Sin dolor
En los movimientos nacionales surgidos en la Europa de entreguerras (genérica y erróneamente denominados "fascistas", entre los cuales figuró nuestra Falange) pareciera existir una suerte de desprecio hacia el dolor, lo cual no es del todo cierto.
Téngase en cuenta que el dolor constituye uno de los leit motiv del pensamiento tradicional occidental, justo hasta que la llegada de la modernidad lo desbancara en detrimento del placer.
Dolor entendido (en lo que a la construcción de principios superiores se refiere) como sentimiento contenido, consciente, equilibrado; transformador, moldeador y ordenador.
Porque desde el dolor puede alcanzarse el heroísmo, éste una de las formas supremas de trascendencia y redención para el hombre.
He ahí que pocas veces encontremos signo externo de este ingrato sentimiento en los militantes falangistas de antaño, aquellos que se batieron el cobre con los pistoleros marxistas en los años previos a 1936, que lucharon en primera línea de combate durante la Guerra Civil, que se jugaron el tipo llevando a cabo misiones en la retaguardia frentepopulista o se alistaron en la División Azul para devolverle la visita a los bolcheviques en el durísimo frente del Este.
Entonces, sabedores dichos militantes que las almas fuertes únicamente se forjan a partir del dolor, era necesario saber sufrir, algo que hoy suena casi marciano a quienes, blandengues, viven dominados por el hedonismo.
Y es que, en el espíritu de las pocas minorías audaces e inconformistas que en el mundo han sido, no hubo, ni hay ni podrá haber nunca espacio para el dolor en la eterna lucha por lo trascendente.