OPINIÓN

A vueltas con la oficialidad

No se trata de un enfrentamiento entre los que preferimos el español y los que se decantan por el asturiano (...) No podría renunciar a una jerga familiar, en la que aprendí mis primeras palabras y en la que me comuniqué con mis mayores, con mi gente. Otra cosa es aceptar una fala ajena y elevarla a la categoría universal del español
2021-11-05-bable-1w
A vueltas con la oficialidad

A vueltas con la oficialidad


El dato es escueto y simple, Asturias está entre las comunidades con más pobreza de España. Sin embargo, la mayor preocupación que parece que tienen los asturianos, sobre todo los políticos, y especialmente los de la izquierda, es la oficialidad. Cuando hablamos de oficialidad nos referimos a elevar la jerga local a la categoría del español como lengua. Lo que hoy intentan imponer, no se si con el nombre de bable (parece que a los defensores, años atrás, les llegó a abrumar esta denominación), asturiano o llingua, es una mezcla con predominio de la fala de la parte central de la comunidad autónoma, sacrificando así la fala de otras áreas de Asturias. Hace años ya me advirtieron que luchar contra esta corriente defensora de la oficialidad es una batalla perdida y, aunque ahora se ha hablado de proponer un referéndum, no me cabe ninguna duda de que la oficialidad será un hecho irreversible por razones evidentes.

Como en un intento de atraer al sentido común a los que defienden la oficialidad, se han citado ejemplos de asturianos, los más ilustres, que siempre escribieron y hablaron en español: Jovellanos, el conde de Campomanes, el de Santa Cruz de Marcenado, Feijoo, Leopoldo Alas «Clarín», el vizconde de Camposagrado y su Manifiesto del hambre para llamar la atención de los políticos sobre el deplorable estado de la región a mediados del siglo XIX;  Armando Palacio Valdés, Alejandro Casona, Ramón Pérez de Ayala, Fermín Canella o Corín Tellado, y políticos como El Divino, Agustín Argüelles, Posada Herrera, la saga de los Pidal, Alejandro Mon, los Fernández San Miguel y un largo etcétera.

No se trata de un enfrentamiento entre los que preferimos el español y los que se decantan por el asturiano. Suscribo la tesis de José Luis Rodríguez Bueno, concejal independiente del Ayuntamiento de Valdés (Asturias), cuando afirma: «oficialidad sí, cuando estén cubiertas las necesidades básicas, y siempre que los asturianos así lo decidamos en las urnas».

Para los no iniciados, aclaro que una de las variantes del asturiano, así nombrado en general, es la que corresponde a los vaqueiros de Alzada, a los que con orgullo pertenezco en una parte, como delata mi primer apellido. Nacido en Merás (Valdés), que no es tierra vaqueira, y residente en Madrid desde mi primera infancia, mi contacto con Asturias ha sido permanente porque mis padres así lo desearon. Nunca he dejado de visitar Asturias y allí conservo mi casa natal; profesionalmente, he dedicado la mayoría de mis trabajos a Asturias y a lo asturiano. Durante mi infancia y primera adolescencia, cuando las vacaciones me permitían disfrutar de más tiempo en la tierrina, siempre traté de integrarme con mi familia y con mis amigos. Desde muy pequeño, todos los veranos recibía lecciones de mi abuela y mi tías María y Lina que me enseñaban a pronunciar la «ch» vaqueira, que yo prefiero transcribir gráficamente «ts» en lugar de la diéresis baja que oficialmente impera. Entre otras razones, porque la primera permite que un castellano parlante pueda leer y asemejar el sonido. Es por ello que yo no podría renunciar a una jerga familiar, en la que aprendí mis primeras palabras y en la que me comuniqué con mis mayores, con mi gente. Otra cosa es aceptar una fala ajena y elevarla a la categoría universal del español.

Los medios de comunicación, como he escrito anteriormente, han causado una gran erosión a la fabla de mi zona porque las lenguas no son estáticas, sino que evolucionan adaptándose a las necesidades de expresión de quienes las hablan. La falta de cuidado, por parte de aquellos que deben velar por ellas, permite que quienes no tienen conocimiento suficiente modifiquen las palabras y los significados de las mismas y la lengua común deje de ser eso para convertirse en una fabla local, con independencia de la extensión del territorio que la alberga.

De esto saben muchos los franceses, siempre celosos de cuidar y mantener su patrimonio lingüístico.

Pero ahora observo que nuestra jerga ha mutado por la de otros valles, otras cuencas. La imposición de esta nueva forma de expresarse, impuesta por la televisión oficial del Principado, a estancias de los que defienden y promueven la oficialidad, ha logrado transformar expresiones y dichos que, a los de mi zona, nos son tan ajenos como los del otras comunidades autónomas. Igual erosión, me imagino, está sufriendo el astur-galaico de la zona más occidental de la comunidad asturiana. Inventar una fala, imponerla a través de la oficialidad, es poner puertas al campo.

Lo que de verdad me preocupa es el significado que tiene la campaña de la oficialidad, una vez que supuestamente esté aprobada oficialmente. Entonces sí tendrá sentido lo de poner puertas al campo porque la lengua oficial, o sea, el asturiano, o bable o llingua, o como lo quieran llamar, será el cerrojo de esa puerta y, a través de ella, sólo podrán pasar aquellos que tengan el certificado correspondiente. O sea, el peligro no es el dinero que van a distraer para dotar a la maquinaria de la nueva asignatura, ni los que gracias a ella se van a beneficiar, sino la exclusión de todo aquel que no esté dispuesto a dedicar su tiempo en aprender una jerga, porque será sólo eso, aunque con categoría de idioma.

La oficialidad es algo más que una escusa para desviar la atención precaria que vive la sociedad asturiana; algo más que una cortina de humo sobre la protección del lobo y la incidencia negativa para los ganaderos, ante la falta de una política local que preserve la riqueza de la fauna y mantenga intactos los intereses de una región ganadera por excelencia.

Hay ejemplos suficientes de cómo las autonomías con lengua propia han utilizado ésta como elemento diferenciador, afectando a la convivencia, en lo social, y a la contratación laboral en lo económico. Hemos asistido, en algunos casos, a un éxodo profesional de quienes no se sometieron a la exigencia de aprender un idioma que no tiene más influencia que la de la autonomía local en detrimento del español, lengua común de todos los españoles y de otros quinientos millones de personas en el mundo. Y en ascenso; y en detrimento del inglés, por ejemplo, que representa el idioma internacional y financiero, por excelencia, como el francés fue en su tiempo en idioma diplomático. ¿Alguien duda de que lo que supondrá el asturiano, o el bable o la llingua, o como lo quieran llamar, una vez que sea oficial?

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