EDITORIAL
Aquí no pasa nada…
No solo se trata del problema de una comunidad autónoma, sino el de toda una estructura territorial de España, que conviene revisar en profundidad;...
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Aquí no pasa nada…
El Gobierno español se ha autofelicitado porque la jornada del 11 de septiembre en Cataluña haya transcurrido tranquila y sin incidentes; son futesas y naderías, pues, la quema de banderas españolas (y francesas, de paso), el intento de asalto a la Comisaría de la Policía Nacional en Vía Layetana, el lanzamiento de objetos y botes de humo negro, las vallas arrancadas… Claro, esta vez no ardieron contenedores ni barricadas ni los mozos de escuadra se emplearon a fondo para disolver las turbas, siguiendo órdenes de las cúspides políticas de la Generalidad.
Nos esperan, en todo caso, otras y variadas jornadas calientes, como han amenazado abundantemente en las redes los grupos separatistas; de hecho, todo un otoño muy caluroso, y no por culpa del dichoso cambio climático…
La tarea pacificadora del Gabinete socialista-podemita se ha basado en ceder y prometer por lo más sagrado que tienen (o sea, ellos mismos) que la mesa de diálogo bilateral (¿) será productiva, dará los frutos esperados por el separatismo, aunque sea retorciendo el texto de la Constitución que ⎼dicen⎼ sigue en vigor; de momento, a petición de parte, se han suspendido sine die los proyectos de ampliación del aeropuerto internacional de El Prat, con gran descontento de los empresarios catalanes palmeros de los secesionistas.
Pero el Gobierno ha logrado un pequeño éxito (no nos duelen prendas en reconocerlo), como la división, más honda si cabe, entre quienes propugnan la república catalana, a la sazón escindidos en posibilistas (léase ERC) y unilateralistas (el resto, encabezado por la CUP); los puigdemonistas se quejan por haber sido apartados de la apetecible mesa de diálogo mencionada, pero así es la vida.
No es así como se ponen vías de solución (o, humildemente, de conllevancia) al problema separatista en Cataluña. Es inútil que, desde estas páginas, propugnemos unas actitudes propias de un Estado que cree en sí mismo, y que se pueden sintetizar en el dicho orsiano: Ni secar fuentes ni dejarse arrastrar por los torrentes. En otras palabras, entender a Cataluña en su integridad ⎼no solo en el porcentaje ávido de segregación de España⎼ y emplear la firmeza para liberar a esa Cataluña de la dictadura separatista que la tiene atenazada desde décadas; atender al pueblo catalán y no a la oligarquía que constantemente chantajea a los sucesivos gobiernos españoles de todo color y condición.
Claro que no solo se trata del problema de una comunidad autónoma, sino el de toda una estructura territorial de España, que conviene revisar en profundidad; y no solo de una parte de los ciudadanos, sino de toda la sociedad española a la que se han hurtado descarada, progresiva y profundamente los valores que son resortes de la convivencia común, de la civilidad y del patriotismo. Y todo ello, no por razones de Estado, sino por razones de partido, de clase o de secta.
Sánchez necesita a los separatistas, y no solo para apoyar unos presupuestos. De hecho, el Sistema necesita a los separatistas, aquí y en todos los Estados europeos, con el fin de debilitarlos, boicotear su unidad y, de paso, la de una Europa del futuro con peso moral en el mundo.
Entretanto, ya lo saben: para el Gobierno español, aquí no pasa nada…