EDITORIAL
Demonizar
Algo sabemos nosotros de la práctica de este neologismo, pues no hay político, cineasta o novelista que pretenda triunfar o sobresalir si no escribe sobre sobre la guerra civil o el franquismo y demoniza casi exclusivamente a los falangistas...
Recibir el boletín semanal de La Razón de la Proa (servicio gratuito).
Demonizar
Nuestro idioma, como todos, evoluciona y va incorporando préstamos de otras lenguas y creando neologismos, que, en unos casos, lo enriquecen y, en otros, sirven para envilecerlo. El llamado dialecto politiqués o jerga de los políticos, se une al lenguaje políticamente correcto que imponen gobiernos y administraciones vicarias, y entonces la lengua degenera sin duda.
A veces, son simples ocurrencias, propias de la ignorancia o de postureos demagógicos (como las recientes de desescalada o gripalizar, que tanto juego han dado ante la pandemia; en otras ocasiones, sí aciertan en el disparo, para designar situaciones o procesos, con clara intencionalidad. Y este es el caso del verbo demonizar.
Ya no se trata solo de culpar, culpabilizar o responsabilizar, que pueden tener sus atenuantes, sino señalar el Mal sin paliativos, en su mismo origen satánico, aunque los que lanzan el mensaje no sean creyentes. Un reo o un responsable puede esgrimir su defensa y obtener del tribunal que lo ha juzgado la absolución o una leve pena; el demonizado, nunca, y los tribunales mediáticos, televisivos y políticos han dictado de antemano la sentencia inapelable.
Algo sabemos nosotros de la práctica de este neologismo, pues no hay político, cineasta o novelista que pretenda triunfar o sobresalir si no escribe sobre sobre la guerra civil o el franquismo y demoniza casi exclusivamente a los falangistas; cualquier otro movimiento, partido o fuerza puede tener matices de comprensión; nuestros antecesores, nunca.
Esta demonización no es exclusiva, claro, de la situación española, pues, a escala europea o mundial, hay personajes o situaciones comparables a Satanás, mientras que otros pasan desapercibidos en sus pecadillos, como los responsables de las checas o del gulak o los responsables del genocidio de Dresde, Hamburgo, Hiroshima y Nagasaki, solo por poner algunos ejemplos.
En este momento, con una guerra europea, ya sabemos donde está el único origen del Mal sin paliativos para la propaganda occidental y estadounidense; no hace falta ni mencionarlo, salvo que crucemos los dedos como un supersticioso ante la bicha; todos los demás son completamente inocentes, sin sombra alguna. Acaso es una anécdota más en los anales de la historia, que se une a otras muchas que van quedando atrás. Por lo que podemos reflexionar, en todo conflicto, sea político o bélico, las enormidades y barbaridades se suelen cometer por todas las partes en litigio. Del mismo modo ━sin señalar━ que la corrupción anida en todos los campos del juego democrático.
Como decíamos en un anterior editorial, nosotros preferimos apostar por el rigor objetivo, no solo ante este conflicto actual, sino ante todo juicio de valor, aunque sea difícil hacerlo; hay demasiados intereses en juego y, como sabemos, la propaganda es la propaganda.
Somos, pues, poco dados a demonizar, ni siquiera a nuestros adversarios políticos; diremos de ellos que andan errados, que son simplemente unos botarates; que miran para sus intereses partidistas y no para el bien común de los españoles, que están dotados de una impresionante capacidad de insidia y de odio. Pero nos cuidaremos mucho de situarlos en la esfera del Mal Absoluto y con el Príncipe de las Tinieblas como guía y patrón.
Y la primera razón es que, por encima de profundas discrepancias, existe una regla de oro: el respeto a la dignidad de toda persona, aun del enemigo más contumaz. La segunda es que, lejos de plasmar enormidades en nuestros escritos, practicamos la elegancia de un Estilo, que nos inspira para que nuestros mensajes se alejen de lo panfletario, al modo de la vulgaridad y de la mala uva que nos rodea.