EDITORIAL
La crisis del sindicalismo
Nuestra concepción ideal del sindicalismo está a años luz del actual. (...) un 'nuevo sindicalismo', independiente de los partidos, verdadero representante de todos los trabajadores, unitario y nacido de las bases en las empresas.
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La crisis del sindicalismo
Las banderas del sindicalismo han degenerado en mera coreografía de las manifestaciones que ofician sus dirigentes y demás liberados en fechas fijas, como el pasado 1 de mayo. Las reivindicaciones de sus pancartas y voceros oficiales han sabido a generalizaciones vagas, a repetición cansina de eslóganes, a simple tópico para autojustificarse, cuando no a instrucciones dictadas más allá de la maquinaria de las centrales sindicales.
Incluso aquellos sindicatos que pretendían despegarse de las mediatizaciones partidistas solo han atinado en reinventarse a sí mismos, con planteamientos que parecen sacados de los libros de historia.
Causa sonrojo cuando escuchamos en los medios la expresión sindicatos mayoritarios, pues nunca se concreta cuántos afiliados tienen entre la masa de los trabajadores españoles; así, cabe preguntarse a quiénes verdaderamente representan.
Somos conscientes que la Cuarta Revolución Industrial ha influido en esta grave crisis del sindicalismo: cierre de empresas, reducción de plantillas, imprescindible reconversión de los trabajadores para asumir las nuevas tecnologías, globalización económica, predominio de la economía financiera sobre la productiva… A ello se añade la proletarización de las clases medias bajo los gobiernos neoliberales o socialdemócratas ⎼con escasas diferencias entre ellos⎼ y la afluencia de la inmigración, que es considerada como mano de obra barata.
Evidentemente, estos factores pueden ser tomados como factores de progreso social –o no–, y no se trata de proponer retrocesos en la marcha de la historia, pero el principal problema es la comprobación de que el sistema capitalista es fiel a sus principios, en los que radica la inmoralidad de este; por algo José Antonio afirmó que «desmontar el sistema capitalista es algo más que una tarea económica, es una tarea moral».
Nuestra concepción ideal del sindicalismo está a años luz del actual. Quedaron escritas aquellas afirmaciones de la época fundacional en el sentido de que consideramos a España, en lo económico, como un gigantesco sindicato de productores, propuestas, evidentemente, para otros posibles derroteros históricos y coyunturas europeas que nunca de produjeron. Ahora, es imprescindible un baño de realismo, y proponer –aunque suene también a utopía– la reconversión del mundo del trabajo hacia fórmulas de un nuevo sindicalismo, independiente de los partidos, verdadero representante de todos los trabajadores, unitario y nacido de las bases en las empresas.
Como dejó escrito aquel gran sindicalista que fue Ceferino Maestú, un sindicalismo independiente «concibe la unidad de los trabajadores partiendo de que la realidad humana de la clase obrera es plural, de que en ella hay personas y grupos que sustentan y habrán de sustentar actitudes ideológicas diferentes, de que la unidad será compatible con la pluralidad siempre que se acepten los planteamientos de independencia con respecto a los partidos y otros grupos de poder, con una estructuración orgánica de carácter federal y con el derecho democrático a disentir y a defender las propias y particulares ideas y creencias con respecto de las de los demás».
Muy distinto todo ello a la sumisión de las centrales sindicales mayoritarias a los partidos que ocupan hoy el poder, que son incapaces de asumir los nuevos tiempos y circunstancias, y que solo son portadores de una capacidad combativa cuando así lo deciden esos mismos partidos, cuyos representantes, para más inri, ocupan un lugar preferente en las manifestaciones del 1 de mayo.