JOSÉ ANTONIO | ARGUMENTOS
José Antonio, la doctrina del libre albedrío y la Agenda 2030
Hoy día, parece que la amenaza se ha desplazado desde el comunismo de los bolcheviques a otra especie de comunismo: el de las élites globalistas y su famosa Agenda 2030.
Publicado en la revista Gaceta FJA (FEB/2024). Ver portada de Gaceta FJA en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
José Antonio, la doctrina del libre albedrío y la Agenda 2030
Porque sólo se respeta la libertad del hombre cuando se le estima, como nosotros le estimamos, portador de valores eternos; cuando se le estima envoltura corporal de un alma que es capaz de salvarse y de condenarse. José Antonio
Esta es, cabalmente, la doctrina del libre albedrío, defendida en Trento por religiosos católicos españoles frente al determinismo luterano y calvinista. El hombre tiene capacidad para adherirse a la verdad, con ayuda de la Gracia, y salvarse; o para negarla y condenarse. Dios quiere al hombre libre; Dios espera, sin desesperar jamás, como el padre del Hijo Pródigo, la respuesta libre del hombre que acepta acogerse a la paternidad divina y hacerse uno con su Hijo encarnado. Y en esta relación, Dios no quiere hacer trampas “paternalistas”: confía en el hombre y le deja hacer, aunque se equivoque.
Nikolay Berdyaiev, en El espíritu de Dostoyevski, se detiene, en un hermosísimo capítulo de Los hermanos Kamarazov, en la figura del gran inquisidor. Este inquietante personaje, falsamente compasivo, expone, con notable desprecio por la naturaleza humana, que el hombre busca no tanto a Dios como a los milagros; solo una aristocracia es capaz de soportar el peso agobiante de su libertad; la mayoría, débil, tan solo quiere que le solucionen la vida sin complicársela. Reprocha al mismísimo Cristo que no bajase de la cruz por no querer apoderase del hombre con un milagro definitivo; por tener sed de una fe libre en los hombres; fe libre y no milagrera.
Para el socialismo ateo y materialista no existe el problema trágico de la libertad individual. ¿Libertad para qué? Se espera la liberación y realización de la humanidad a partir de la organización material forzada de la vida. El socialismo quiere doblegar la libertad en nombre de la felicidad, la saciedad y la tranquilidad. El gran inquisidor promete liberar a la gente de la gran preocupación y de los terribles suplicios actuales de la decisión personal y libre.
«Obligaremos a trabajar a los hombres, pero en las horas libres les organizaremos la vida como un juego de niños, con canciones en corro, con danzas inocentes. Les permitiremos también el pecado. Son tan débiles e impotentes…».
Se trata, como señalaba José Antonio, de la versión infernal hacia un mundo mejor que preconiza el comunismo. Consiste en...
«la sustitución de la libertad individual por la sujeción férrea a un Estado que no sólo regula nuestro trabajo, como un hormiguero, sino que regula también, implacablemente, nuestro descanso». Es todo esto: “es la venida impetuosa de un orden destructor de la civilización occidental y cristiana; es la señal de clausura de una civilización que nosotros, educados en sus valores esenciales nos resistimos a dar por caducada”. (José Antonio).
José Antonio defendía el orden de la civilización cristiana. Nada que ver con las versiones paganas e idólatras de los fascismos ni con la versión infernal del materialismo socialista, seguidores todos ellos de las enseñanzas del gran inquisidor. Este orden, proclamaba el falangista, ha de arrancar del individuo, del hombre que tiene que ser libre y al que hay que situar en un contexto donde esa libertad pueda ser efectiva. No existe la libertad sino dentro de un orden; y, específicamente, el orden económico ha de ser garantía de esa libertad. De aquí su crítica implacable también al liberalismo. Para que el hombre sea libre, es preciso que ni la violencia, ni la fuerza –de otras personas o de situaciones vitales– ni la ignorancia sometan a los individuos. Así pues, tanto la libertad profunda como las libertades más formales, que derivan todas ellas de una eterna e inviolable dignidad humana, requieren para su ejercicio efectivo que un ente ordenador de la sociedad, el estado, en virtud de su autoridad, sirva a la unidad de destino de cuantos lo conforman. Esto es, coordine y arbitre las medidas necesarias para que todos puedan desempeñar su misión dentro del continente común, donde se ponen en juego los destinos individuales según el libre albedrío de cada cual.
