Los cristianos y la corrección política
24/FEB.- La corrección política hace una redefinición del bien que se contrapone a la moral e incluso a los principios evangélicos.
Publicado en primicia por la revista Misión (finales de 2021).
Las circunstancias han querido que haya de escribir estas líneas mientras permanezco unos días como huésped en la abadía de la Santa Cruz, en el Valle de los Caídos. Es curioso y paradójico que en un monasterio benedictino, en el que todo se ordena para que los monjes puedan llevar sin distracciones su vida nada convencional de atletas de Cristo, un cristiano pueda encontrar en estos tiempos no solo la paz, sino también la normalidad que la sociedad actual se niega a admitir.
Parafraseando una de las citas chestertonianas hoy más recurrentes, aquí la hierba es verde y nadie parece dispuesto a creer que pueda ser otra cosa sino verde, por más que la estación, a estas alturas, la dore y agoste.
Al intentar escribir ahora sobre la corrección política, me embarga la sensación de irrealidad que debía de sentir un monje medieval al hacerlo sobre las remotas regiones de Gog y Magog, situadas en los últimos confines de las tierras imaginarias, desde donde habrían de salir un día las huestes del Anticristo. La diferencia no pequeña es que cuando un servidor abandone dentro de, ¡ay!, muy pocos días estos santos muros, las huestes políticamente correctas seguirán ahí.
Desde hace ya tiempo, los católicos, que no hace tanto constituíamos la mayoría social en nuestro país, hemos tenido que tomar conciencia de que habitamos una España que en buena medida ha dejado de ser cristiana.
Más aún, si atendemos las voces predominantes en la política, la cultura y los medios de comunicación, lo que oímos es un continuo repudio de todo lo que pueda ser la propuesta cristiana –fe, actitudes, soluciones–, sustituida por lo “políticamente correcto”. Un fenómeno de crecimiento imparable en Occidente que es ya una evidente amenaza para la continuidad de la fe y para la Iglesia.
La llamada “corrección política” es un conjunto de formas ideológicas netamente anticristianas que no solo aspiran a conformar las leyes y las instituciones, también las vidas y las mentes de las personas a través de tres ámbitos preferentes: la legislación educativa y la vida escolar, en la que la ideología de género, al servicio del lobby LGTB, se ha convertido en piedra angular; en segundo lugar, las leyes que pretenden corregir las discriminaciones reales o supuestas hacia las minorías raciales o sexuales; finalmente, la tipificación penal del denominado “discurso del odio”, que es como se califica cualquier intento de protesta frente a los abusos que se cometen en los dos ámbitos anteriores.
De todo ello se está siguiendo una limitación cada vez mayor de la libertad de expresión, más aún, de la de conciencia y, en consecuencia, de la libertad religiosa. Las virtudes y valores cristianos se encuentran ante un desafío sin precedentes, pues la clave de la corrección política está en una redefinición del bien que se contrapone plenamente a la moral e incluso a los principios evangélicos.
Es muy necesario que los católicos abandonemos el cómodo buenismo en que estamos instalados y tomemos conciencia de la realidad que se nos impone.
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