NUESTRA MEMORIA

¿Quienes fueron los falangistas sevillanos?

En la Sevilla de aquellos años, como en gran parte de España, era impensable, tanto por parte de los conservadores como de la izquierda, que un partido aspirara a convertirse en un grupo que aunara bajo un mismo paraguas a trabajadores y empresarios, a terratenientes y jornaleros, a estudiantes con toreros. La Falange lo estaba logrando.

Extracto del trabajo ¿Quiénes fueron los falangistas? Ensayo bibliográfico sobre la militancia de Falange Española entre 1933-1945. Autor.- Guillermo Röthlisberger Cortázar (2014). Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Sevilla y alojado en academia.edu [descargar el documento completo]. Recogido posteriormente por la revista Gaceta de la Fundación José Antonio en junio de 2021. Ver portada de la Gaceta FJA en LRP. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa (un envío semanal).​

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Los falangistas sevillanos, incluidos mujeres y niños, saludan brazo en alto desde los balcones de la sede que la Falange había abierto en la Avenida de la Libertad, hoy de la Constitución. Lo hicieron al paso de las tropas el 14 de abril de 1934, día en el que la Ciudad de Sevilla conmemoró el III Aniversario de la República. Fue la presentación de la Falange en Sevilla.
¿Quienes fueron los falangistas sevillanos?

¿Quiénes fueron los falangistas sevillanos?


El 14 de abril de 1934, si algún sevillano no le ponía cara a cualquiera de los miembros de la Falange provincial, no cabe la menor duda que gran parte de ellos lo haría ese día. Entre las múltiples celebraciones por el tercer aniversario de la Segunda República nos interesa el enorme desfile que recorrería la avenida de la Libertad, actualmente conocida como de la Constitución. Recoge el profesor José Antonio Parejo Fernández cómo un nutrido número de miembros de la Falange sevillana se habían reunido esa misma mañana en la sede del partido que se encontraba, precisamente, en el número 11 de la misma avenida. Acto que poco tenía de casualidad. El Triunvirato y la Junta Directiva de la organización fueron convocados días antes por el líder de la Falange sevillana, Sancho Dávila, para dejar claro cuál iba a ser la actuación del partido en esa fecha. Lo cierto es que en la ciudad se había levantado una desproporcionada inquietud sobre cuál iba a ser la actitud de Falange Española en el aniversario de la República. No cabe duda que los sucesos acaecidos en Sevilla si respondieron a las expectativas de muchos.

Pasadas las once de la mañana, tras cumplir las escuadras de F.E. con las medidas de seguridad requeridas, muchos de estos falangistas se encuentran asomados por los balcones del local que dan a la avenida. Contamos con no menos de 134 asistentes, entre ellos niños y mujeres, los cuales, al paso de la Bandera Nacional y siguiendo a Martín Ruíz de Arenado (miembro del triunvirato sevillano), no dudaron en levantar el brazo derecho al estilo fascista, armonizándolo con gritos como «Arriba España» y «Viva el Ejército». La respuesta de parte de los asistentes al desfile desde la otra acera no se hizo esperar, «Muera el Fascio» y «Viva la República» gritaban algunos, mientras otros tiran impunemente piedra y otros objetos contra la sede falangista.

Poco a poco el ambiente se fue caldeando requiriendo pues la intervención de la Guardia de Asalto y la Policía de Investigación y Vigilancia, los cuales procedieron a la detención de los protagonistas del balcón. Recoge de Francisco Javier Carmona Obrero como ante el cariz que estaba cogiendo la situación, el comisario general Joaquín García Grande y el comandante de seguridad Francisco Corras decidieron enviar refuerzos para que la cosa no se les fuera de las manos. Un ejemplo del ambiente que se vivía en esos momentos es que mientras gran parte del público jaleaba contra los falangistas detenidos, Sancho Dávila, poco antes de ser llevado junto a gran parte de sus correligionarios a los vehículos de la Guardia de Asalto, le dijo a uno de ellos: «déjenos salir a nosotros a la calle y verá Vd. cómo a los cinco minutos despejamos a toda la chusma que nos grita amparados por ustedes». Con todo el mundo insultándoles, los falangistas fueron finalmente detenidos y su local fue registrado encontrándose varias pistolas y revólveres, lo que le supuso, tras orden del Gobierno Civil, el cierre de la sede dejando a la Falange sevillana en una situación muy delicada.

