EDITORIAL
España, pasto de las llamas
Basta recorrer algunos de nuestros bosques para advertir su estado de suciedad: grandes cantidades de ramaje seco son verdadera yesca que puede arder con el primer rayo o la 'acción interesada'.
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España, pasto de las llamas
Evidentemente, no está ocurriendo solo en España en estos aciagos días, pero aquí los incendios veraniegos adquieren unas dimensiones alarmantes. Los medios dicen que es «el peor verano en quince años». El presidente del Gobierno, en una pose tan habitual en él, lo achacó “al cambio climático”, pero muchos españoles piensan que se debe sobre todo a su condición de gafe, pues las catástrofes se van sucediendo a lo largo de su mandato.
Nunca podemos saber con seguridad las causas de esta devastación por las llamas (más o menos, como sobre los orígenes de la pandemia de la covid), pero deducimos que, entre ellas ⎼concretamente en España⎼ pueden contarse las naturales (sequía, altas temperaturas de las olas de calor, tormentas secas…), las intencionadas (especulación del terreno) y, especialmente, el abandono de grandes parajes sin medidas de limpieza adecuadas.
Cabe examinar el escenario de estos grandes incendios en múltiples comarcas españolas desde tres perspectivas: en primer lugar, la de prevención, muchas veces inexistente; en segundo lugar, las de extinción, y, por último, las de regeneración.
En cuanto a lo primero, basta recorrer algunos de nuestros bosques para advertir su estado de suciedad: grandes cantidades de ramaje seco son verdadera yesca que puede arder con el primer rayo o la acción interesada: en algunos lugares, donde había inmensos pinares, lucen ahora campos de golf para uso y disfrute de privilegiados. Algunos cortafuegos existentes precisan también de estas tareas preventivas de limpieza.
¿Existen medios para esta prevención? Se nos ocurre que se podría llevar a cabo la formación de brigadas de limpieza reclutadas entre la inmensa grey de desocupados que pueblan nuestras ciudades; su justa remuneración no sería gran problema, si se intervinieran drásticamente los presupuestos volcados a pagar asesores y consejeros de las diversas administraciones; otra sabia medida sería dejar de financiar con fondos públicos instituciones y asociaciones que debieran sostenerse con las cuotas y aportaciones de sus afiliados: a buen entendedor…
Sobre las labores de extinción, solo podemos elogiar el servicio que prestan, con riesgo físico muchas veces, las dotaciones de los cuerpos de bomberos, la U.M.E. y los voluntarios de muchos pueblos españoles.
Por último, sobre la regeneración, podemos echar la vista atrás en la historia, y recordar que, en una época lejana, lo mejor de la juventud española se volcó en las repoblaciones forestales, instalando campamentos ad hoc (¿caerá bajo la ley de memoria democrática este recuerdo?); y no decimos más, porque somos de casa…
Quizás también ahora muchos jóvenes se prestarían a este voluntariado, a modo de servicio civil de repoblación y regeneración de la faz de España. Es curioso que los partidos y grupos que, hace algunos años, invitaban a la limpieza de chapapote en las playas gallegas no lancen ninguna convocatoria en este sentido…
Apostemos, por último y cambiando de tema, que también muchos jóvenes se presten voluntariamente a la tarea más profunda de regenerar en profundidad a España.