ARTÍCULO DEL DIRECTOR

El caballero y la doncella

Rogué que alejaran de algunas mentes las alucinaciones colectivas del nacionalismo separatista; y que los 'dragones' y los fariseos fueran vencidos y convencidos por la doble acometida espiritual del caballero y de la doncella.
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El caballero y la doncella

El caballero y la doncella


El pasado 23 de abril, fiesta de Sant Jordi, tuvo como protagonistas, como es costumbre en Cataluña, el libro y la rosa; también, las tormentas seguidas e intempestivas, que se iban sucediendo para aguar el día (nunca mejor dicho).

Las gentes se habían echado a la calle ⎼pero corrían, claro, a guarecerse cuando se abrían las nubes cada dos por tres⎼ con la lógica ansia de despertar de la pesadilla de la pandemia del covid, ese que, sin embargo, sigue sobre nosotros como la espada de Damocles; de esta forma, el uso de las mascarillas era variable e intermitente, dependiendo en muchos casos de los momentos de aglomeración, que eran muchos.

Muchos catalanes ⎼entre los que me encuentro⎼ opinaron hace tiempo que la Diada de la Comunidad Autónoma debiera de haberse celebrado en este día, y no el 11 de septiembre, conmemorativo de una derrota y proclive a una tergiversación de los hechos históricos, al confundir intencionadamente la palabra sucesión con la de secesión para adjetivar aquella guerra civil española entre partidarios de Austrias y Borbones. También hubo opiniones de celebrar la fiesta de Cataluña el 27 de abril, día de Nuestra Señora de Montserrat, esa que, como dice la segunda estrofa del Virolai (que no se suele cantar nunca en determinadas parroquias) es, para todos los españoles Estrella de l´Orient; a esa propuesta se oponían los laicistas y, lo que es peor, callaba el clero y el pueblo católico.

Pero las cosas están como están… Lo cierto es que la mayoría de los catalanes, tozudos, siguen entusiasmados con la rosa y el libro ⎼belleza, amor, cultura⎼, mientras otros se empecinan en historias falsificadas y en vanas quimeras.

Tras haber participado, como cada año, en una lectura pública del Quijote, me pilló de lleno una de las tormentas; tuve que retirarme a mi domicilio, y, tal como estaba el cielo, me dediqué a la lectura; para acompañar a la fecha, me releí el bellísimo cuento alegórico de Ángel María Pascual, San Jorge o la política del dragón, de 1949 (casualmente, el año de mi nacimiento). En la obra, el caballero protagonista dice cosas como «solo son felices los que saben que la luz que entra por el balcón cada mañana viene a iluminar la tarea justa que le está asignada en la armonía del mundo»; y aconseja a un estudiante ceporro «no cedas al genio de la pereza o de la dejadez cuando te tiente a sugerirnos que le rindamos culto», y, a todos los ciudadanos del reino que quieran escucharle y comprenderle (las dos cosas) aquello de «sea cada uno de vosotros un aguijón contra la somnolencia de los que nos rodean».

No es extraño, en consecuencia, que los biempensantes del lugar tilden al caballero de loco peligroso, de que corrompe a la juventud, de que trastorna el orden social, y, como políticos de altura que son, terminen eliminándole.

El autor, al final del relato, toma la palabra y, tras centrar al personaje histórico de san Jorge, soldado romano y mártir cristiano de Capadocia, vencedor del dragón de sus pasiones, lo hace trascender históricamente a las leyendas medievales, sin olvidar relacionarlo con otros caballeros literarios, como el conde Arnaldos, o reales en su existencia, como san Martín o san Ignacio de Loyola; al terminar el relato, surge la pregunta: «¿Y si vuelve el dragón?»; la respuesta es terminante: «Entonces queda la doncella».

Esta alusión a la doncella nos lleva al otro patronazgo de Cataluña, a la segunda fiesta que podía haber sido elegida como Diada: la de la Virgen de Montserrat, el día 27 de abril. A pesar de que lucía el sol sin amenazas de lluvia, también dediqué un espacio a la lectura; cayó en mis manos un ejemplar de Catalunya Cristiana, revista que no suelo leer, no por lo de su cristianismo, claro, sino por saber la predisposición de una gran parte del clero catalán y de la actitud meliflua del Arzobispado, a menudo tendente a templar gaitas por lo menos.

Y, efectivamente, leí un artículo del rector del santuario de Montserrat, encabezado con las llamativas palabras «Deseamos que Montserrat sea lugar de reconciliación y de esperanza»; ¡esto dicho a los pocos meses de la profanación de la capilla donde reposan los restos de los caídos del Tercio Ntra. Señora de Montserrat y de la eliminación de la figura del requeté agonizante que mira hacia el santuario! Resultaba, por lo menos, una flagrante contradicción, y una muestra de hipocresía; también, el rector mencionaba los fastos, en 1947, de la entronización de la imagen de la Moreneta, y recalcaba que tuvo lugar «poco después del final de la guerra civil»; lógicamente, no explicaba el porqué tuvo que entronizarse la imagen en aquellas fechas… No quise seguir leyendo la revista.

Eso sí, no me olvidé de rezar en ese mes de abril a los dos intercesores, el Santo y la Virgen, por Cataluña y por toda España, y les rogué que alejaran de algunas mentes las alucinaciones colectivas del nacionalismo separatista; y que los dragones y los fariseos fueran vencidos y convencidos por la doble acometida espiritual del caballero y de la doncella.
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