Matizaciones a dos artículos sobre José Antonio
La ignorancia actual de la inmensa mayoría de españoles sobre José Antonio Primo de Rivera es tan absoluta como explicable.
Publicado en primicia en el digital Sevillainfo (30/04/2023), posteriormente recogido por La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín de LRP.
La ignorancia actual de la inmensa mayoría de españoles sobre José Antonio Primo de Rivera es tan absoluta como explicable; si pensamos que sucede prácticamente lo mismo con episodios determinantes de nuestra aún reciente historia, como son el secuestro de Ortega Lara y el asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de los asesinos etarras, cuyos herederos son socios del Gobierno actual de España. Por eso mismo, y debido al desconocimiento, con motivo de la exhumación de los restos del fundador de Falange Española del lugar preeminente donde yacían en el Valle de los Caídos, al salir su figura de nuevo a la palestra pública, ha sido objeto de variados comentarios en programas y medios de comunicación que, en algunos casos, revelaban una ignorancia supina que demostraba los peligros de documentarse apresuradamente en la wikipedia, intentando hacer creer que se sabe de todo.
Y en esa ronda de expertos repentinos en José Antonio, tampoco ha faltado alguna ilustre soltando «cosas chulísimas»; como la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, que declaraba solemnemente que con dicha exhumación se estaba resolviendo una «anomalía histórica». ¡Que una comunista que hace gala habitual de su ideología genocida, califique de resolver una anomalía histórica a desenterrar los restos de un joven asesinado por sus coleguitas…, no deja de ser un golpe de humor muy negro! (con perdón).
No obstante y al margen de lo anterior, no han sido pocas las aportaciones interesantes realizadas al respecto, aunque alguna -desde mi modesto saber y entender- admita matizaciones; como son los dos artículos en que aquí me detendré: de Alfonso Ussía en El Debate y de García Cuartango en ABC.
Alfonso Ussía le dedicaba a este asunto en El Debate un apreciable artículo (La diferencia), donde mostraba un reconocimiento amable y hasta cercano con el hijo del dictador don Miguel Primo de Rivera, pese a reconocer Ussía que «En mi juventud apenas me interesó su figura, pero no pude impedir que me sintiera influido en la animadversión. Me dibujaron a José Antonio como un resentido de la vida, un antimonárquico visceral que no perdonó a Alfonso XIII la caída de su padre, don Miguel».
Desgraciadamente, esta confesada animadversión de Ussía hacia la figura de José Antonio, ha constituido una característica muy común en muchos monárquicos españoles desde entonces hasta prácticamente hoy, que han menospreciado a José Antonio tachándolo de traidor a la causa monárquica y a la privilegiada clase social de la que procedía. Sus «pecados»: mantener un discurso excesivamente social para lo que estaban dispuestos a aguantar sus delicados estómagos y afirmar cosas como que la monarquía era «una institución gloriosamente fenecida» y que «por eso el 14 de abril de 1931 aquel simulacro cayó de su sitio sin que entrase en lucha siquiera un piquete de alabarderos». Duras palabras que no carecían de justificación en aquellos momentos, si además recordamos la forma tan penosa forma en que colapsó la monarquía y la determinante circunstancia de que a Alfonso XIII le faltase tiempo para abandonar Madrid la misma noche tras ser proclamada (ilegalmente) la Segunda República.
Sin embargo, y pese a todo, recordemos que José Antonio, que no carecía de graves motivos filiales para darle la espalda a aquella monarquía, y que hacía solo un año que había enterrado a su padre, fue uno de los poquísimos que, junto a dos de sus hermanas, en aquellas terribles horas de popular efervescencia antimonárquica, se acercó a despedir a la reina Victoria Eugenia en su marcha de España después de que lo hiciera su marido. Una triste despedida que se produjo en el alto de Galapagar y de la que quedó constancia en una conocida fotografía de tan histórico momento. Nobleza obliga.
Y desde ABC, Pedro García Cuartango escribía otro artículo (El cadáver manipulado) donde, pese a tratar con cierto respeto al fundador de la Falange, cuya figura decía: «siempre me ha interesado», sin embargo descargaba sobre él graves acusaciones que convendría matizar en defensa de quien no puede hacerlo. En él afirmaba que José Antonio «propugnaba la violencia y que hizo todo lo posible para desestabilizar la República»; así como que «fue una víctima de la Guerra Civil, aunque tuvo responsabilidad en su estallido por el clima de intolerancia y violencia que sembró en las calles». Imputaciones que sólo cabría mantener desde una visión sesgada sobre aquel fracasado período de nuestra historia o desde una ignorancia inadmisible, porque García Cuartango es persona culta e instruida.
En un ámbito de extrema violencia, como el que marcó a la Segunda República ya desde sus inicios, donde se quemaban iglesias el 11 de mayo de 1931, antes de un mes de su proclamación, y con un precario orden público en cuyas calles reinaban las amenazas, los atentados, las palizas y los asesinatos siempre de los mismos, José Antonio se limitó a defenderse contra dichos atentados y agresiones que, nada más fundar Falange Española (octubre de 1933), comenzaron a padecer sus miembros y simpatizantes, considerados por socialistas, comunistas y anarquistas como objetivos preferentes a exterminar en toda España. Sólo tras semanas de asesinatos de varios falangistas, cuando incluso desde periódicos derechistas se burlaban de la falta de respuesta violenta de los falangistas, diciendo cosas tan «ingeniosas» como que eran en realidad franciscanistas y que las siglas FE significaban Funeraria Española, fue cuando se comenzó a responder a aquellos crímenes por razones de mera supervivencia ante la impunidad con que el Gobierno trataba a sus autores.
Atribuir a José Antonio la responsabilidad de sembrar un clima de intolerancia y violencia en aquellas calles, implica ignorar que dicho clima había germinado y fructificado previa y abundantemente desde el principio del período republicano y dirigido siempre contra los mismos objetivos. De lo que sí fue responsable José Antonio, fue de alzar una bandera que supo aglutinar a una parte importante de españoles en defensa de la media España que no se resignó a morir a manos de la otra media. García Cuartango debiera revisar su negativo juicio en este aspecto sobre José Antonio, pues quizás su dureza se deba a las convicciones políticas que mantuvo en el pasado y que eran similares a las «chulísimas» de Yolanda Díaz.
En cualquier caso, todo este asunto podría producir efectos no deseados por sus promotores, pues no han sido pocos los que a raíz de tan macabro empeño del Gobierno de progreso… hacia las fosas, han comenzado a preguntarse por un personaje como José Antonio, maldito para la izquierda e incomodísimo para la derecha, pero con una capacidad de atracción innegable para quienes se acerquen sin prejuicios a interesarse por su vida y sus escritos.
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