EDITORIAL
Fiestas patronales.
Fiestas patronales
Hoy celebran sus fiestas patronales multitud de pueblos españoles, muchas de ellas dedicadas a las diversas advocaciones de la Virgen, coincidiendo con el día de la Asunción. Romerías a las ermitas próximas, campeonatos de juegos y deportes locales, bailes, fuegos artificiales…, suelen ser el contenido esencial de unos momentos en que vecinos y veraneantes se divierten y olvidan, por unos momentos, la dura realidad en que nos ha sumido la pandemia y las barbaridades del Gobierno central y, en muchas ocasiones, los autonómicos.
A pesar de las múltiples celebraciones, no podemos repetir la frase que Hemingway atribuía a París: España no será una fiesta. Subsistirán las evidencias de una economía arruinada, de empresas y comercios cerrados, de familias sin trabajo y con medios de subsistencia en condiciones de penuria; subsistirán las veleidades nacionalistas, cuestionando el más elemental sentido de españolidad; precisamente en estos últimos días, nos ha llegado la imagen, en una localidad cántabra, de unas competiciones internacionales de acrobacias en bicicleta de montaña en que la delegación catalana desfilaba lejos de la común española, como si se tratara de un país extranjero más…
Las autonomías regionales han sumido a municipios y comarcas en un centralismo mucho más feroz y directo que el tan criticado de Madrid en otros tiempos; las oligarquías territoriales ⎼nueva versión del caciquismo⎼ imponen sus criterios a través de los partidos políticos, que dividen a los habitantes de las localidades y pueblos en función de ideologías e intereses personales, en lugar de promover el debate y el acuerdo en base a las necesidades reales de cada lugar. La democracia es, así, puramente nominal, formalista, y no real; y eso que España fue pionera de una democracia real, con sus Concejos abiertos…
En otro orden de cosas, también se resentirán las fiestas patronales de agosto del laicismo imperante; el trasfondo religioso de ellas quedará, en muchos casos, limitado a un puro folclore minoritario; quizás sean los abuelos quienes mantengan las raíces tradicionales, mientras quedará tristemente patente que otras generaciones han sido privadas del sentido profundo de los festejos. Como afirman aquellos sectores de la Iglesia católica que no han supeditado su misión religiosa a la política, España ya es tierra de misión.
Nosotros aunamos en nuestro ideario la preeminencia de los valores del espíritu y la urgente atención a las necesidades materiales de los pueblos, todo ello fundamentado en el ser humano, dotado de dignidad y libertad, abierto a la trascendencia y precisado de justicia en sus relaciones sociales y económicas. Es decir, que pretendemos actualizar y concretar en la sociedad del siglo XXI aquella interpretación española de la vida.
Como creyentes, pidamos la protección de los santos patronos de cada lugar de España y de la Virgen, común a todos ellos; como ciudadanos españoles, estemos atentos a las realidades en que malviven muchos pueblos, muchas familias y muchos trabajadores y pensionistas; ojalá seamos capaces de ofrecer a los jóvenes, especialmente, un futuro más abierto y prometedor que el que les puede deparar la sociedad de hoy. Si lo logramos, España sí que será una fiesta.
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