ARTÍCULO DEL DIRECTOR
Don Oppas y don Jerónimo.
«Es extraño invocar el diálogo con los que no quieren hablar, o tener magnanimidad con quienes la van a usar y tirar, o empeñarse en la reconciliación con los que siguen insidiando con saña y dividiendo sin rubor,...». Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo.
Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa (un envío semanal).
Don Oppas y don Jerónimo
Como es sabido, Eugenio d´Ors quiso sustituir, en su Ciencia de la Cultura, la tradicional división de la historia en edades cronológicas por la aparición de constantes o eones; así, el eón de Roma, o de la Unidad, se opondría al eón de Babel o de la Dispersión (¡qué mejor símbolo para caracterizar al secesionismo!), el del Eterno Femenino frente al Eterno Viril, o del de la Cultura frente a la Barbarie…
Después de leer la Carta de los obispos de Cataluña ⎼que comenté en mi anterior artículo⎼, refrendada por la comisión permanente de la Conferencia Arzobispal Española, ambas instancias bajo la presidencia de Juan José Omella, me ha llegado la carta de don Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo. Con todo este material delante y acudiendo una vez más a mi veneración por el maestro Xenius, se me ocurre que se podría apuntar la existencia histórica de eones episcopales, en línea de aquella conocida definición de la Glosa orsiana (Sacrificar la Anécdota en el ara de la Categoría) y representar, simbólicamente, estas constantes bajo los nombres de los obispos don Oppas y don Jerónimo, con la lógica concesión a lo legendario, que cuadra muy bien a esta articulación de lo poético y de lo político.
Según la tradición, don Oppas (siglo VIII) fue obispo de Toledo (otras crónicas dicen que de Sevilla); lo cierto es que conspiró, junto al traidor conde don Julián contra don Rodrigo, el último rey godo; en la batalla de Guadalete (año 711), el rey le había confiado un ala de su ejército, pero el señor obispo se pasó, con armas y bagajes, a la morería, esto es, a la hueste de Tarik, que destrozaron a las fuerzas visigodas y se adueñaron rápidamente del Reino de Hispania.
No es extraño que, en el Romancero tradicional, junto a los remordimientos de don Rodrigo por su aventurilla con la doncella Cava, hija de don Julián, se le dediquen al obispo palabras muy fuertes:
¡Maldito de ti, don Oppas, obispo de mala andanza!
El pobre rey, casquivano, pecador e ingenuo a la vez, acabó solo, herido y destronado, y solo puede añadir, según otro romance
Ayer era rey de España, hoy no lo soy de una villa
Han de transcurrir cuatro centurias para encontrar al personaje que representa el otro eón episcopal, don Jerónimo de Perigord, Jerónimus o don Jerome (siglo XII), del que se cuenta que fue el obispo de la Valencia conquistada por el Cid, luego de Zamora y de Salamanca, y que llevó a esta última ciudad el Cristo de las Batallas, que llevaba siempre el de Vivar en el arzón de su caballo.
El Cantar del Mío Cid dice de este obispo:
De parte de orient vino un coronado;
el obispo don Jerome so nombre es llamado,
de pie o de caballo mucho es arreziado.
Don Jerónimo, además de presidir el cabildo de la reconquistada Valencia, es hombre de principios y de pelea, y combate junto a su jefe, el Cid Campeador, en las duras y en las maduras; dice de él el juglar de Medinaceli:
¡Dios, qué bien lidiava!
Y, además, lucha con ambas manos:
Quando es farto de lidiar con armas las sus manos
Nada que ver, por lo tanto, con los melifluos argumentos del secretario de la Conferencia Arzobispal Española, don Luis Argüello, pretendiendo justificar lo injustificable y dar un capotazo a la prensa cuando fue preguntado por la carta de sus colegas de Cataluña…
La valentía, en cambio, de don Jesús Sanz se pone de manifiesto en su carta ovetense:
«No se puede arbitrariamente conceder o negar (los indultos) desde un caprichoso uso y un interesado cálculo que no tiene que ver con las palabras manidas en este festival de extraña piedad, apelando a sentimientos sagrados y enormemente delicados, para venir a la postre a tapar las verdaderos motivos que se exhiben impudorosamente desde una pretendida magnanimidad».
Esto es equivalente, a la moderna, a lidiar con ambas manos… Y sigue diciendo don Jerónimo (perdón, don Jesús):
«Es extraño invocar el diálogo con los que no quieren hablar, o tener magnanimidad con quienes la van a usar y tirar, o empeñarse en la reconciliación con los que siguen insidiando con saña y dividiendo sin rubor, o abogar por la tolerancia con quienes no renuncian a la violencia, o apelar a medidas de gracia para beneficio de los que no las piden ni las merecen por su amenazante actitud de reincidencia».
Critica el buenismo irresponsable y propone que desde la óptica cristiana más bien cabría esperar un discurso desde la rica doctrina social de la Iglesia (….). También un amor a la verdad, que descarta la ambigüedad engañosa (…). Y entra en pleno combate, casi cidiano, cuando afirma que se indultan los oscuros derroteros para perpetuarse en unas poltronas desde las que seguir construyendo una pompa llena de la nada que tiene la mentira (…), pero no se indulta la vida del no nacido a cuyo asesinato en el seno de su madre se aspira a que sea un derecho, ni la vida del enfermo o anciano terminal (…), ni la educación de nuestros más jóvenes sustrayendo ideológicamente la responsabilidad de sus padres.
Ahí van, por lo tanto, unos apuntes sencillos, por si algún otro orsiano más capacitado que un servidor quiere aventurarse a desarrollar esta constante o eón episcopal, que uno humildemente ha representado en las figura, históricas y legendarios del traidor don Oppas y del leal don Jerónimo.