HUELLAS DE NUESTRO PASO

El "Montañas nevadas": una mirada desde el presente.

Siguen para nosotros, los retos de las cumbres más altas, embellecidas por la nieve, con pasos difíciles a veces, pero accesibles si se pone por delante la voluntad y el esfuerzo. Hay banderas al viento.


Publicado en la revista Lucero, núm. 142, 1er trimestre de 2021. Editado por la Hermandad Doncel - Barcelona | Frente de Juventudes. Ver portada de Lucero en LRPRecibir actualizaciones de La Razón de la Proa (un envío semanal).

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El "Montañas nevadas": una mirada desde el presente.

El "Montañas nevadas": una mirada desde el presente.


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Junto a la primera canción jonsista, Isabel y Fernando, y las más superficiales de Vamos a contar mentiras y El flecha meón, fue Montañas nevadas la que sabían muchísimos españoles; se aprendía y cantaba, no solo en las unidades de afiliados (FF.JJ. primero y OJE después), sino en los colegios, cuando el profesor de turno era próximo a la institución de Juventudes.

Gozó, pues, de gran popularidad, y seguro que muchos de los que ahora peinan canas (o ni siquiera pueden peinarse) la recuerdan e, incluso, la tienen a flor de labios cuando el super-yo de la corrección política baja su vigilancia, por ejemplo, bajo la plácida ducha…

Fue popular hasta tal punto que, en las épocas de la Transición, se hablaba festivamente del complejo montañas nevadas para referirse a aquellos que se apresuraban a borrar su pasado y sufrían sobremanera cuando algún antiguo camarada les recordaba su antigua militancia.

La letra del Montañas nevadas es de Pilar García Noreña y la música de quien fue durante siete años profesor de la Academia José Antonio, Enrique Franco Manera; parece que se publicó por primera vez en el Cancionero falangista de 1945, pero debe ser un par de años más antigua, pues fue grabada en los discos de pasta cantada por el coro de la Academia; hasta 1963 no se volvería a grabar, esta vez con los coros de la Cadena Azul de Radiodifusión, como obra de la editorial Doncel, de la Delegación Nacional bajo el mando de López-Cancio; curiosamente, en esta segunda grabación no se canta la segunda estrofa.

Han pasado más de setenta y cinco años; es desconocida por la casi totalidad de los jóvenes incluso por los que viven sus aventuras al aire libre en los campamentos juveniles, Para los de mi generación de los años 60, era una canción heredada de nuestros mayores, pero seguía siendo una de las preferidas.

Se consideraba como himno de montañeros, si bien nunca alcanzó esta denominación oficial; aparte de su título y del simbolismo de las cumbres, encierra, en su bella poesía, una síntesis del mensaje joseantoniano, que alcanzó, por lo menos, a tres generaciones de españoles.

Se me ha ocurrido que ese mensaje mantiene su valor esencial, en estos tiempos tan diferentes de los de su creación y popularidad; cada vez que repaso sus versos o los entono ⎼solo ⎼bajo la ducha⎼ o en compañía⎼, o en modestas andaduras montañeras, me reafirmo en esa opinión. Mi perspectiva es la del presente, la de los años veinte del siglo XXI, esos que tan mal han empezado a causa de la pandemia y de otras cosas tan desagradables.

Sin abandonar del todo mi deformación profesional de antiguo profesor de literatura, pero sin incluir aspectos técnicos farragosos para el lector no avezado, paso a glosar su contenido, inevitablemente sin la estupenda y evocadora música de Enrique Franco.

La mirada, clara y lejos, y la frente levantada
voy por rutas imperiales, caminando hacia Dios.

Se puede mirar de muchas maneras (de reojo, con la vista gacha, sin hacerlo a los ojos del vecino, con hipocresía ante las cámaras de televisión…), pero la mirada de la canción es como la de los enamorados, clara y limpia, porque se trataba de enamorados de España; además, de manera muy distinta a la de fijarse en lo inmediato, con ese presentismo que rechaza el futuro de esperanza, se mira lejos, con perspectiva de encontrar algo mejor y luchar por ello. Es la canción de los horizontes: cada uno es un etapa para llegar al siguiente; como en la montaña, acaso no lleguemos a la meta ansiada, pero habrá valido la pena el esfuerzo del itinerario.

El lema de aquel Frente de Juventudes, Por el imperio hacia Dios, parece hoy utopía y ganas de incordiar…Pero, salvando la anacronía evidente de los tiempos, recordamos que José Antonio invocaba un imperio espiritual, en el que España volviera a regir las grandes empresas del espíritu, todo lo contrario, claro, de los proyectos de ese Nuevo Orden Mundial que nos están colando. Y la razón fundamental es clara: nuestra referencia es Dios, ese que es silenciado, ocultado o negado por el relativismo y el nihilismo actuales, ese Dios que es el fundamento de la vida y la fuente del Amor.

