EDITORIAL

A modo de sugerencia…

La aspiración –en estos momentos, a título de humilde sugerencia– es que estas formas de los Estados particularistas sean sustituidos por otras nuevas que conduzcan a Estados integradores, donde la democracia deje de ser una simple palabra y se convierta en un hecho.


Editorial de La Razón de la Proa (LRP) de febrero de 2021, recuperado para ser nuevamente publicado en diciembre de 2023. Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

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A modo de sugerencia…

A modo de sugerencia…


La desafección creciente hacia las formas, los usos y la eficiencia de los Estados en Occidente es un signo clamoroso de nuestro tiempo; la pandemia no ha hecho más que agudizar este malestar y la crítica soterrada que se deriva, si bien apagada por la invisible censura que va tomando cuerpo.

No dudamos en afirmar, aunque la propaganda oficial diga otra cosa, que, más que un sentimiento antidemocrático, se trata de una duda y de una sospecha hacia una degeneración de la democracia que, en el esquema aristotélico, llevaba el nombre de demagogia. En efecto, si en la primitiva democracia ateniense, quedaban excluidos los esclavos y las mujeres, ahora, en la práctica, quedan excluidos los pueblos, a quienes solo se les garantiza el uso del voto cada cierto tiempo.

El motivo es que, a los particularismos (insolidarios por definición) de las clases sociales dominantes, de los nacionalismos territoriales y de los partidos omnipotentes, se ha añadido genéricamente el particularismo de una clase política entera, atenta a los dictámenes de las oligarquías financieras trasnacionales y distraída del bien común.

Los Estados llamados democráticos adolecen de este constante particularismo de sus clases dirigentes, que, con su juego partidista, se inhiben de las necesidades reales de las poblaciones; incluso, ponen en tela de juicio los logros –todo lo parciales que se quiera– de los Estados del bienestar, que están amenazados con pasar al desván de la historia por mor del ultraliberalismo, secundado eficazmente por el progresismo vociferante.

La aspiración –en estos momentos, a título de humilde sugerencia– es que estas formas de los Estados particularistas sean sustituidos por otras nuevas que conduzcan a Estados integradores, donde la democracia deje de ser una simple palabra y se convierta en un hecho.

En nuestro caso, nosotros nos apuntamos al proyecto de una España de todos, por todos y para todos, y no como dominio y usufructo del partido mejor situado en unos comicios y más complaciente con las directrices globalistas; esa España no puede quedar al albur de los diversos particularismos.

Ese Estado integral de España debe sustentarse en un carácter sintético, es decir, no escorarse a las bandas de babor o estribor en cada legislatura, sino que, en su frontispicio de valores constitutivos y constitucionales se asuman las ideas que se consideran novedosas, transformadoras, imaginativas si se quiere, con las que respondan a una tradición heredada por representar constantes de razón.

Si esto es así, la segunda nota de este deseable Estado integral sería su nota inclusiva, es decir que incluiría armoniosamente las pretensiones de todos y satisfaría las necesidades reales de la sociedad.

Puede llamarse utópico a este planteamiento, pero es la alternativa lógica que se nos ocurre frente al desinterés, a la apatía política de los pueblos y frente a la desolación creciente ante las falsificaciones de la democracia.

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