La Razón de la Proa

ARGUMENTOS

Teoría de la Nación y del Estado en José Antonio

  1. La nación como unidad histórica.
  2. El Estado como medio, y no fin, al servicio de la persona y la colectividad nacional.
  3. Nación y Estado en el Perú (e Iberoamérica) bajo la mirada de José Antonio.

El autor de este artículo, Israel Lira, es miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía. Y es quien ha enviado este artículo a la redacción de La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.​
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Teoría de la Nación y del Estado en José Antonio

Teoría de la Nación y del Estado en José Antonio Primo de Rivera: una visión desde el Perú e Iberoamérica.


1. La nación como unidad histórica


La nación más allá de ser una unidad étnica o volitiva es una unidad histórica. Trasciende este concepto el mero nacionalismo étnico o romántico y el nacionalismo cívico (como exaltaciones de las categorías de nación étnica y nación cívica, respectivamente), y amalgama una síntesis bajo la forma de nacionalismo histórico. La particularidad de la nación solo puede expresarse en su universalidad, es decir, si contribuye a la historia de los pueblos con sus elementos diferenciantes que le otorgan por ello su originalidad y, por ende, dignidad, la dignidad de la nación, la dignidad nacional. En ese sentido:

«En la convivencia de los hombres soy el que no es ninguno de los otros. En la convivencia universal, es cada nación lo que no son las otras. Por eso las naciones se determinan desde fuera; se las conoce desde los contornos en que cumplen un propio, diferente, universal destino» (Primo de Rivera. J.A, FE/1, 07.12.1933).

Asimismo, el amor al terruño o patriotismo, por ello no es suficiente para ser símil a la labor que cumple el nacionalismo, que no es otra cosa que la de proyectar la particularidad que nos es tan propia y cercana, y de la cual surge la apreciación personal por la patria, para tornarse en orgullo del pueblo que la habita, proyectando su destino universal al mundo (no en un sentido imperialista sino internacionalista, porque el internacionalismo necesita de naciones y de nacionalismos. Solo quienes valoran a su propia nación pueden reconocer que existen otros como ellos que así también lo hacen, y el internacionalismo no es otra cosa que la hermandad entre naciones y más precisamente de Estados-nación). El patriotismo en ese sentido es la etapa primaria de todo proyecto nacionalista, y el nacionalismo la etapa superior de toda expresión patriótica. Al respecto:

«…Nosotros entendemos que una nación no es meramente el atractivo de la tierra donde nacimos, no es esa emoción directa y sentimental que sentimos todos en la proximidad de nuestro terruño, sino, que una nación es una unidad en lo universal, es el grado a que se remonta un pueblo cuando cumple un destino universal en la Historia» (Primo de Rivera. J.A ,Antología, 04.01.1934).

Por estas razones es que para José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), fundador de la Falange Española (y su primer jefe nacional), abogado y pensador político, el nacionalismo étnico o romántico, tiene justificaciones importantes mas no suficientes, que no se presumen relevantes por el solo hecho de existir como tales, es decir, un pueblo no solamente es nación porque tiene una geografía determinada, o una raza o una lengua, tampoco lo es porque los miembros de la sociedad política así lo determinen por acuerdo, la nación no es un contrato (Primo de Rivera. J.A, FE/15,19.07.1934). Aquello que hace que un pueblo sea una nación es si, independientemente de todos estos factores, hay o no una unidad de destino histórico ¿Pero? ¿A qué se refiere José Antonio cuando habla de una unidad de destino histórico? Pues a algo muy concreto:

La cohesión e identificación de todo un pueblo con una misión común de grandeza, y esto puede manifestarse en diversidad de formas: como el deseo de desarrollo económico, de mejora social, de perfeccionamiento cultural y espiritual, de avance político, etc., de todo un pueblo.

En función a ello: ¿Cuál es el vehículo para hacer esto posible? Ya que las voluntades personales si bien pueden coadyuvar a los esfuerzos nacionales, muchas veces no poseen la estructura idónea, el interés suficiente y los recursos necesarios para aplicarlos a gran escala. El privado como tal tiene limitaciones, y por ello, no puede dar los lineamientos generales que debe cumplir toda una nación para un proyecto de desarrollo (esta lógica ha sido común en todas las naciones desarrolladas hoy en día). Para José Antonio la respuesta a esta interrogante no es otra que: el Estado. Y por eso dirá:

«Nosotros queremos que el Estado sea siempre instrumento al servicio de un destino histórico, al servicio de una misión histórica de unidad…» (Antología, 19.12.1933)


