El crucifijo
El hombre que vemos no puede agredir. En este extraño estado es difícil hacer cualquier cosa; y mucho menos atacar a nadie. Si pensara hacerlo ha escogido la posición más incómoda y difícil, clavado de pies y manos.
De un hombre en esta extraña situación no puede esperarse el mandato, la imposición o la fuerza. Más bien, la negación de sí mismo, el sacrificio, la entrega.
Puede negarse que represente la verdad, pero parece evidente que no oculta ninguna mentira.
¿Poder? El poder, tal como lo entendemos, es todo lo contrario: la capacidad de hacer cosas, de imponerse, de dar órdenes. Más bien parece, esta imagen, la expresión del antipoder, de la radical menesterosidad del ser humano en su pequeñez y limitación.
Frente a una imagen así, frente a un hombre así, es posible sentir –porque la libertad humana también permite el error– el desacuerdo, incluso el rechazo. Pero nunca el temor.