OPINIÓN | ACTUALIDAD
Cosas que me cuesta entender
Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 468, de 15 de junio de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en LRP. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa.
Cosas que me cuesta entender
Konrad Adenauer, uno de los padres fundadores de Europa como la conocemos, dejó escrito: «En política lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno». En ese principio se apuntala a menudo la acción política y, sobre todo, en casos de políticos mediocres, incluso objetivamente ineptos para las responsabilidades que ocupan. No les importa tener realmente razón, porque siempre creen que la tienen. Por ejemplo, llegar al poder sea como sea y mantenerlo a cualquier precio les parece una prueba de que están en lo cierto. Que el lector no piense que ante estas afirmaciones es el único al que le viene a la cabeza el nombre de Pedro Sánchez. No solo está convencido de que le asiste la razón; también se la dan, contra viento y marea, sus palmeros, y para mantenerse en la Moncloa mueve a su favor los votos de quienes se asisten en él para tratar de destruir España, negándola y buscando trocearla. Para ellos, ¿qué mejor apuesta que Sánchez?
En este contexto, camino de la distopía orwelliana, agobiante y totalitaria, hay cosas que me cuesta entender. Son muchas. Me detengo en algunas.
No entiendo que un partido más que centenario como es el PSOE no sea capaz de reaccionar contra lo que no es otra cosa que una falsificación ideológica al servicio de una ambición personal. Tiene incluso su publicista, que envuelve en nubes lo que lleva a cabo, trata de confundir a la opinión enmascarando errores y exagerando aciertos aunque sean ajenos, que casi siempre lo son; promete milagros para dentro de treinta años en medio de una cadena de pifias y rectificaciones, de mentiras sin tasa, en definitiva, de inmoralidades. Sánchez ha tomado decisiones y seguido estrategias contrarias a las que marcaron la historia del PSOE desde la Transición hasta la irrupción de José Luis Rodríguez Zapatero.
No entiendo que, con el antecedente de que ya una vez el PSOE consiguió alejar el peligro de Sánchez, nadie mueva un músculo en esta situación. No son ni mucho menos pocos los que dentro del PSOE, con experiencia y nombre, están alejados de esta cadena de despropósitos. ¿Qué hacen más allá de opinar?
No entiendo que los medios, en general, se dejen llevar por cantos de sirena, por decirlo suavemente. Ni siquiera una mínima sospecha por la casualidad de que se impute a la exsecretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, se aplace sine die su comparecencia en una comisión parlamentaria para buscar el momento más propicio, basando la acusación en las declaraciones –¡en una comisión del Congreso!– del encarcelado José Manuel Villarejo, llevado desde su celda, cuando no de Luis Bárcenas, que ha cambiado de declaración tanto como de camisa. No se ha destacado otra casualidad: la reedición del vidrioso caso Rato, que ya da para poco.
No entiendo que los mismos medios no hayan prestado la más mínima atención a las denuncias de la exsenadora de Podemos Celia Cánovas, contra su partido, por blanqueo de capitales, a la imputación de la gerente de Podemos, Rocío Esther Val, por financiación ilegal, y a la denuncia del exabogado de Podemos, José Manuel Calvente, por numerosas irregularidades en Podemos. Todo ello en el caso Neurona. Sin contar el humo echado sobre la manipulación del móvil de Dina Bousselham, que incurrió en numerosas contradicciones ante el juez. Estas causas siguen abiertas y la última apunta cada vez más a Pablo Iglesias, que declaró que el móvil de su entonces asesora había sido manipulado por la policía; el juez no lo consideró verosímil.
No entiendo el silencio mediático cuando Ione Belarra, la amiga de Irene Montero convertida en ministra, anunció que se eximirá de cesar a los miembros de Podemos imputados o condenados, por ser víctimas de «persecución judicial». Así que todos contentos. Otra rectificación de quienes nacieron para llevar ética a la política.
No entiendo algunos movimientos de Pablo Casado, supongo que estratégicos, en relación con un interés nacional superior a los partidos: un futuro en una España distinta, sin la ristra de riesgos que nos amenazan por obra y gracia del Gobierno de Sánchez y sus aliados. Para que ese futuro llegue sin prisa pero sin pausa es necesaria la unidad electoral del centro-derecha en la forma más útil para los españoles. Pablo Casado –puede ser mero tactismo– se muestra cada vez más lejos de la formación a su derecha, Vox, hasta el punto de eludir fotografiarse con su líder. Y, al tiempo, comparte mesa y mantel con Inés Arrimadas.
No entiendo la cruzada por resucitar políticamente a este personaje, Arrimadas, escasamente fiable, de liderazgo discutible desde su espantada en Cataluña y sus pactos con Sánchez. Ya sabemos: llegó un taxi vacío y de él se bajó Arrimadas. Recoger los votos de Ciudadanos, ya en huida incontrolada, es bueno para el PP, pero mucho de lo que queda de Ciudadanos, me refiero a los votantes, no a los dirigentes que rodean a su autocomplaciente lideresa, se sienten cercanos a Albert Rivera, al que echan de menos cada amanecer. Eso se ausculta en cuanto hablas con amigos de Ciudadanos.
No entiendo que se desestime la realidad de que, para una gran operación de unidad del centro-derecha capaz de ser ganadora, la clave estará en los huérfanos de un PSOE en la moderación, y en los traicionados restos de Ciudadanos. Y también, en buena medida, en Vox. No planteárselo me resulta incomprensible. Guste más o guste menos Vox, lo cierto es que está ahí. Debería haberse producido un acuerdo discreto para evaluar estrategias cercanas. A veces sueño que lo hay. Cabrear a Vox es tan negativo –supone lo mismo– que alentar a quienes esgrimen un coco fascista inexistente. Acoger las falacias del adversario como verdades es caer en sus trampas.
Se debe a Ortega una frase que viene a cuento: «Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender», y a Einstein: «No entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela». La verdad es que llevo un tiempo sorprendido y extrañado por todas estas cosas y otras muchas en nuestra realidad política, y no las entiendo. Tampoco puedo explicárselo a mi abuela que, como era sagaz, acaso lo entendería, pero mi abuela Elisa, la única que conocí, falleció hace mucho tiempo y, además, nunca le gustó que, de pronto, yo entrase en política. Cada vez entiendo menos lo que vivimos. Será por mi torpeza.