Sin presente no hay futuro

La acción preventiva se ha convertido y oficializado desde el poder en parte fundamental de lo políticamente correcto.


​​Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid (28/NOV/2023). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

Parece evidente que, como señala Julián Marías, vivimos siempre proyectando nuestro futuro: «la estructura futuriza de la vida humana [escribe] nos remite inexorablemente a su proyección». Pero, como también dice, el presente es real, patente, y el futuro incierto, sólo latente[1]. Sin presente no tenemos futuro, pues sólo desde el presente podemos proyectarlo. Y el futuro que proyectamos puede no realizarse, bien porque la evolución de las circunstancias es diferente a lo previsto, bien porque no ponemos el empeño necesario o bien porque, con los cambios, deja de ser deseable.

No hay duda de que todos procuramos prevenir y realizar el futuro que, altruista o egoístamente, nos parece mejor. Al que no lo hace se le considera un descuidado. Pero sobre qué es lo mejor y cuál el mejor momento y modo de hacerlo siempre hay dudas. Y estas dudas son especialmente conflictivas en cuestiones y pronósticos relativos a un futuro lejano y sometido a infinidad de variables. Ejemplo de ello tenemos actualmente en lo relativo al fenómeno del calentamiento global y a su posible prevención o evitación. El larguísimo plazo a que tal calentamiento se pronostica hace mucho más azaroso y difícil el control de la variabilidad multifactorial del clima, que ya de por sí se suele destacar diciendo que El tiempo está loco: en ese larguísimo plazo el clima puede verse sometido a sorpresivos factores nuevos o no previstos. Otra cosa sería una posible programación basada en la segura sucesión de los días y las noches o las estaciones climáticas, cuyo conocido mecanismo y continuidad parecen garantizados mientras perdure la actual relación de la Tierra y el Sol. La diferencia se ve clara en que a nadie se le ocurrirá, creo yo, programar acciones tendentes a alterar este mecanismo, especialmente si ello implica limitar o prohibir actividades beneficiosas para el presente.

Los indicios de calentamiento global, en distintos grados y con diferentes efectos, parecen aceptarse bastante comúnmente. Calentamientos y glaciaciones se han producido ya varias veces en la Tierra antes de que el hombre existiera e influyera en ello. Pero ni el conocimiento de sus causas ni su regularidad son comparables, como antes señalada, con los del mecanismo relativo a la sucesión de días, noches y estaciones. De ahí las dudas sobre si la acción humana tiene relevancia en la génesis del calentamiento actual y sobre si puede evitarlo. Aunque hay grandes sabios que lo niegan, no sin razones, los hay también que lo afirman, y la acción preventiva se ha convertido y oficializado desde el poder en parte fundamental de lo políticamente correcto. Corrección a la que, también con razones en favor y en contra, se suman acciones oficiales en parte relacionadas con este fenómeno, en pro de las agendas 2030 y 2030-2050, que, estimándolas más deseables que realistas, consideran algunos una carta a los Reyes Magos.

El problema es que esa acción de conjunto conlleva la renuncia a importantes realizaciones deseadas para nuestro bien presente. Son muchos los sufrimientos y frenos al progreso implícitos en ese sacrificio del presente a un posible, pero hipotético, futuro; y la cuestión es si los supuestos males evitados valen la pena de dichas renuncias. Si los efectos del calentamiento van a ser tan catastróficos como aseguran nuestros actuales dirigentes y políticos, y si la acción humana puede evitarlos, se comprende el terror que su constante machaqueo tiende a producir en la sociedad española; pero estos políticos han dicho ya tantas mentiras interesadas que cabe pensar si ésta, que tiene para ellos la ventaja de no ser por ahora verificable, no será una más. ¿No se tratará de que, amedrentados y sumisos por tal amenaza, consintamos de mejor grado los propios sacrificios de, entre otras cosas, nuestra agricultura e industria y no reparemos en los errores y grandes negocios de quienes promueven tales acciones preventivas? Por lo pronto, leyendo los escritos de sus oponentes la catástrofe que se nos anuncia no parece ni tan segura ni tan grave, por más que su razonada disensión sea rechazada y se les llame, sin atender a sus razones, negacionistas, cual si negasen por negar. La búsqueda de la verdad y el intento de hacer lo más conveniente tanto puede estar en unos como en otros. Pero la mentira egoísta se ha instalado de tal manera en nuestros actuales gobernantes que no es fácil creerles por un acto de fe en ellos, que es lo único posible para la gran mayoría en estas cuestiones que, de momento, no se pueden verificar.

La Real Academia Española se muestra, en su Diccionario, consciente de este problema cuando define la palabra futurismo, en su primera acepción, como «Actitud que se caracteriza por especular, sin base científica, sobre el futuro». Es cierto que quienes esto defienden dicen tener dicha base, pero también dicen tenerla quienes lo niegan. Prescindiendo aquí de lo dicho por el citado Diccionario la RAE, en su segunda acepción, relativa al arte del poeta italiano F. T. Marinetti, parece conveniente señalar su tercera acepción: «3. m. Méx. Electoralismo». Es decir, en México futurismo significa electoralismo. Y electoralismo se define como «Actitud y conducta motivada por razones puramente electorales». ¿No habrá algo de esto también en los pronósticos y disposiciones que aquí comentamos?

Eso de hacer pronósticos y promesas cuyo incumplimiento no se podrá verificar hasta después de haberse conseguido las ventajas así buscadas no parece cosa nueva. Muchos y variados ejemplos de ello tenemos todavía recientes, que no quiero repetir...; y también los hay de antaño. Recuerdo que hace ya tiempo circulaba un chiste electoral que no parece haber perdido actualidad:

Un político estaba en campaña electoral y, como en sus mítines no conseguía el éxito deseado, un amigo le aconsejó prometer que para cierta lejana fecha conseguiría, entre otras muchas y extraordinarias cosas para el pueblo, hacer hablar a su caballo. Para entonces, le decía, ya habrán pasado las elecciones, y además, nunca se sabe,... a lo mejor habla el caballo.

Pues eso, quizás no convenga sacrificar tanto el presente por un futuro en el que a lo mejor no habla el caballo.


[1] MARÍAS, Julián: Antropología metafísica. La estructura empírica de la vida humana. Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 1970, pp. 13 y 295. Accesible en Antropología metafísica: la estructura empírica de la vida humana / Julián Marías | Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (cervantesvirtual.com)




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