NUESTRA MEMORIA
¿Hubo alguna vez cine falangista? (III)
Rafael García Serrano. El autor de "Eugenio o proclamación de la primavera", su novela de juventud. Cuando otros muchos hacían apostasía de sus ideas por interés, conveniencia, comodidad o cobardía, del espíritu juvenil, del romántico ideal que se deslizaba por todas las líneas de ese primer libro, el perseveró durante toda su vida en ellos
Publicado en la Gaceta de la FJA, núm. 334, de julio de 2020. Ver portada de la Gaceta FJA en La Razón de la Proa. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa (un envío semanal). Publicado en primicia en Sevillainfo el 29/05/2020.
¿Hubo alguna vez cine falangista? (III)
Retomo aquí mi humilde recuento de aquellas huellas que dejo en nuestro cine el ideario falangista. Y lo hago con alguien que, desde luego, merece capítulo aparte, y no solo en este de la cinematografía, sino, y sobre todo, en el de la literatura española y que si no fuera, una vez más hay que repetirlo, por la ceguera intelectual y la intolerancia de la izquierda y la progresía campante en la política, la sociedad y los medios de comunicación de esta machacada patria nuestra, tendría lugar destacado entre los escritores de nuestra posguerra civil.
Se trata de Rafael García Serrano. El autor de Eugenio o proclamación de la primavera, su novela de juventud, a la que precedía aquella dedicatoria que comenzaba “Para mayor gloria del César Joven, José Antonio… En la memoria de todos los caídos antes de la guerra. En memoria de todos los camaradas que murieron por la Revolución Nacionalsindicalista” y escrita mientras convalecía en una cama de hospital cuando sanaba de una tuberculosis contraída en la dramática batalla del Ebro. Una novela plena de entusiasmo juvenil y ardor guerrero pero también de poesía.
Cuando otros muchos hacían apostasía de sus ideas por interés, conveniencia, comodidad o cobardía, del espíritu juvenil, del romántico ideal que se deslizaba por todas las líneas de ese primer libro, el perseveró durante toda su vida en ellos. Porque García Serrano fue siempre un guerrero de sus ideales, desde aquel campo de batalla al de la literatura o al de la cinematografía, y, sobre todo, en su propia vida. Dejó testimonio de ello en sus memorias, escritas en mil novecientos ochenta y dos y que tituló La gran esperanza.
Ronda española, La fiel Infantería, Los ojos perdidos, La patrulla… García Serrano también dejó su huella en el cine patrio, aunque también hubo de plegarse, sobre todos en los últimos años sesenta años y en los setenta, en varias colaboraciones con el director Rafael Gil, a los gustos comerciales de la época, pero es en esos guiones basados en su obra, o directamente dirigidos por el mismo (Los ojos perdidos), donde dejó impronta de su inquebrantable fidelidad a su “César Joven”.
Ronda española, dirigida por el gran Ladislao Vajda, uno de los mejores directores de los años cuarenta y cincuenta en España y autor de obras tan interesantes como El cebo, auténtica obra maestra y precursora de muchos otros films de asesinos en serie, Un ángel pasó por Brooklyn, Mi tío Jacinto, Tarde de toros o Marcelino pan y vino, y protagonizada por el galán José Suarez, Clotilde Poderos, Manolo Morán y Pepe Isbert entre otros, cuenta las aventuras y desventuras de un grupo de jóvenes y entusiastas chicas de la Sección Femenina que se embarcan, en Cádiz, en el buque Monte Albertia con el fin de recorrer distintos países (como Perú, Chile, Argentina, Colombia, Panamá y otros del mar Caribe) para representar bailes regionales con la intención de recordar sus raíces a los emigrantes españoles que residen allí.
Lanza un mensaje de reconciliación nacional y refleja la importancia de la Sección Femenina a la hora de educar en sus valores tanto morales como religiosos en el marco de la relación de España con América, dando cuenta de la importancia de la Hispanidad. Cabe destacar que gracias al impulso de la labor de los grupos de Coros y Danzas por Hispanoamérica se organizó el Congreso Femenino Hispanoamericano (1951), que daría lugar a un grupo de trabajo que determinaría que, en 1958, se reformara el Código Civil de 1889, consiguiendo reparar muchas discriminaciones que sufrían las mujeres. La película se constituía así en una clara reivindicación de la figura de Pilar Primo de Rivera como fundadora e impulsora de la Sección Femenina.