2. El Estado como medio, y no fin, al servicio de la persona y la colectividad nacional.


El Estado en tanto cumple una misión de viabilizar el destino histórico, es Estado fuerte, y es fuerte porque puede precisamente direccionar aquel destino de grandeza nacional, pero nada más alejado esta este concepto de un Estado tiránico o de un estatismo exacerbado, porque el primero es aquel que por ser tal no vela por la grandeza de la colectividad nacional, sino por el mantenimiento de una estructura de opresión que tarde o temprano se vuelve odiosa; mientras que por lo segundo se entiende la divinización del Estado, extremo insano tampoco deseable. En ese sentido José Antonio dirá:

«¿Qué es eso de un Estado fuerte? Un Estado puede ser fuerte cuando sirva un gran destino, cuando se sienta ejecutor del gran destino de un pueblo. Si no, el Estado es tiránico… la divinización del Estado es cabalmente lo contrario de lo que nosotros apetecemos» (Antología, 09.04.1935 y 19.12.1933).

Aquí José Antonio aborda otro tema importante y que se desprende de la función social del Estado, en referencia pues al conflicto entre la razón personal y la razón estatal. Ambas razones tienen disimiles objetivos –y esto por lo general, que se entienda así, no significa que deba ser así siempre, la diferencia reside en que ambas razones, sin abandonar su disimilitud, encuentren puntos en común por la necesidad de tranzar ante la existencia de un destino histórico–; al existir precisamente una unidad histórica, un objetivo común, este antagonismo destructor desaparece prácticamente cuando persona y Estado dialogan para mejor comprensión del destino histórico, y en tanto este último represente –de forma paulatina o vertiginosa– tal destino histórico, se producirán más contextos de diálogo que posibiliten encontrar a su vez más puntos en común dentro de visiones disyuntas. Si un Estado no representa o no tiene dentro de sus planes viabilizar un destino histórico, siempre estará en conflicto con la razón personal y viceversa:

«El Estado, síntesis de tantas actividades fecundas, cuida de su destino universal. Y como el jefe es el que tiene encomendada la tarea más alta, es él que más sirve. Coordinador de los múltiples destinos particulares, rector del rumbo de la gran nave de la Patria, es el primer servidor…» (Primo de Rivera. J.A, Antología, 28.03.1935).


3. Nación y Estado en el Perú (e Iberoamérica) bajo la mirada de José Antonio.


En lo que respecta a nuestro escenario peruano e iberoamericano, surgen preguntas como: ¿Es el Perú una unidad histórica? Ciertamente lo es, desde el Tawantinsuyo (Antiguo Perú), Virreinato (Reino del Perú) y República (Perú independiente), la idea trasversal que recorre la conciencia nacional es la de una historia milenaria de gran contenido y riqueza que otorga dignidad a la nación peruana, su originalidad, siendo no lo que nos hace iguales frente a las demás naciones del mundo, sino, precisamente lo que nos diferencia y nos hace únicos.

Esto, siguiendo el enfoque joseantoniano, llama a otra pregunta: ¿El Estado peruano es el reflejo del destino histórico peruano? Definitivamente la respuesta es totalmente negativa y consideramos que esta es la razón por la que muchos mirando a la nación peruana y criticando su categoría de tal (generalmente por la incapacidad de los gobiernos de turno en la lucha contra las desigualdades y en el fracaso de los programas sociales, o lo que es lo mismo, de armonizar el gran crecimiento económico del Perú y saberlo traducir en desarrollo social integral para todas sus regiones), en realidad (por ello) deberían mirar al Estado peruano como génesis de tal crítica, porque es el Estado el que viabiliza el destino histórico, lo hace aprehensible, a través de los diversos mecanismos políticos y jurídicos a su disposición.

Mientras el Estado peruano no refleje el destino histórico del Perú, seguirá vigente la idea entre algunos de que no somos una nación, no porque no lo seamos –ya que poseemos unidad histórica probada–, sino porque no tenemos una forma de expresar ese destino histórico, porque el instrumento –que es el Estado peruano– está viciado. Y este destino histórico no es otro que la libertad económica y la justicia social para el desarrollo cultural y espiritual de todos los peruanos, que permita a su vez visualizar al Perú como una potencia emergente, un nuevo imperio peruano del orden, el trabajo y el desarrollo (no en un sentido irredentista, sino en uno metafísico político, es decir, de las exigencias ético-políticas que como consecuencia del sacrificio de nuestros ancestros en las diversas etapas de nuestra historia, exigen de nuestro porvenir futuro algo acorde con su legado).

Estas reflexiones, con los matices del caso, pueden aplicarse sin ningún problema al resto de naciones de Iberoamérica, y con los matices del caso a la España de nuestros días (en lo que se refiere a las políticas de Pedro Sánchez que han empobrecido a España).

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