HUELLAS DE NUESTRO PASO

Los militantes juveniles

Artículo publicado en el boletín Trocha. Nº 202. Abril de 2019.

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Los militantes juveniles

El militante juvenil, en el seno de la Organización Juvenil Española, totalmente voluntario, se refería a quienes sintieran especial vocación política.

Recordemos los dos albergues en Solórzano (Santander) de 1966 y 1967, donde se daban cita, además de nuestras ilusiones y aprovechamiento, las mejores espadas de la política española de entonces para ofrecernos sus conocimientos; charlas, debates, foros, lecturas...

Muchos de nosotros, al llegar a la edad de Cadete (recordemos: entonces a los 17 años) poníamos nuestra aspiración más honda en alcanzar la condición de militante juvenil de FET y de las JONS, incluso alguno falsificando la edad para el ingreso. El Boletín Oficial del Movimiento nº 809, de 1 de agosto de 1960, recogía esta figura del militante juvenil, totalmente voluntaria, en el seno de la Organización Juvenil Española, abierta a quienes sintieran especial vocación política.

La Orden de la SGM de 18 de julio de 1960 (coincidente con la de creación oficial de la OJE) decía que estos militantes continuarán encuadrados en las distintas Unidades de la Organización Juvenil Española, con participación normal en sus actividades y dentro de sus cuadros generales de derechos y obligaciones (art. 6); la dirección y tutela del militante juvenil correspondía personalmente al jefe del Hogar Juvenil (art. 11), y se detallaban algunas actividades específicas de esta condición.
 
Los delegados provinciales de Juventudes recibirán el juramento de los aspirantes, y era esa emocionante ceremonia de cada 29 de octubre, con la prosa poética de Sánchez Mazas, el culmen de nuestras aspiraciones, lo que se llamaba el pase al Movimiento; no tardaríamos en darnos cuenta de que no era oro todo lo que relucía… El artículo 4 afirmaba que el censo nacional de los militantes juveniles se comprenderá bajo el nombre de Falanges Juveniles de Franco, con lo que recogía la antigua denominación para aplicarla a estos cadetes. Luego, con 21 años, se alcanzaba la plenitud de deberes (art. 5).
 
Hasta aquí la norma oficial. Para nosotros, era mucho más que un trámite, porque entendíamos que se trataba de un compromiso firme al servicio de la Idea. Nuestro distintivo era un círculo de color azul, en el que, bajo un trenzado de cuerda, campeaban el yugo y las flechas de forma separada, para ostentar encima del bolsillo izquierdo de la camisa azul.
 
Se convocaron unas cuantas actividades concretas para Militantes Juveniles; recordemos los dos albergues en Solórzano (Santander) de 1966 y 1967, donde se daban cita, además de nuestras ilusiones y aprovechamiento, las mejores espadas de la política española de entonces para ofrecernos sus conocimientos; charlas, debates, foros, lecturas… componían una tarea constante, con algunos momentos para el descanso o la vacación. De repente, se esfumó toda apariencia de solidez; de la noche a la mañana, desaparecieron de los papales oficiales las alusiones a los militantes juveniles, a su formación y a sus cometidos; sin el menor comentario y sin la menor explicación. Podemos decir que, a partir de 1969, el Militante Juvenil desapareció sin dejar rastro. Contemplado desde la perspectiva que da la historia, se entiende fácilmente… Quizás nunca sepamos qué hilos se movieron entre bastidores para decretar el apagón sobre los militantes juveniles…

El velo de silencio se extendió, no solo sobre la normativa oficial, sino sobre el funcionamiento de la actividad y sobre las perspectivas; cada uno, entonces, aplicó aquel Juramento de la manera que le pareció más noble y exacta. Fue una expectativa tan solo, y, como muchas, frustrada. Quedaron las relaciones entre camaradas y el buen recuerdo de alguna enseñanza. Lo demás, correspondió a la conciencia de cada uno.