LIBROS
«En presencia de la muerte».
El libro de José María Zavala, Las ultimas horas de José Antonio contiene multitud de datos valiosísimos para comprender la importancia que realmente tuvo para España José Antonio.
Publicado en:
'Cuadernos de Encuentro', núm. 142, de otoño de 2020.
Ver portada de 'Cuadernos' en LRP.
Gaceta FJA, núm. 337, de octubre de 2020.
Ver portada de la Gaceta FJA en La Razón de la Proa.
En presencia de la muerte.
Recuerdo la impresión que me causó la conferencia que, en un amplio salón universitario, desarrolló con ese título [En presencia de la muerte], ante noticias recibidas de un suceso importante de la II Guerra Mundial, el catedrático Santiago Montero Díaz. Y esa reacción se registró en mí últimamente, al leer el libro de José María Zavala, Las ultimas horas de José Antonio (Espasa, Barcelona, 2015, 447 págs.).
Quiero destacarlo, porque mantener silencio sobre esta aportación de José María Zavala resultaría lamentable, por mil motivos, pero creo que esa obra contiene, además, multitud de datos valiosísimos para comprender la importancia que realmente tuvo para España José Antonio. Yo había tenido noticias valiosísimas sobre su vida estudiantil, a través de conversaciones con Ramón Serrano Suñer, su compañero en la Facultad de Derecho de la Universidad Central, incluyendo charlas sostenidas entre ambos a lo largo del recorrido que hacían juntos, muchas veces desde el edificio de la Universidad Central, radicada en la calle de San Bernardo. Y, en otras ocasiones, incluso en el ámbito en que se recogía Serrano Suñer para trabajar.
Hablaron de mil cuestiones jurídicas, estudiantiles y políticas, y fue previo a la decisión de Serrano Suñer de preparar oposiciones en las que triunfó de modo extraordinario, mientras que José Antonio se orientaba más hacia vinculaciones docentes en el mundo académico, en espera de posibles cambios en el panorama de la enseñanza universitaria. Lo expuso incluso en polémicas a causa de lo sucedido, inicialmente, con el que acabó siendo gran triunfo académico de Garrigues, y simultáneamente, con el ejercicio libre de la abogacía. Tal planteamiento vital me fue confirmado por mi maestro, el gran economista Luis Olariaga.
Cuando concluía sus explicaciones en la catedra de Economía Política en la Facultad de Derecho –yo entonces era uno de sus ayudantes de clases prácticas– y emprendíamos, como he relatado en alguna ocasión, el camino juntos desde la calle San Bernardo hasta la de Marqués de Cubas, donde residía el Consejo Superior Bancario. En esta entidad, era secretario Olariaga y yo, entonces, un simple empleado de la sección de Estadística. Durante él, Olariaga me relataba multitud de vivencias suyas, y entre otras aquéllas referidas a que había tenido previamente un ayudante como usted que también asistía y tomaba notas de mis clases. Y ese ayudante era José Antonio Primo de Rivera, hijo del entonces dictador y presidente del Gobierno, Miguel Primo de Rivera. Y con ese motivo recibí de Olariaga multitud de opiniones sobre José Antonio, y tanto acerca del futuro que deseaba para sí, como respecto a errores de política de su padre, y también sobre el ambiente estudiantil de entonces y otros mil aspectos de la vida española.
Señalo todo esto porque, al poco tiempo de la etapa de colaboración con Olariaga, José Antonio se reorientó, ya que consideró, y con gran razón, que la intolerable la actitud de multitud de políticos e intelectuales que criticaban la labor de su padre –el cual había muerto casi inmediatamente después de haber abandonado la Presidencia de Gobierno–, exigían una respuesta. Eso le hizo reorientar su vida, manteniendo sus estudios jurídicos para la actividad de abogado. Ya lo viví desde Asturias, pues José Antonio fue uno de los abogados que originaron una sentencia del Tribunal Supremo, fundamental sobre la propiedad rural, derivada de señoríos, como era la existente en Malleza.
Esa vida política en este nuevo contexto, motivó su apartamiento obligado de la carrera universitaria y pronto –después de aquel famoso mitin en conjunto con Garcia Valdecasas y Ruiz de Alda, el héroe del Plus Ultra–, se produjo la consolidación de su marcha política, que rápidamente le convirtió en jefe nacional de Falange. A partir de la política creada por el Frente Popular, y desaparecer cualquier posibilidad de una evolución pacífica de la realidad española, ello condujo, respecto de José Antonio, a ser, en primer lugar, detenido, y el 20 de noviembre de 1936, ejecutado.
La importancia de ese libro de José Maria Zavala, Últimas horas de José Antonio, es notable, porque nos muestra simultáneamente dos cosas con una documentación que hay que calificar de exhaustiva: la realidad concreta en lo jurídico, en lo político, y en lo social que vivía España en aquellos momentos, y, por otro lado, también documentadísimos, todos y cada uno de los actos significativos que pasó a tener José Antonio en la cárcel de Alicante hasta su ejecución.
En relación concretamente con José Antonio, queda así demostrado que éste, en espera de la muerte, y hasta el último momento, tuvo una actitud que ha de calificarse como ejemplar. Es imposible encontrar el menor pretexto de crítica para todos y cada uno de sus actos en Alicante. José Antonio reaccionó, repito, de modo ejemplar, y no elimino nada en lo de ejemplar a pesar de repetirlo. Por eso, considero que la aportación de José María Zavala debe divulgarse todo lo posible, porque muestra por encima de todo, cuál debe ser la reacción de un español adulto en presencia de la muerte.
Concretamente, José Antonio mostró la permanencia de tal talante en una situación así, y actualizó lo que ya se había destacado en los Tercios de Flandes, por quien parece que pasó a ser el primer Primo de Rivera.
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Publicada por La Razón de la Proa en Miércoles, 23 de septiembre de 2020