Impasible el ademán, siguiendo la estrella
Impasible el ademán, pero siempre siguiendo la estrella
Dice Kipling en su inmortal ‘If’ ⎼poema que, según dicen, José Antonio tenía siempre a la mano, mecanografiado, encima de su mesita de noche, para recordatorio y advertencia perpetuos⎼ que al triunfo y el desastre hemos de verlos siempre como impostores en nuestra vida, si queremos forjarnos un carácter digno de nuestra condición humana: imperturbable, trascendente, íntegro, libre.
- Quienes nos seguimos sintiendo rendidamente enamorados de la figura, el pensamiento y la obra de aquel ser humano absolutamente excepcional llamado José Antonio Primo de Rivera, debemos ser también de la misma cuerda que proclama el ‘If’, porque, si no, no se explica que, después de tanto tiempo transcurrido desde su muerte, y tras de una época histórica de presunto triunfo, y otra, más larga ya que la primera, de derrota, sigamos conservando, al menos los que nos hemos embarcado en esta nave con los ojos vidriados de esperanza, ese espíritu de imperturbabilidad, trascendencia, integridad y libertad que reclaman los versos de Kipling, sabiendo que el camino hacia la estrella es más importante que la propia estrella.
- Ese espíritu de peregrinos y también de pioneros queda muy bien retratado en la estrofa de nuestro ‘Cara al sol’ que nos describe con la frase ‘impasible el ademán’, y que se expresó, en tiempos de incomprensión y sufrimiento (¡han sido tantos los que hemos vivido!), con el título de aquella publicación de la Falange que se llamó ‘No Importa’.
- Un espíritu, en fin, que queda resumido en esta entradilla del capítulo primero del libro de Wayne W. Dyer ‘Tus zonas erróneas’: "La esencia de la grandeza radica en la capacidad de optar por la propia realización personal en circunstancias en que otras personas optan por la locura".
Estoy leyendo estos días una de las obras quizás más conocidas de Henry David Thoreau, humanista utópico, considerado como uno de los padres de la literatura norteamericana: ‘Walden. La desobediencia civil’ (Ediciones del Cotal, Barcelona, 1979).
- En su prólogo, Henry Miller dice: "Pienso en él (Thoreau), como un verdadero representante de América: un carácter que, por desgracia, hemos dejado de forjar. Es lo que Lawrence llamaría ‘un aristócrata del espíritu’, o sea, lo más raro de encontrar sobre la faz de la tierra: un individuo".
- Estas palabras me han hecho pensar: "un carácter que hemos dejado de forjar…, un individuo". Me pregunto si no será la compunción que expresan esas palabras, precisamente, lo que caracterizaría el mensaje de rebeldía lanzado por José Antonio en su corta vida y en su corta obra: la rebeldía contra la cosificación del ser humano, el grito de ira, pero también de amor, por la servidumbre al que había sido reducido tanto por el materialismo marxista al encasillarle como un simple número dentro de la colectividad, al servicio del Leviatán-Estado, como por el materialismo capitalista, al convertirle en un mero consumidor al servicio de las grandes corporaciones industriales, mercantiles y bancarias.
- Así que grito: ¡Dios!, ¿qué clase de carácter estamos forjando para el ser y el porvenir de España y de los españoles?..., al mismo tiempo que me estremezo al preguntarme: ¿escapamos nosotros mismos, los tripulantes de esta barquilla, de esa ‘invasión de los bárbaros’?
En fin, estas son parte de mis meditaciones en el preciso momento en que unos cuantos ¿valientes?, ¿ilusos?, ¿concienciados?, ¿rebeldes?, ¿utópicos?, ¿proscritos?... nos decidimos a lanzar un nuevo aunque antiguo grito ante España.
- No buscamos hacer política, sino remover conciencias. En la conciencia, es decir, en el alma, está la verdad, esa cosa misteriosa y admirable que nos hará libres.
- San Agustín proclamó que es en el interior del hombre donde habita la verdad ("in interiore hominis hábitat veritas"), frase a la que Ángel Ganivet, en ‘Idearium español’, dio otro giro: "in interiore Hispaniae hábitat veritas": en lo más profundo de España habita la verdad.
- Creo que valen las dos, y en ellas, combinadas y confundidas en una, acaso esté la nuestra sempiterna ‘revolución pendiente’, la que siempre se persigue pero que nunca se consigue, porque ese es el destino del hombre, eterno Sísifo. La revolución es buscar la verdad: todo lo demás se nos dará por añadidura.