¿Y por qué contamos esto? Pues por un lado vemos la dificultad que suponía ser del partido joseantoniano, recordemos que la policía solo actuó contra los falangistas no contra aquellos que se dedicaron a arrojar objetos a ellos y a la sede, y por el otro nos ayuda a hacernos una idea de qué imagen se tenía de Falange y los falangistas por esos años. El gobernador civil de Sevilla, Díaz Quiñones, entrevistándose con unos periodistas declaró lo siguiente: «es de lamentar que cuando en Sevilla se ha logrado apaciguar las luchas, contribuyendo a ellos a la sensatez de la masa obrera, que está hoy dando ejemplo de cordura, sean unos cuantos señoritos desocupados, los que se propongan con su actuación convertir nuevamente la capital en un foco de perturbación».

Los falangistas, muy molestos ante tales acusaciones, no dudaron un momento en contestar al gobernador a través de una carta publicada por el conocido y popular diario ABC. En ella querían dejar dos cosas muy claras: que la imagen que el gobernador tenía de Falange estaba muy equivocada y que los sevillanos que militaban la organización, muchos de una extracción social bastante humilde, «se ganan el pan con toda seguridad con mayores esfuerzos que su respetable autoridad». Aquí el término que nos interesa, y que la autoridad civil utiliza, es el de “señoritos desocupados”, una definición que acabó triunfando y calando en las mentalidades de mucha gente y que se mantuvo viva en la historiografía hasta hace no muchos años.

Lo que está claro, de todos modos, es que si uno se remite a los mandos de la organización falangista, sobre todo en su origen y primeros pasos, encuentras numerosas huellas de la aristocracia, partiendo por el propio José Antonio, marqués de Estella, Sancho Dávila, conde de Villafuente Bermeja y otros casos menos conocidos. Desde aquí no queremos negar la existencia de “señoritos” en la Falange de esos años, que la hubo como acabamos de citar, pero no nos cabe duda de que ese no sería un fiel retrato de la realidad del partido. Además nos preguntamos: ¿cuántos partidos políticos han surgido, exclusivamente, de manos de las clases populares? Existen algunos, por supuesto, pero la mayoría de partidos con una influencia notoria han surgido directa, o indirectamente, de la influencia y apoyo de sectores privilegiados, y su organización ha transcurrido bajo la batuta de una élite política, si no podemos fijarnos en el particular caso de Bakunin y su condición aristócrata.

Volvamos, por tanto, a aquellos falangistas agolpados en los balcones del número 11 de la avenida de la Libertad que, según el gobernador civil de Sevilla, eran unos «señoritos desocupados». Junto a algunos de los miembros pertenecientes a las buenas familias sevillanas, como el propio Dávila, los Benjumea o Lasso de la Vega, encontramos para sorpresa de muchos 55 estudiantes, 22 empleados, ocho comerciantes, cinco jornaleros, tres funcionarios, tres obreros y un hortelano, gente que para nada tenía que ver con los primeros en cuanto a posición social. La pregunta que deberíamos hacernos ahora es ¿qué hacían esta gente en la sede de un partido fundado por “señoritos desocupados”? Pues como iremos viendo a lo largo del trabajo, Falange no aspiraba a un único sector social, sino que el objetivo era aunar a todos bajo un mismo paraguas nacional, algo que nosotros veremos claramente en la documentación archivística.

Si acudimos, por tanto, a diferentes archivos, donde se haya conservado documentación sobre la militancia falangista, nos encontramos con que el retrato social que vimos en esos balcones no fue algo exclusivo. Siguiendo en el caso de la Falange de Sevilla, nos encontramos con lo siguiente:

CUADRO 1
Encuadramiento de los “Camisas Viejas” por profesiones. Sevilla (1933 - Enero 1936)

Profesiones Números Porcentajes (%)
Artesanos 61 4,3
Artista 1 0,1
Capataz 1 0,1
Comercio 80 5,6
Empleados 334 23,6
Empresarios 5 0,4
Estudiantes 422 29,8
Funcionarios 17 1,2
Hortelanos 20 1,4
Industrial 7 0,5
Jornaleros 105 7,4
Labradores 9 0,6
Obreros 200 14,1
Otros 16 1,1
Poeta 1 0,1
Profesionales 131 9,2
Propietarios 4 0,3
Toreros 3 0,2
TOTAL CONOCIDOS 1417 100
NO CONSTAN 146 -
TOTAL GENERAL 1563 100

FUENTE: elaboración de José Antonio Parejo Fernández a partir de los datos del A.F.S., de los del Archivo Privado Artacho (poder electoral), así como Carmona Obrero, F.J.: Violencia política y orden público en Andalucía Occidental, 1933-1934, Madrid, Ministerio del Interior, 2002, pp.139-147 y los recogidos en el Libro áureo de la Universidad de Sevilla, Sevilla, Imprenta de la Gavidia, 1940. Índice 100 los conocidos. Citado en Parejo Fernández, J.A.: Las Piezas... op. cit., p. 31.


