Ya no hace falta un totalitarismo de Estado...
...(expresión acuñada por Lenin en origen), sino que la propia democracia burguesa y liberal iría adoptando la forma de totalitarismo democrático.
Publicado en la revista Lucero (núm. 154, de enero-marzo de 2024). Editada por la Hermandad Doncel - Barcelona | Frente de Juventudes. Ver portada de Lucero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
Empecemos citando unas palabras ancladas en un momento dado ⎼ya muy lejano⎼ de la historia, que hace que suenen a nuestros oídos como puro anacronismo:
«Si la revolución socialista no fuera otra cosa que la implantación de un nuevo orden en lo económico, no nos asustaríamos. Lo que pasa es que la revolución socialista es algo mucho más profundo. Es el triunfo de un sentido materialista de la vida y de la historia (…). Es la venida impetuosa de un orden destructor de la civilización occidental y cristiana».
Curioso… No nos reconocemos, de entrada, en este anuncio ¿agorero? que fue previo a las elecciones de 1936 y a lo que vino después. Pero fijemos un poco la atención, no en la letra, sino en el contenido, y no tardaremos mucho en conceder a estas palabras cierta inquietante actualidad.
El comunismo, en su versión política de socialismo real, cayó estrepitosamente, explosionó, antes de que acabara el siglo XX, víctima de sus propias contradicciones y de su probada ineficacia para que su praxis condujera a ese paraíso en la tierra llamado sociedad comunista. Solo sobrevive hoy en el Asia profunda (China, Corea del Norte) o como leit motiv de los dictadores sudamericanos que quieren emular a Tirano Banderas.
Pero, en Europa, antes de la Segunda Guerra Mundial, un pensador italiano ⎼al que no dudamos en llamar genial, porque la genialidad hay que reconocerla incluso en el adversario⎼ llamado Antonio Gramsci se atrevió a contradecir el dogma marxista-leninista de más abolengo: no se debía atacar la estructura mediante la lucha de clases, sino la superestructura, es decir, el mundo de los valores, la cultura y la enseñanza; con ello, la estructura iría cayendo; sus dos enemigos marcados eran la familia y la Iglesia católica. El nuevo objetivo eran las universidades, los medios de difusión, la judicatura, el clero, la intelectualidad occidental…, para la creación de los intelectuales orgánicos, que irían teniendo influencia sobre el resto de la sociedad.
La infiltración fue un éxito en todos los lugares señalados, incluyendo los seminarios religiosos; aquel santo, pero ingenuo, que fue Juan XXIII, creyó que solo se podían salvar los muebles entrando en diálogo con el marxismo, ya devenido en eurocomunismo; Pablo VI dijo que «el humo de Satanás había entrado en la Iglesia»; solo los grandes pesos pesados, Juan Pablo II y Benedicto XIII, plantaron cara.
Recogió el testigo de Gramsci la llamada Escuela de Frankfurt y sus ideólogos mentalizaron a gran parte de los intelectuales de Occidente y a la juventud universitaria, partiendo de las universidades de la costa este de EE.UU. Era la nueva izquierda o el marxismo cultural, partiendo del aldabonazo, teóricamente inane, del Mayo francés del 68. Ya no hacía falta conquistar el poder político, ni atender a las necesidades de los trabajadores, pues el Estado del bienestar los había desarmado como clase operativa. El combate cultural empezaba, y los destinatarios del neomarxismo ya no eran los obreros, sino las minorías oprimidas; se diseñaba la ideología woke, presente hoy en toda Europa y América.
Los intereses de la nueva izquierda coincidieron con los del neocapitalismo, en pro de la globalización, con una siega implacable de los valores tradicionales y heredados, la supresión de las patrias, los ataques a la institución de la familia, la secularización religiosa, el materialismo puro y duro, que ya era común en la teoría marxista original y en la praxis capitalista.
Ya no hace falta un totalitarismo de Estado (expresión acuñada por Lenin en origen), sino que la propia democracia burguesa y liberal iría adoptando la forma de totalitarismo democrático. Y en eso estamos. No hay, pues, lucha en las calles ni hace falta una policía política como en la extinta URSS; los objetivos gramscianos se van cumpliendo, a no ser por las alternativas que van y pueden ir surgiendo en el combate cultural del día a día. La Agenda 2030 viene a ser la imposición de la nueva dictadura silenciosa.
Salvando, pues, las distancias históricas y lo anecdótico de la frase con que iniciaba este texto, estamos en la misma trinchera ideológica de entonces, que nunca puede ser simplemente de resistencia, sino de ataque, con visión que no dudo en calificar de revolucionaria, porque las resistencias de lo establecido sí que van a ser numantinas.