EDITORIAL
Los dislates de Bergoglio,
Los dislates de Bergoglio
Obsérvese que no decimos del papa Francisco, del pontífice o del obispo de Roma, sino de Jorge Mario Bergoglio, ciudadano argentino que ocupa actualmente la Silla de Pedro, que se ha hecho eco de las estupideces de Andrés Manuel López-Obrador, a su vez ocupante de la Presidencia de México, criollo él y, por tanto, descendiente de españoles.
Uno y otro juegan las cartas del perdón en sus manifestaciones. Bergoglio sobre “los pecados cometidos durante la Conquista” y AMLO ⎼como le llaman⎼ exigiéndolo del Rey y de todos los españoles, por haber evitado los sacrificios humanos con cuchillo de obsidiana y derribados los templos aztecas para levantar iglesias cristianas.
Centrémonos ahora en el argentino Bergoglio, pues no es el momento de entrar en debate sobre el verdadero alcance e inspiración del indigenismo americano, paralelo a los separatismos etnicistas de la península.
Adelantémonos a aclarar que no se trata de la opinión de la Iglesia, pues esta, como “pueblo de Dios” la forman todos los creyentes bautizados; ni, mucho menos, se puede aducir en este caso la infalibilidad del Papa, ya que esta solo es aplicable en aquellos asuntos que afectan al dogma o a las costumbres; la infalibilidad se debe, para los católicos, a la asistencia del Espíritu Santo, cuyo don de la Sabiduría no afecta a las opiniones políticas o históricas de los miembros de la jerarquía de la Iglesia.
La infalibilidad del Papa ⎼repetimos, en asuntos de dogma y costumbres⎼ está sujeta a tres condiciones: 1) Que el Papa actúe en vinculación con toda la Iglesia, como fue el caso de los dogmas de la Inmaculada Concepción (por cierto, ya ancestralmente admitida en España y confirmada por el Vaticano en 1854) y el de la Asunción, en 1950; 2) Que el pontífice exprese sin ninguna ambigüedad su intención de proceder a una definición dogmática, cosa muy lejana de sus disparates históricos o sus manías personales, y 3) Que el objeto de la definición pertenezca al campo de la Fe revelada o se sustente en ella.
Tenemos los españoles experiencia en la historia de las veleidades personales y políticas pontificas, alguna de las cuales, por cierto, terminó en grave asonada bélica y con el papa huyendo del Vaticano… Y, en tiempos recientes, también tenemos la amarga experiencia del apoyo de la Conferencia Episcopal Española a los indultos a los golpistas de 2017, por influjo de su presidente, Juan José Omeya y de los acuerdos de la Conferencia Tarraconense.
A los católicos puede llenarnos todo esto de tristeza, pero en ningún caso hacernos titubear en su Fe, muy por encima de las opiniones, de los acuerdos y de los consiguientes disparates en materia política o histórica, fuera del Credo de la Iglesia. Como españoles, manifestamos nuestro más absoluto rechazo y, aunque suene a anacronismo, no podemos menos de evocar aquel punto 25 de la programática fundacional, que ocasionó el escándalo y la defección del marqués de la Eliseda, y que fue sutil y sarcásticamente comentada por José Antonio.
Tanto López-Obrador como Bergoglio han debido ser muy malos estudiantes en la asignatura de la historia, y alumnos aventajados en la materia de la infamación de lo español, que tantos ecos encuentra, por desgracia, en la propia España.