RAZONES Y ARGUMENTOS

Una honrosa excepción a unas constantes históricas

Las organizaciones de voluntariado del Frente de Juventudes –las FFJJ de nuestros mayores y nuestra OJE– fueron la única expresión pura del falangismo, en un marco en que la camisa azul servía, a veces, para esconder mercancía averiada, más o menos del mismo modo que, hoy en día, la democracia sirve para ocultar la corrupción.


Artículo destacado a modo de editorial publicado en el boletín Nº 32 de Mástil Digital, de diciembre de 2014. Editado por la Hermandad Doncel. Ver portada de Mástil Digital en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.​

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Todas las juventudes conscientes de su responsabilidad se afanan en reajustar el mundo.
Una honrosa excepción a unas constantes históricas

Una honrosa excepción a unas constantes históricas


En la historia no hay ningún momento idéntico al anterior, todo lo más, con cierto parecido, y ello por la presencia de problemas no afrontados, enquistados, que se han elevado a la categoría de constantes.

En estas líneas nos referiremos solo a dos de ellos en el caso español: la tensión entre individuo y autoridad, por una parte, y la descalificación del oponente, por la otra. Se puede argumentar que estas características son compartidas por otros pueblos, pero, entre nosotros, los españoles, suelen aparecer de forma exacerbada y a ellas pueden atribuirse en gran medida nuestros conflictos internos.

Con respecto a la primera constante, mucho se ha escrito ya; desde aquel irónico enunciado constitucional de Ganivet (Este español está autorizado a hacer lo que le dé su real gana) a la devaluación actual casi absoluta del concepto de autoridad, entendiendo por tal no solo la autoridad política –unida, por tanto, a la potestas– sino a cualquier asomo de auctoritas –aun sin poder– en el pensamiento, la cultura, la religión, el arte o la ciencia; se puede llegar a aceptar que alguien esté muy capacitado en una rama del saber, profesión o actividad, pero no se reconoce su jerarquía en ese campo concreto. Nuestro igualitarismo mental es sangrante.

Esta disposición española a rechazar la autoridad puede tener un elemento positivo: la rebelión contra la tiranía y la defensa apasionada de la libertad; pero, como también figura entre nuestras constantes históricas la fides ibérica –en paradoja con lo anterior–, no es extraña la aceptación de poderes excepcionales, carismáticos, de liderazgo, siempre y cuando no rocen una arbitrariedad manifiesta.

El español no acostumbra a ser, pues, disciplinado, pero sí que es, a la vez, ingenuo con facilidad; es capaz de quedar boquiabierto ante los supuestos milagros del buldero del Lazarillo o ante las palabras del demagogo de turno; esta función de seducción social también pueden ejercerla las grandes palabras, como democracia, por ejemplo, aplicada a una comunidad vecinal, a la judicatura, a la parroquia o al aula; somos capaces de comulgar con ruedas de molino cuando se empeñan los ingenieros sociales y lo que en otros momentos hubiera sido considerado absurdo o despótico es aceptado sin rechistar si lleva ese marchamo milagroso.

En términos generales, el rechazo a la autoridad del español ha tenido y tiene consecuencias negativas; la expresión hecha la ley, hecha la trampa, sin ir más lejos, la tradición de la picaresca de los pequeños nicolases, la imposibilidad de un trabajo en común o la insolidaridad entre hombres y tierras son muestra de ello; como dice Laín, cuando desfila el ejército alemán, desfila una idea; cuando lo hace el español, son individuos que marcan el paso… y a regañadientes.

En relación con la segunda constante, es decir, la tremebunda descalificación del oponente, se puede decir que se ha mantenido en todas las épocas y bajo todos los regímenes, fueran de relativa libertad como de dictadura.

Alguien puede relacionar esta característica con el cainismo, pero me voy a permitir rechazar esta identificación; no somos más cainistas que otros pueblos y basta repasar los hechos de la 2ªGM en casi todas las naciones europeas de cualquier bando para comprobarlo. No nos distinguimos, pues, por ser más cainistas que otros, pero sí por ser más intransigentes y más cerriles, tanto si estamos situados a la derecha o a la izquierda.

Así, el monopolio de la verdad, el exclusivismo y el dogmatismo que se suele achacar al franquismo se corresponde, y se supera según los casos, bajo la égida del progresismo actual; si Miguel Hernández, Giner de los Ríos o Clarín eran anatemas en según qué épocas y mentalidades del régimen anterior, no lo son menos en la actualidad Ricardo de la Cierva, Pío Moa, Agustín de Foxá… o José Antonio Primo de Rivera.

Derecha e izquierda proclaman su supremacía absoluta en literatura, arte, análisis histórico, cultura, pensamiento…, sin admitir que el de enfrente pueda tener algún valor; queda descalificado sistemáticamente, sin dedicarle ni un segundo a comprender sus argumentos o razones. La ortodoxia y la heterodoxia van por barrios, pero su empleo es común a todos.

La excepción confirma la regla, y me voy a permitir mencionar la nuestra, la de aquel Frente de Juventudes del que se va a conmemorar el próximo año el 75º aniversario de su fundación; y, dentro de él, especialmente, la etapa que vivió nuestra generación de Doncel.

Con respecto a la primera constante española estudiada, no se puede dudar de que se nos educó en la virtud de la disciplina; desde el mimetismo castrense –no cuartelero– de los primeros momentos –producto lógico de la posguerra y del ambiente europeo– hasta la toma de conciencia de que la autodisciplina tenía más valor que la impuesta exteriormente, los afiliados fuimos disciplinados hasta el extremo.

No obstante, la contestación en nuestras filas fue un hecho: cuando se advertía que la teoría no se correspondía con una realidad política y social; o, en lo personal, cuando la potestas ejercida por el mando no estaba unida a la auctoritas, es decir, en términos populares, cuando el mando en cuestión era un cenutrio… Se trataba de una disciplina racionalizada, siempre en función de valores superiores.

Se obedecía siempre cuando se percibía –con todo un amplio margen de error humano– que las órdenes estaban en consonancia con los grandes planteamientos, con el Ideal.

Del mismo modo, desde el Frente de Juventudes se rompió con la segunda de las constantes, el exclusivismo y la descalificación del otro, sencillamente porque no entendíamos que existiera el otro en el pueblo español; asumimos la historia de forma integral y el presente de forma generosa; aceptábamos la herencia española por ser tal y admirábamos al artista o leíamos al pensador sin hacerle ascos a priori por estar situado en tal o cual coordenada, aun cuando no fuera la nuestra.

Esto se debió a razones éticas e ideológicas, que, para nosotros, venían a ser lo mismo, toda vez que nuestro referente era José Antonio Primo de Rivera. Las organizaciones de voluntariado del Frente de Juventudes –las FFJJ de nuestros mayores y nuestra OJE– fueron, en expresión de alguien que no simpatizaba precisamente con nuestros planteamientos, la única expresión pura del falangismo, en un marco en que la camisa azul servía, a veces, para esconder mercancía averiada, más o menos del mismo modo que, hoy en día, la democracia sirve para ocultar la corrupción.

Vamos, pues, a ese 75º aniversario con el legítimo orgullo de haber sido una excepción a dos tristes constantes de la historia de España*.

*Nota: Artículo publicado en 2014
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