitar su presencia pública lo más posible, hasta el punto de que en las ruedas de prensa suele suprimir el turno de preguntas de los periodistas para no apabullarles con la deslumbrante inteligencia de sus respuestas. Mas si algo detesta es verse en televisión, y por eso no resulta fácil que se ponga delante de las cámaras. Su natural discreción es tan desmedida que en una reciente cumbre internacional eludió mantener una reunión con un alto personaje, limitándose a abordarle tímidamente en un pasillo, para que no se concediese importancia a tan trascendental encuentro.
Nunca antes habíamos gozado en España de un presidente de Gobierno que suscitase a su alrededor tanta exaltación de ánimo ni tantas irrefrenables muestras de calor a su paso como nuestro Pedro, el aclamado.