ARTÍCULO DEL DIRECTOR
¿Y a mí quién me espía…?
¡Qué envidia me dan los separatistas y los miembros del Gobierno español que son objeto de tanta atención de Pegasus!
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¿Y a mí quién me espía…?
Protesto. Y además enérgicamente, qué diablos. Me baso en la Declaración de los Derechos Humanos y en la Constitución, que me dicen que todos los hombres somos iguales ante la ley. Y se está comprobando que no es así; me explico: los separatistas de mi tierra claman y protestan, y llegan a amenazar con provocar la caída de este Ejecutivo español al que tanto le deben; el motivo es que dicen haber sido espiados por Pegasus, concretamente en las mismas fechas en que ellos se dedicaban a espiar a todo el mundo que no compartía sus anhelos insolidarios.
Para hacer frente a la acusación y para no ser menos, el Gobierno afirma que también fue espiado por el mismo sistema, y, para más inri, en la sacratísima persona de su presidente entre otros (y otras, añadamos prudentemente). Informaciones varias y surtidas nos dicen que Pegasus ha hecho lo propio en otros países. Esto de espiar y ser espiados cualquier día sale en Sálvame y lugares así, porque parece que es una moda generalizada…
Esto último puede rebatirse, pues podemos leer que, en la Corte de Castilla, allá por el siglo XIV, se detectaron doce espías franceses, y eso que se conocía todo el mundo y los reyes eran estrictos en prestar su favor a quienes les rodeaban; y la costumbre de espiar ha seguido en todas las épocas y situaciones, pero quizás lo de ahora es más grave, dada la importancia de los quejosos espiados.
Y ahí me duele; porque yo también reclamo el derecho de ser espiado. ¿O es que carezco de importancia alguna y mi papel social se limita a votar cada cierto tiempo y a ser puntual contribuyente de Hacienda? Hago caso a don Pedro Baños («En no pocas ocasiones, el espiado aporta voluntaria e inadvertidamente más información de la que se buscaba»; o «Lo peor de todo es que nos han convencido de la necesidad de estar permanentemente controlados y vigilados») y doy algunas pistas para que Pegasus me hago un poco de caso.
Para empezar, mal me pueden espiar por mi teléfono móvil; hago de él un uso muy restringido a propia conciencia. Generalmente, no lo llevo encima, salvo en actividades montañeras (por aquello de la seguridad) o por necesidades perentorias derivadas del orden familiar. Le tengo un poco de manía, y me horroriza la visión de mis compañeros de autobús o de metro tecleando como desesperados como si les fuera en ello la vida; me dan grima los niños y adolescentes que, a la hora de entrar y salir de sus aulas, ni se miran entre sí, ocupados en enviar y recibir mensajes de quienes están junto a ellos todo el día; y lástima profunda esa pareja de novios que, en lugar de hablar entre sí, mirarse a los ojos o achucharse, como está mandado, están absorbidos en sus respectivos telefonillos… Descarto, pues, que Pegasus pueda rastrearme y vigilarme a través de mi celular, como dicen mis amigos hispanos (que no latinos).
Queda, eso sí, mi ordenador, fácilmente vigilable según el mencionado señor Baños; en él escribo cada semana estos artículos y me comunico, a veces, con amistades lejanas; me descorazona que Pegasus no les preste a estos escritos ni una repajolera atención, porque, bien mirado, nunca he faltado a la consideración que merece toda persona, incluso la más detestable, ni he vulnerado las leyes ni hecho apología de actos delictivos; claro que, por otra parte, no me he recatado de expresar mis ideas, y quizás por esta razón sí podría ser detectado como objeto de peligrosidad metapolítica. Pero ni por esas…
No he abandonado del todo el correo postal, y lo uso cuando la situación lo merece (pésames y felicitaciones, sobre todo); a lo mejor, una nada sutil censura sí despega cuidadosamente el engomado de los sobres para fisgar su contenido, pero no lo creo. Hoy en día, la censura real existente es más sutil, pero mucho más efectiva, dentro del sistema de totalitarismo democrático, pero no me tiene en cuenta; no sé si el señor Elon Musk cambiará el panorama de desatención en que me hallo.
¡Qué envidia me dan los separatistas y los miembros del Gobierno español que son objeto de tanta atención de Pegasus! Los primeros se quejan porque creen que les están estropeando su apasionante juego de conculcar el ordenamiento jurídico y romper España, y los segundos, casualmente, porque pueden ser conocidos y aireados sus secretos oficiales, cosa que, como es sabido, son tratados ahora con sus inestimables aliados. En todo caso, unos y otros se ven importantes por ser objeto de espionaje. ¿Y los ciudadanos de a pie no lo somos?
A mí no me basta con que mis tarjetas bancarias comuniquen fácilmente mis preferencias a la hora de comprar; que mis datos médicos puedan ser de dominio oficial; que cualquier Administración local, autonómica, nacional o mundial pueda saber de qué color tengo los ojos; eso es espionaje vulgar, común, y no centrado en mi importante persona.
De lo que me quejo, en definitiva, es que nunca saldré en los telediarios ni mi nombre figurará en las primeras páginas de los periódicos como espiado: Pegasus me desconoce por completo.