La fiel Infantería, su segunda novela, fue merecedora del Premio Nacional de Literatura José Antonio Primo de Rivera, pero eso no la libró sin embargo de ser retirada de las librerías merced a la censura eclesiástica. A los prebostes de la Iglesia nos les gustó el lenguaje procaz y digamos que “demasiado realista” en ocasiones, empleado por el autor. No sería hasta 1959, quince años después de ser escrita, que pudo salir a la luz.
Junto con Plaza del Castillo, forman el Eugenio y La Fiel Infantería la que se ha dado en llamar Trilogía de la Guerra (y a la que el mismo dio el nombre de Opera Carrasclás), aunque ese es un tema recurrente en el autor y en sus escritos. La Guerra Civil continuó apareciendo, directa o indirectamente, en obras posteriores como Los ojos perdidos, La paz dura quince días o el magnífico Diccionario para un macuto.
García Serrano escribió los guiones de al menos ocho películas, entre ellas el de La fiel infantería, la cinta que rodó Pedro Lazaga en 1960, pero que no está basada fielmente en la novela. En cualquier caso, debido al enorme éxito de la obra cuando finalmente se publicó en 1959, su adaptación cinematográfica llegó pronto, al año siguiente, y junto a Rafael García Serrano participó José Luis Dibildos en la escritura del guion.
Mientras que la novela tiene acusados rasgos vanguardistas y no posee un argumento lineal sino que desarrolla una multiplicidad de situaciones que tienen lugar en diversos momentos de la vida de sus protagonistas, con metáforas rebuscadas y muy inspirada por autores como Valle-Inclan o Ramón Gómez de la Serna, la película es mucho más lineal y realista. Narra cómo, tras varios meses en primera línea del frente, llega la orden de relevo para el batallón “Barleta” y los soldados se reencuentran con sus familias, con sus novias, con la paz, pero, al poco, les llega la inesperada orden de reincorporarse al frente y han de partir hacia el sin apenas tiempo de despedirse, encomendándoseles una peligrosa misión: la toma de una cota inexpugnable denominada Cerro Quemado.
Analía Gadé, Tony Leblanc, Arturo Fernández, Laura Valenzuela, Ismael Merlo, Julio Riscal, Jesús Puente, María Mahor o Antonio Riquelme, nombres dorados de nuestro cine, forman parte del ilustre elenco de la película.
Escribió otros muchos guiones, como fueron el de Ronda española (1952) dirigida por Ladislao Vajda; La patrulla (1954), en la que el propio García Serrano realizó un cameo, y Los económicamente débiles, ambas también de Pedro Lazaga; La casa de la Troya (1959); Tú y yo somos tres (1961), El marino de los puños de oro (1968) y A la legión les gustan las mujeres... y a las mujeres les gusta la legión (1976) de Rafael Gil.
La patrulla, la segunda película en la que colaboró con Lazaga, de 1954, cuenta la historia de cinco soldados de Infantería del Ejército nacional, que, reunidos en un lugar de Madrid, se hacen una fotografía el 28 de marzo de 1939, al final de la Guerra Civil, y prometen volver a reunirse al cabo de diez años en el mismo lugar. Un drama bélico que consiguió para Lazaga el premio al mejor director en el Festival de San Sebastián de 1954 y también el de mejor actriz para Marisa de Leza, por su papel de Lucía. El propio García Serrano forma parte del equipo artístico de la película, ya que interpreta un personaje secundario. Conrado San Martín junto con la citada Marisa de Leza, José María Rodero, Julio Peña, Julio Riscal, Germán Cobos, Elvira Quintillá, Tomás Blanco o Vicente Parra completan el magnífico plantel de actores.
Otro drama bélico, porque a García Serrano la contienda civil, en la que participó y estuvo a punto de morir, le dejó una huella indeleble en el alma y el corazón. En el prólogo de su magistral Diccionario de un macuto relata, con una prosa en un esplendoroso castellano que hace mucho se echa de menos en la mayor parte de escritores y articulistas patrios, esta preciosa a la vez que dramática anécdota que nos avisa sobre hasta que punto la guerra fratricida siempre estuvo presente en su vida.