Todo lo anterior tiene sus consecuencias prácticas: el individuo, valorado en su individualidad, tiene que ser libre, pero ha de someterse a todo cuanto posibilita el que los otros individuos también puedan serlo. Las libertades individuales no son un absoluto. Debe haber un poder coactivo y ordenador que garantice las condiciones compatibles con la dignidad de las personas. Ese poder ordenador y coactivo acaba donde entran en juego las legítimas opciones personales de los individuos; es decir, todas aquellas que no perturben a los demás ni pongan en riesgo la unidad de destino. Esto es válido en todos los terrenos; también en el económico. El Estado no es nadie para prohibir las iniciativas privadas, siempre y cuando no sean incompatibles con el interés general. Más aún, debe proteger y estimular a las que sean beneficiosas (punto 8 de la Norma Programática de FE de las JONS). El Estado no puede obligar a nadie a que sea bueno o virtuoso, ni impedir que los individuos opten, en uso de su libre albedrío, por la infelicidad o la inmoralidad, siempre y cuando no lesionen derechos de otros.
Sabemos, a diferencia de los comunistas, que no alcanzaremos el Paraíso en la Tierra. Pero, al menos, podemos intentar hacer posible, dentro de nuestros límites, la libertad de todos para la realización de sus destinos individuales. El hombre no puede ser libre si no vive como tal hombre; y no puede vivir como exige su humanidad si no se le asegura un mínimo de existencia; y no se puede asegurar a todos ese mínimo de existencia si no se ordena la economía sobre unas bases que lo hagan posible; y no puede ordenarse la economía sobre bases justas si no hay un Estado fuerte y ordenador (que ponga y asegure un orden); y no es admisible un Estado fuerte y ordenador si no es al servicio de una gran unidad de destino. He aquí el esquema joseantoniano, dentro del cual se puede intentar hacer efectiva la defensa de la dignidad, la integridad y la libertad del hombre, valores eternos e intangibles.
Hoy día, parece que la amenaza se ha desplazado desde el comunismo de los bolcheviques a otra especie de comunismo: el de las élites globalistas y su famosa Agenda 2030. En efecto, nos prometen un desarrollo sostenible con unos objetivos irreprochables. La felicidad y el fin de nuestros problemas en la tierra. ¿A cambio de qué? Para empezar, desconfían de la capacidad de la mayoría de los mortales para tomar decisiones adecuadas. El gobierno será el que ejerzan unas minorías cuidadosamente seleccionadas, incluso por programas eugenésicos, y fuera de todo control democrático. Las fronteras serán borradas y las comunidades intermedias –las familias especialmente– llamadas a desaparecer. Se sustituirán niños por perros o por otra clase de mascotas, y la élite programará cuánta población y qué tipo de población interesa en cada momento. Se cambiarán los hábitos alimenticios que no se estimen sostenibles para la mayoría de la población planetaria, no para la nueva nomenklatura que continuará comiendo carne en lugar de insectos; y la gente, salvo, claro está, los de la élite, no será propietaria de casi nada, Pero la gente será feliz. Los Estados vasallos de la élite proporcionarán subvenciones y entretenimientos para todos, y todos gozarán de pseudolibertades de saldo. Las religiones –como reclamaba John Lenon cuando entonaba su icónico Imagine– desaparecerán de la faz de la tierra. Especial inquina se mostrará hacia la religión del Dios encarnado en el Cristo que anunció la Verdad liberadora. Si no hay Dios, tampoco existe la naturaleza superior del hombre, ni tiene éste dignidad ni derecho a gozar de libertad. Entonces, como apunta de nuevo Berdyaiev, solo queda el hormiguero social basado en la coacción. Un hormiguero feliz y distraído.
Es, una vez más, la utopía infernal que se cimenta en las mismas tentaciones rechazadas por Cristo en el desierto: convertir piedras en panes y que unos ángeles demoníacos nos esclavicen aparentando servirnos. Sigue tratándose de aquel futuro inquietante, con un cielo vacío y una tierra sin hombres verdaderamente libres y responsables, que entreviera José Antonio. La invasión de los nuevos bárbaros que él pronosticaba ha mutado y confluido con las consecuencias últimas del capitalismo. Frente a ella se intentó movilizar a una Falange de jóvenes ardorosos, sedientos de justicia y de libertad. Hoy, en esta tarde perpetua de crepúsculos tristes, sin esperanza de amaneceres, no cesan de arriarse banderas, sin que siquiera un toque de clarín nos advierta de cuál es la hora en que vivimos. La primera a reponer, la bandera de la libertad.