Palabras, conceptos, ideas
Publicado en la revista Lucero, núm. 141, 4º T de 2020. Editado por la Hermandad Doncel - Barcelona | Frente de Juventudes. Ver portada de Lucero en La Razón de la Proa.
¿Alguno de nosotros se encuentra a gusto en la España en que vivimos? Es más, ¿alguno está conforme y satisfecho con el mundo de nuestros días y desea que continúe de la misma forma para sus nietos?
Responder a estas preguntas es crucial para saber si –al compás de nuestras viejas canciones y consignas– debemos seguir llamándonos revolucionarios o, si por la edad o por otras circunstancias, hemos demitido de ello y somos otra cosa.
Acaso las palabras importen poco; el léxico siempre es producto de una época o de unas determinadas situaciones de quienes lo utilizan; lo que interesa de verdad son los conceptos que quieren traducir esas palabras y las ideas que con ellos se sostienen. Así, nuestros mayores de la O.J. y de las FF.JJ. preconizaban ser la vanguardia de la revolución nacionalsindicalista, según la letra de nuestros textos fundacionales; ahora, ya sabemos de sobra que un cúmulo de circunstancias –personales, nacionales e internacionales– dejaron sin efecto aquella aspiración.
A la generación del que esto escribe –la de los años 60– se nos enseñó que la O.J.E. nacía para cooperar en la gran transformación nacional que precisa España (Plan de Formación. 1963). Y cabalmente era lo mismo que lo anterior, solo que con léxico actualizado.
Revolución viene, etimológicamente, de res novae, en latín, cosas nuevas; un cambio revolucionario no se limita a variar lo superficial, sino ahondar en lo más profundo; es transformar las raíces, en profundidad. Solo los ingenuos o los trasnochados identifican revolución con agitación callejera o lucha violenta, y esto ya lo dejó bien claro José Antonio, que llevaba sus ansias revolucionarias al terreno de lo jurídico, con sus apreciaciones sobre la propiedad, el trabajo, la empresa o la organización de un Estado nuevo.
¿No está en nuestro pensamiento íntimo que el actual Sistema –mixtura de neoliberalismo y de marxismo cultural, en pro de un globalismo hipercapitalista– deba sustituirse por otro, cuyas bases proporcionen mayores cotas de justicia y de libertad?
¿No está en nuestro pensamiento único una España más unida, de todos y para todos, donde se hayan superado los abismos que producen las imposiciones de clase, los dictados de los partidos políticos y las insolidaridades territoriales?
¿No está en nuestros pensamientos y deseos un ser humano armonizado consigo mismo, solidario con los otros y abierto a su destino trascendente? ¿Y que esta armonización pasa necesariamente por la familia, el vecindario y el trabajo?
¿No nos desazona la injusticia en el mundo, donde los más privilegiados disfrutan de todos los lujos y los más desfavorecidos se tienen que conformar con las migajas que caen de la mesa de aquellos?
Si es así, y no nos conformamos en nuestro interior es que seguimos sintiendo como revolucionarios o como aspirantes a esa transformación radical. Ahora bien, no basta con las palabras o con los deseos: en la medida de las posibilidades de cada cual, se precisa manifestarlo al exterior y, sobre todo, laborar por ello; cada uno en su pequeña parcela, que, como dice Pío Baroja, es ya dar un paso de gigante en la transformación del mundo.
Y desde nuestra Hermandad, en la conjunción de esfuerzos y de iniciativas. Por el contrario, la inercia del vivir nos puede llevar a abdicar de los conceptos y de las ideas, aunque las palabras resuenen de vez en cuando en la conciencia; en ese caso, solo nos queda la apariencia.
Ser consecuente implica que tus pensamientos, tus palabras y tus actos vayan en consonancia; ser consecuente, en la España y en el mundo actual, es ser revolucionarios.
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