EDITORIAL
Actualización de 'La gaita y la lira'
Bien están los dulces sonidos de la gaita; su legitimidad está fuera de toda duda: es el apego al terruño que nos vio nacer y al que, lógicamente, amamos; pero esto no debe acallar los sonidos de la lira, que invocan siempre a la universalidad...
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Actualización de 'La gaita y la lira'
El dulce, embriagador y, en ocasiones, empalagoso sonido de la gaita se apoderó de toda España desde la institucionalización del Estado de las autonomías; desde entonces, no ha dejado de llamar a los ciudadanos con sus notas,
No se trata exclusivamente de un caso español, pues a casi todas las naciones del Viejo Continente ━y del Nuevo, en su dimensión hispánica━ llegó la onda (digamos, mejor, la instrucción) de caminar, en nuestro caso, hacia la Europa de los pueblos, esa que tanto nos recuerda la Europa de las Etnias de otros tiempos históricos. El motivo no es otro que favorecer la globalización y el nuevo orden mundial mediante la implosión de las naciones Estado constituidas por la tradición.
Lo que ocurre es que lo que terminó por imponerse en España, por acción, omisión u obediencia a los poderes mundialistas, encontró el caldo de cultivo en políticos mediocres o interesados; en otros lugares, el consejo o la instrucción fue despreciado o atenuado, cuando estaba arraigada la idea de unidad y de la conciencia nacional.
En nuestro caso, la tradicional dialéctica centro-periferias se transformó en un peligrosísimo dispositivo que amenazaba la integridad española y su propia supervivencia como nación. De este modo, los localismos, aldeanismos y provincianismos adoptaron la forma inequívoca de particularismos regiones (Ortega), y algunos de ellos bajo la fórmula decimonónica de nacionalismos, francamente derivados en separatismos. En el caso americano, la gaita es sustituida por los sonidos de los instrumentos indigenistas, a mayor gloria del neocolonialismo de la globalización.
Centrémonos en España; así, hoy en día, la dulce, embriagadora y empalagosa gaita suena por doquier; en unos casos, adopta el subterfugio de lo idiomático; en otros, de lo étnico (con más o menos disimulo); en ocasiones, de lo económico o lo político… Las estrellas solitarias (casualmente, de cinco puntas, como herencia sectaria) se acoplan a las banderas autonómicas sin disimulo.
Si observamos la trastienda, comprobaremos que los que hacer sonar la gaita son, en definitiva, las oligarquías localistas, que especulan con la sentimentalidad de los pueblos. La referencia es el viejo cuento del flautista de Hamelín, el que se llevaba a los niños porque exigía cada vez emolumentos más abundantes…
El problema principal es que no haya nadie que sepa o quiera (o le permitan) tañer los sonidos exactos de la lira, que, al modo clásico, convoque a todos a una tarea común ilusionante.
Bien están los dulces sonidos de la gaita; su legitimidad está fuera de toda duda: es el apego al terruño que nos vio nacer y al que, lógicamente, amamos; pero esto no debe acallar los sonidos de la lira, que invocan siempre a la universalidad; por este motivo, la gaita por sí sola puede resultar empalagosa y sugerirnos el suave veneno del individualismo de los pueblos.
España es varia y plural, se dijo; Europa es varia y plural, decimos también nosotros a estas alturas de la historia. Y esta variedad y pluralidad nunca son óbices para la unidad y el proyecto común.
La condición indispensable es que quienes hacen el papel de flautistas de Hamelín ━las oligarquías locales y políticos ambiciosos━ sean sujetados en su acción corrosiva por los que, algún día, sean capaces de prodigar por doquier los exactos y claros sonidos de la lira. Aunque ello implique, claro está, desobedecer a los poderes globalizadores.