No era un contingente político demasiado numeroso, pero lo que es innegable es que era un partido que no hacía ascos al carácter interclasista que caracterizaba a los movimientos como el Nacional Fascista en Italia o el Nacional Socialista en Alemania. Además, si nos fijamos en estos otros casos, el fascismo siempre requiere tiempo para conformarse en un partido de masas y es ahora cuando estaba dando sus primeros pasos en nuestro país. En la Sevilla de aquellos años, como en gran parte de España, era impensable, tanto por parte de los conservadores como de la izquierda, que un partido aspirara a convertirse en un grupo que aunara bajo un mismo paraguas a trabajadores y empresarios, a terratenientes y jornaleros, a estudiantes con toreros.

Pues Falange, todavía con una marcha bastante lenta en cuanto a afiliados, estaba lográndolo a partir de un discurso que rechazaba tanto la lucha de clases proclamada por la izquierda como el sistema liberal el cual fue definido en el Teatro de la Comedia por José Antonio como «el más ruinoso sistema de derroche de energías». La idea era que la Patria «es una unidad total, en que se integran todos los individuos y todas las clases; la Patria no puede estar en manos de la clase más fuerte ni del partido mejor organizado. La Patria es una síntesis trascendente, una síntesis indivisible, con fines propios que cumplir». Esta concepción de Comunidad Nacional es algo que se encuentra en total sintonía con los demás movimientos europeos y que Ian Kershaw define a la perfección:

«Los nazis concibieron un plan de ingeniería social con el que se propusieron construir, con el apoyo de las masas, una nueva sociedad en la que ya nunca más habría una vuelta a la antigua organización social dividida en clases estancas; en la que ya nunca más se buscaría un retorno a ese mundo jerárquico del pasado, apoyado en el estatus, en el privilegio heredado desde la cuna y basado en la riqueza de una minoría a expensas de una mayoría. La nueva sociedad que forjarían los fascistas sería justa sin destruir el talento, las dotes, la capacidad, la iniciativa, la creatividad, cualidades que veían amenazadas por el igualitarismo social que predicaban los marxistas. Sería una sociedad en la que los logros personales, no el estatus, otorgarían el reconocimiento, en la que los encumbrados y poderosos estarían privados de sus derechos supuestamente otorgados por Dios, que les permitían dominar a los pequeños y humildes, una sociedad en la que una reforma social completa garantizaría a los que lo mereciesen la obtención de sus justas retribuciones, en que el “hombre pequeño” no sería explotado ya por el gran capital ni amenazado por los sindicatos, una sociedad en la que el internacionalismo marxista sería aplastado y sustituido por la devoción leal al pueblo [...]. Para los verdaderos “camaradas del pueblo” [...] la nueva sociedad sería una verdadera “comunidad”, en la que los derechos de los individuos estarían subordinados al bien del conjunto y donde el deber precedería a todo derecho».

Pero debemos tener cuidado a la hora de analizar estos cuadros como el que hemos ofrecido. Ya que algunos han cuestionado su utilidad ante la ambigüedad de algunas de las profesiones como la de los comerciantes o empleados. En principio no está claro si estos comerciantes, por ejemplo, eran grandes poseedores de capital o simples tenderos que apenas podían llegar a fin de mes. Lo que para la mayoría de estudios políticos resulta una barrera infranqueable, nos referimos a vislumbrar el retrato social de una organización, para el caso de Falange contamos con un instrumento esencial que nos ayuda a despejar muchas dudas acerca de quiénes eran los que integraban la organización. Estamos hablando del análisis de las cuotas que debían ingresar los afiliados. Estos pagos venían en función de los ingresos anuales de cada uno, los cuales estaban recogidos en las cédulas personales, una especie de carnet de identidad que se puso en práctica a partir de 1930.

Hasta aquí el extracto. Para leer el ensayo completo [descargar]


Parte del documento en el que aparecen las fotografías


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