EDITORIAL
¿Ha muerto el sindicalismo, viva el sindicalismo?
Ignoramos lo que nos deparará el futuro, pero, sin pretender resucitar lo que las circunstancias de la historia han relegado al olvido, seguimos creyendo en la necesidad de un verdadero sindicalismo.
Recibir el boletín semanal de La Razón de la Proa (servicio gratuito).
¿Ha muerto el sindicalismo, viva el sindicalismo?
Leemos que los sindicatos británicos han comenzado una serie de huelgas y movilizaciones por la inexorable subida de los precios en todos los campos y reclaman aumento de los salarios; el fantasma de la inflación planea sobre partidarios y detractores de esta revisión salarial. Los sindicatos españoles llamados mayoritarios se solidarizan con los de la Rubia Albión y, por su parte, «tienen como prioridad la subida de salarios, proponen al Gobierno la subida del Salario Mínimo Interprofesional en un 10%» y afirman que, en general, «los salarios tienen que subir en nuestro país, en los países de la UE y en el conjunto del planeta» (UGT).
Existen, claro, esas centrales sindicales mayoritarias, por cierto, escasamente combativas bajo este gobierno de izquierdas; nuestra duda es si sigue existiendo el sindicalismo como fuerza social indispensable dentro del contexto capitalista y dotado de una ética y de un componente ideológico propio y no inspirado por los partidos políticos. Creemos que no.
En tiempos ya remotos, las propuestas joseantoniana y ramirista eran claramente sindicalistas, pero entendiendo que los sindicatos no debían ser meros instrumentos de justas reivindicaciones, sino elementos que proporcionaran la base económica y social de un Estado y de un Sistema distintos, que, en consecuencia, se apellidaban sindicalistas; de ahí, la conocida frase «concebimos a España en lo económico como un gigantesco sindicato de productores». Los llamados sindicatos verticales del franquismo no eran tales, ya que se mantuvo una estructura capitalista, pero tenían, de cara al futuro de la Transición, la ventaja de su unidad.
Esta desapareció pronto, como exigencia indispensable del nuevo orden de cosas de un régimen de signo liberal, y nacieron nuestras actuales centrales sindicales; el nuevo Régimen rompió pronto también el principio de libertad prometido, dándoles unos derechos y privilegios que se negaron a los demás, incluidos los dineros que eran de todos los trabajadores españoles. Los sindicatos de partido cercenaron la posibilidad de que existiera una base social verdaderamente sindicalista, lo que hubiera puesto en jaque al Sistema.
Por el contrario, las centrales fueran haciéndose cómplices de las sucesivas medidas de los gobiernos democráticos; otra cosa fueron los desafueros cometidos, alguno de los cuales cayó bajo la observancia de los tribunales… Desaparecieron por el escotillón el derecho a la participación de beneficios, el derecho a estar representados en los consejos de administración, el derecho al plus de antigüedad; por otra parte, los despidos han sido más fáciles y más baratos y se han consolidado los falsos contratos indefinidos; los convenios otorgan más privilegios a las centrales mayoritarias…
Ya entrado el siglo XXI, verdaderos sindicalistas hicieron un llamamiento en España para la existencia de un sindicalismo independiente, fiel a las tradiciones del movimiento sindicalista, definido por los siguientes puntos: a) independencia del partido político y de cualquier organización ajena a los intereses de los trabajadores; b) unidad, con cabida para todos los trabajadores, ya asalariados, ya autónomos; c) pluralismo, tal como es el mundo del trabajo; d) democracia auténtica, sin decisiones impuestas desde los cabecillas; e) carácter federativo, al partir de la voluntad de los trabajadores que van creando sus organizaciones, no de una central; f) prioridad reivindicativa, y g) humanismo.
Aquella propuesta cayó en saco roto, como le había ocurrido al sueño de una sociedad nacionalsindicalista antaño. Ignoramos lo que nos deparará el futuro, pero, sin pretender resucitar lo que las circunstancias de la historia han relegado al olvido, seguimos creyendo en la necesidad de un verdadero sindicalismo. Que quizás no llegue nunca, porque la Globalización, con sus proyectos de orden mundial, lo siga impidiendo.