OPINIÓN
La neutralización de la cultura
Los europeos han intentado desde el siglo XVI acabar con los conflictos, sobre todo con los conflictos internos. Para ello inventaron el Estado (...) Finalmente, el Estado, despolitizador, neutralizador e interventor en todos los campos de la cultura, ha despolitizado, neutralizado y declarado neutral la cultura misma.
Publicado en el número 190 de 'Altar Mayor', 2º trimestre de 2020
Editado por Hermandad del Valle de los Caídos.
Ver portada de Altar Mayor en La Razón de la Proa.
La neutralización de la cultura
Los europeos han intentado desde el siglo XVI acabar con los conflictos, sobre todo con los conflictos internos. Para ello inventaron el Estado, que, como soberano en el sentido moderno de la soberanía, es por definición la antítesis de la guerra civil, cuyas causas despolitiza sometiéndolas al campo de la soberanía, la esencia o alma del Estado.
De ahí que donde exista un Estado en forma, capaz de despolitizar el conflicto, no puede haber guerra civil. Si hay guerra civil, como –hasta cierto punto– en España en el siglo XIX y luego en el siglo XX, es que, o no existe el Estado, en el caso del siglo XIX, o hay un grave déficit de Estado, en el de la España del siglo XX, en el que la estatalidad fue incapaz de despolitizar y neutralizar las causas del conflicto; aunque es de advertir en relación con este ejemplo, que, en cambio, la España moderna se libró de guerras civiles, lo que es muy importante para entender tanto su encumbramiento como su decadencia.
Y, según se ha repetido hasta la saciedad, las guerras civiles europeas de 1914-18 y 1939-45 y la general inestabilidad europea del siglo XX, han sido posibles por la inexistencia de un poder superior, soberano, capaz de despolitizar y neutralizar el conflicto.
En efecto, el Estado se inventó como una instancia neutral por encima de las banderías, científica, capaz de arbitrar las disputas, para acabar con la guerra civil por causas religiosas; por ello el Estado es, en su origen y en su esencia, neutral. Este espíritu originario, pues aunque formalmente sea una máquina el Estado tiene un espíritu, se afirmó cuando, como ha mostrado Carl Schmitt, se puso la metafísica –la metafísica política– vinculada a la ciencia como campo neutral de referencia; pero la metafísica devino inesperadamente en campo conflictivo (siglo XVII) y el Estado, cuyo espíritu se nutre materialmente si está vivo, de la cultura del momento histórico, hubo de neutralizar las disputas por esta causa, garantizando la libertad de conciencia, siendo la moral humanitaria del siglo XVIII el siguiente campo neutral del que se nutrió la neutralidad estatal. Mas, las disputas versaron entonces sobre la moral y también hubo de absorberla el Estado para despolitizarla neutralizándola, dejando el campo libre a la economía según la imagen del Estado de Derecho.
Pero en el siglo XIX, la amenaza de guerra civil vino de la economía y el Estado la despolitizó interviniéndola para garantizar su neutralidad. Relativamente neutralizada la economía, se puso la esperanza de neutralidad en la técnica, en sí misma, por definición neutral. Sin embargo, esta última devino el campo conflictivo por excelencia en la figura del industrialismo –combinación de la economía y la técnica– y en el siglo XX el Estado hubo de despolitizarla y neutralizarla de una u otra manera.
Neutralizada la técnica por el Estado neutral y agnóstico, despolitizador y neutralizador sucesivamente de la religión, la metafísica, la moral, la economía, la técnica, como ya desde en el siglo XX las disputas –ideológicas– se centraron directamente en la visión de la cultura, se dispuso a despolitizar y neutralizar la estética, de modo que con ella bajo la égida del Estado, que de una forma u otra y en distintos momentos ha absorbido la conflictividad de los demás ámbitos de la cultura; así se puede decir que, finalmente, el Estado, despolitizador, neutralizador e interventor en todos los campos de la cultura, ha despolitizado, neutralizado y declarado neutral la cultura misma.
Ahora bien, despolitizados y neutralizados todos los campos vivos de la cultura, el Estado, que ha absorbido en gran parte la cultura, ya no tiene otros que justifiquen su capacidad despolitizadora y neutralizadora, al mismo tiempo que reduce su antítesis, la Sociedad, de la que, según su concepto, extrae sus energías y vitalidad, a una especie de entelequia sin vida propia.
Y así, en correspondencia con el modo de pensamiento de la época, el Estado es a pesar de las apariencias un Estado débil, incapaz de ninguna decisión, ni siquiera frente al exterior. Pero es en el campo de las relaciones interestatales, en el que los apolíticos Estados europeos pugnan ilusoriamente por imponer la despolitización y la neutralidad conforme a su propia constitución, donde se manifiesta la vitalidad política.