Parásitos

16/FEB.- Tiene que llegar un momento en que las sociedades que aspiren a ser verdaderamente sanas habrán de purgarse de tal chusma.

Publicado en primicia por el digital Tradición viva (12/FEB/2022).

​Recogido posteriormente por la revista Desde la Puerta del Sol núm. 587, de 16 de febrero de 2022. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.

La figura del parásito social es tan vieja como el propio hombre: vagos, caraduras, vividores a cuenta de terceros, sableadores de lo ajeno… han desfilado por la Historia desde los tiempos de Roma a los de la picaresca de los siglos XVI-XVII.

Si bien nunca habían desarrollado su perniciosa actividad de una manera tan organizada, tan corporativa si se quiere, como hoy en día, a expensas de las muchas subvenciones emanadas de los presupuestos generales del Estado.

Adictos a las manifas, alborotadores nocturnos, porretas empedernidos, perroflautas callejeros, treintañeros de universidad interminable, gorrones de neveras paternas, feministas pasadas de rosca, animalistas histéricos… una variopinta fauna que repite (cual loros y en clave buenista) mantras sorosianos (acerca de los papeles para todos, el timo del cambio climático, el calentamiento hueval, el #metoo, el no a la caza, etc.) cuyo único horizonte vital es enrocarse en algún chiringuito u observatorio bien regado de dinero público ejerciendo de ecolojetas coñazo, defensores de causas inanes, enfrentadores de hombres y mujeres, multiKulturetas pro islam o especialistas en desmemoria histérica.

Ciertamente, en sí mismos sólo son una pandilla de imbéciles amén de aprovechados, pero su labor (aún cuanto pueda parecer risible) resulta de lo más disolvente, abriendo debates inútiles, dividiendo a la sociedad, destruyendo normas, costumbres y tradiciones antiquísimas, blanqueando ideologías aberrantes (caso de la de género) o demonizando (vía cancelación) a quienes osen desviarse del pensamiento único establecido.

Ello muy en la línea de la estrategia marcada por los prebostes del mundialismo, que necesitan a semejantes impresentables para deconstruir virtudes, familias, patrias, naciones… y así el todopoderoso gran capital campe todavía más a sus anchas.

Tiene que llegar un momento en que las sociedades que aspiren a ser verdaderamente sanas (recobrando los valores de siempre: amor a la patria, esfuerzo, sentido común, protección a la comunidad, respeto por el bien común, espíritu de concordia, etc.) habrán de purgarse de tal chusma.




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