Siempre me acordaré de aquel ribero que un día vino a verme a mi pabellón del hospital, desde el suyo, que estaba enfrente. Habíamos estado juntos en Somosierra, nos cruzamos en Huesca, y luego cada cual tiró por su lado, hasta encontrarnos de nuevo en el hospital, que era lo corriente. Me dijo que venía a despedirse.
━¿Te vas ya? ⎼le pregunté innecesariamente⎼. ━Sí ⎼me contestó⎼; tengo quince días de permiso y luego me vuelvo a la riñica. La riñica era la batalla del Ebro. Había sido herido nada más empezar, un par de semanas después de Santiago del 38, curó pronto, descansó quince días y murió en la riñica aquel tremendo otoño. Nunca oí nada ni tan hermoso, ni tan caritativo, ni tan resignado, ni tan familiar, ni tan fino a la hora de aludir a la más dura batalla de una guerra bien áspera y dolorosa de por sí.
Bien pudiera ocurrir que aquel breve diálogo de despedida haya dado origen, al cabo de cinco lustros, a la justificación de este propósito casi cumplido que desde hace años es empeño terco y urgente de mi pluma, y desde siempre intendencia indispensable para mi temática.
En 1965, junto a José María Sánchez Silva, elaboró el guion del documental Morir en España, dirigido por Mariano Ozores, que se realizó como respuesta al también documental, Mourir à Madrid, sobre la guerra civil española, y dirigido en 1963 por Frédéric Rossif con un sesgo claramente pro bando republicano. En Morir en España, Mariano Ozores recopila material documental y lo ordena en base al guion de Sánchez Silva y García Serrano, llevando a cabo una evocación de la historia de España más reciente, desde el declive de la monarquía de Alfonso XIII y hasta la construcción, ya en la posguerra, del Valle de los Caídos, e incidiendo sobre todo en la victoria del ejército nacional en la Guerra Civil.
El único proyecto que dirigió el mismo fue trasladar a la pantalla su magnífica, trágica y romántica novela Los ojos perdidos (1966), que ganó el Premio Nacional de Literatura del año 1958, y cuyo guion también elaboró. De esta pequeña joya maldita del cine español (por muchas circunstancias, entre ellas la de ser la única obra escrita, guionizada y dirigida por el propio García Serrano), que fue un fracaso en su estreno, apenas vista y hoy práctica y lamentablemente olvidada, dijo Fernando Alonso Barahona que acaricia el alma hasta raspar las entrañas.
La historia de esos dos enamorados, una de las pocas de la época que se desarrolla en la retaguardia, que comparten unas pocas horas juntos antes de que el parta hacia el Frente del Norte, en plena guerra civil, rememorando momentos pasados, está hacia el Frente del Norte, está invadida de de un radical sentido trágico-romántico de la existencia. Unos casi desconocidos Jesús Aristu y Dianik Zurakowska dan vida a los amantes, acompañados, eso sí, por conocidos actores españoles en papeles secundarios, como Manuel Tejada o Manuel Zarzo.
En una de las escenas fundamentales de la película, en la que conoce a su amada, el alférez provisional al que da vida el protagonista, estudiante de Letras, hijo de coronel republicano y católico practicante, entra en una iglesia a rezar, y se oye una voz superpuesta que reproduce su oración: Te pido por mis amigos muertos en ambos lados, los muertos de la guerra bajo cualquier bandera, excluyendo a los de las Brigadas Internacionales...
En las películas en las que pudo dejar más de sí mismo se vislumbra algo parecido a aquello que plasmó en su literatura y a aquello que, según cuenta José Manuel de Prada, alguien tan alejado ideológicamente de García Serrano como Francisco Umbral recordaba de cuando lo veía, ya muy mayor hacia el final de sus días, viejo y honrado, en las sobremesas del Mayte Commodore, con hablar dulce y bigote nietzscheano, creyendo en tantas cosas muertas, creyendo sólo, realmente, en su propia juventud perdida y luchadora.
Y es que la frase que seguía al título de su primera obra nos lo decía ya todo: Eugenio o proclamación de la primavera. El muerto que yo hubiera querido ser.