Quiero levantar mi patria, un inmenso afán me empuja,
poesía que promete, exigencia de mi honor.

Entonces lo prioritario era levantar a España, arrasada por una guerra de tres años y casi tres siglos de abandono; a ello se prestó una sufrida generación, y lo consiguió, si bien por diferentes caminos de los que querían quienes cantaban el Montañas nevadas. ¿No urge hoy también levantar una patria sumida en la desesperanza, sometida a una gestión infame de sus gobernantes y llevada por caminos sin salida?

El afán nace del imperativo poético que marcaron nuestros fundadores; se sigue precisando la poesía que promete frente a la poesía que destruye. Y el compromiso se convierte en exigencia de honor, esa palabra tan olvidada y que implica ser consecuente entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace.

Montañas nevadas, banderas al viento,
el alma tranquila, yo sabré vencer.
Al cielo se alza la firma promesa,
hasta las estrellas que encienden mi fe.

La belleza de las altas montañas que hay que conquistar con esfuerzo es el símbolo contenido en este estribillo; al pie se instalan campamentos juveniles, presididos por las banderas; los que los habitan tienen la conciencia tranquila porque están cumpliendo con su compromiso y perseveran. Ahora sabemos que no vencieron, que ⎼como dice Enrique de Aguinaga de José Antoniofracasaron con éxito, pero no fue culpa suya. Los que seguimos la ruta que lleva a las altas montañas casi inaccesibles hemos prometido ser inasequibles al desaliento.

Es curioso que la palabra promesa se concretara en un texto concreto para mi generación, texto que venía a mantener, actualizado, aquel mensaje de los que primero entonaron la canción. La historia continuaba, y continúa, y, sabiendo que no vuelve nunca atrás, se convierte en reto para otras generaciones, aunque no sepan el Montañas nevadas.

Las estrellas (o luceros, si se quiere) iluminan con su ejemplo la fe de los que aún no las han alcanzado; su luz nos sigue marcando una dirección, aunque haya que transitar por otros caminos de los que quedaron cegados en la historia.

José Antonio es mi guía, y bendice Dios mi esfuerzo.
Cinco flechas florecidas quieran alzarse hasta el sol.
Renovando y construyendo, forjaré la nueva historia;
de la entraña del pasado nace mi revolución.

Esta es la según estrofa de la canción. José Antonio es nuestro referente, tanto por su cualidad de arquetipo humano como por lo esencial de su pensamiento político. Desde su muerte, el mundo ha cambiado mucho, y sería iluso pretender que lo que él planteaba para su tiempo se pueda ajustar al nuestro.

En esto se distingue al hombre del mito. José Antonio fue un personaje en la historia, con sus defectos, sus errores, sus virtudes y sus aciertos. No seguimos al mito, sino el ejemplo de un hombre y tomamos como referencia el rigor de su pensamiento; quisiéramos nosotros seguirle en este rigor y en aquella ejemplaridad. Como él, quisiéramos entender el mundo que nos rodea y saber trazar, también como él, caminos de superación de lo injusto.

En todo caso, confiamos en que Dios nos ayude, que su Espíritu nos otorgue sus dones, para aplicarnos a nuestra vida y a la vida de España. Por ello, siguen las flechas ornadas con rosas y mantienen su impulso hacia arriba, hacia el sol.

Aquella revolución nacionalsindicalista no se hizo realidad en todos sus alcances, es cierto; pero es rechazable la postura del conformismo, del creer que no se puede hacer nada. Sigue en pie la tarea de renovar todo lo caduco, de construir, porque cada generación ha recibido una herencia que tiene, a su vez, que transmitir a la siguiente; así, la historia siempre será nueva.

No añoramos el pasado ni copiamos a los que nos precedieron. Lo que pretendemos es adivinar lo que ellos harían si se encontraran en nuestras circunstancias; esa es la verdadera tradición, la entraña del pasado, y de ahí nacen nuestras aspiraciones para entregar un mundo mejor a quienes nos sucedan.


Final.

La canción Montañas nevadas es consigna permanente. Cambian los tiempos y las modas. Las innovaciones de la tecnología parecen propios de la fantasía, pero ahí están. No tiene parangón el mundo que conocieron quienes estrenaron la canción con el que nos rodea.

Pero el ser humano sigue sin encontrar la armonía con su entorno: el terrenal, lleno de injusticias, de partidismos, de luchas inútiles, de falsas libertades, de ídolos con pies de barro; y el trascendente, porque las brújulas que nos han dado son defectuosas y no indican la dirección de Dios.

Siguen para nosotros, los retos de las cumbres más altas, embellecidas por la nieve, con pasos difíciles a veces, pero accesibles si se pone por delante la voluntad y el esfuerzo. Hay banderas al viento.