Canciones e himnos campamentales

Acaso las hemos depositado en un rincón perdido de la memoria, a la espera de que -parafraseando el arpa de Bécquer- una voz interior nos grite: ¡levántate y canta!


Publicado en la revista Lucero, núm. 150 (enero-marzo 2023). Editado por la Hermandad Doncel - Barcelona | Frente de Juventudes. Ver portada de Lucero en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín de LRP.

Sabemos (por propia experiencia) que en nuestras actividades de campamento se cantaba mucho (y, a menudo bien). Todo un amplísimo repertorio, incluido o no en la clase de canciones (¡esa que algunos se empeñaban en colocar en el horario tras la siesta!) amenizaba la vida al aire libre y demostraba el ambiente de alegría juvenil que la presidía: marchas de nuestras organizaciones, canciones populares y regionales, de animación…; unas, de letra seria o evocadora, de esperanzas puestas en un futuro ideal; otras, de letra frívola e intrascendente… Lo cierto es que todos los momentos -desplazamientos, excursiones, formaciones, asueto- estaban presididas por la alegría de la canción; se nos recordaba aquello de “solo los buenos saben cantar; los malos, graznan, hacen ruido”.

En cuanto a los himnos propiamente dichos, por supuesto era el Cara al sol en los actos de izar y arriar las banderas; en los años 70, se escuchaba, primero, el Himno Nacional, que era seguido por la canción de la Falange. El Prietas las Filas, himno del Frente de Juventudes, se reservaba para el final de los fuegos de campamento, cuando llegaba el momento serio de quemar en la hoguera la corona a los Caídos del día anterior; en la Academia José Antonio, se cantaba El Dardo, su propia canción solemne. Y, sin tener categoría de himno, al regreso de las unidades de la Cruz de los Caídos, cada tarde, se cantaba El camarada, o, en algunos turnos el Envío.

Pero, además, cada campamento concreto tenía su canción o himno específico, unas veces referido al nombre que adoptaba el emplazamiento o la actividad. Generalmente, era una marcha juvenil adaptada ad hoc; en otras ocasiones, la letra y la música eran de elaboración propia, si es que en el cuadro de mandos había poetas y musicólogos inspirados; el Campamento Roger de Lauria, en Marlés, tenía su canción, de la que no sabemos los autores. En la OJE moderna, se institucionalizaron canciones para la entrada de los guiones en la formación (así, Nuestro horizonte), y el antiguo himno del Frente de Juventudes, al acabar el fuego de campamento, dio paso a La gloria del camino.

También solía ocurrir que los propios acampados adoptasen una canción que les había gustado, entresacada del amplio repertorio o no, y no dependía la elección de los gustos de ningún mando, ya fuera la canción de letra consagrada o de una frivolidad casi insultante. Entre mis recuerdos, permanece el de un turno de iniciación montañera, en San Juan de Bagà, en el que el sonsonete agraciado y profusamente repetido, viniera o no a cuento, era el siguiente: “Al pueblo de Bagà, yo ya no puedo ir / pues todas las chavalas se vienen tras de mí…” (¡puras ensoñaciones adolescentes!). Pero, otras veces, era una canción seria la preferida, sin la menor instigación de los mandos.

¿Nos acordamos de aquellas canciones? Acaso las hemos depositado en un rincón perdido de la memoria, a la espera de que -parafraseando el arpa de Bécquer- una voz interior nos grite: ¡levántate y canta!