Procuremos su felicidad (y la nuestra)
No es justo.
¡Con la dicha que desprendía hablando inglés henchido como un pavo ante las cámaras de la tele y la altivez con que paseaba su palmito por el centro de las avenidas yanquis rodeado de los típicos guardaespaldas de las películas!
Y sin embargo, el pobre ha tenido que volver a este país, ingrato donde los haya, por el que apenas puede dar unos pasos fuera de su palacete sin que lo llenen de improperios, en vez de piropos lanzados por señoras en celo.
Y eso sin mencionar la continua humillación de que le tachen de mentiroso. ¿Mentiroso él?, ¡cuando si por algo se define nuestro superhombre es «por ser un político que cumple» (sic), se supone que su palabra y sus promesas!
Por esto y otros méritos del personaje cuya pudorosa modestia nos exige omitir, no es justo que haya tenido que regresar con la miel en los labios a este pueblo que en su mayoría no le valora como se merece.
Y viendo cómo ha disfrutado por allí, se acercaría mucho a reparar esa injusticia y resarcirle de los tremendos disgustos que le damos, facilitar su vuelta por tiempo indefinido a Yanquilandia, donde verdaderamente se le ha visto moverse exultante de felicidad.
Procurarle ese destino significaría para él un paraíso; y para muchísimos españoles, el inicio para aplacar los infiernos que nos ha ido desencadenando su Gobierno.