Víctimas de la ETA

25/OCT.- Pretender que lo olvidemos y pasemos página, como pago a quienes siguen homenajeando a aquellos asesinos, para que sus votos mantengan un Gobierno, es de una indignidad insuperable.

Víctimas de la ETA: mucho más que muertos


Ahora que se cumplen diez años de que ETA, tras encontrarse acorralada, abandonase las armas, se nos recuerda con diferentes intenciones el número de asesinados por la banda criminal. Una terrible contabilidad que ni siquiera llega a reflejar todo el dolor y el mal que los terroristas sembraron y esparcieron por España durante cuarenta años.

Pues por cada víctima mortal y herido gravísimo del cuerpo, cada atentado dejó también gravísimos heridos del alma y de la mente: personas que quedaron profundamente afectadas para toda su vida y cuyo número resulta difícilmente computable.

Como si de un letal círculo expansivo se tratara, tras cada víctima de sangre habría que sumar una ingente cantidad de afectados: desde cónyuges, novios, hijos, padres, abuelos, nietos, tíos, sobrinos y familiares en general; a amigos, compañeros de trabajo, vecinos, etcétera. Y eso sin contar el forzado «exilio» de cerca de trescientos mil vascos que, para evitar que les matasen como a alimañas, tuvieron que abandonar familias, tierras y trabajos ante el cobarde silencio cómplice de quienes miraban hacia otro lado.

Demasiado dolor para reducirlo al frío cómputo del número de muertos. Pretender que lo olvidemos y pasemos página, como pago a quienes siguen homenajeando a aquellos asesinos, para que sus votos mantengan un Gobierno, es de una indignidad insuperable.


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